La cornucopia de El Esequibo lleva más de un siglo creando alucinaciones en Venezuela y Guyana

Desde hace más de un siglo, El Esequibo ha sido un espejismo de riquezas y poder para Venezuela y Guyana, un territorio que se extiende más allá de las simples fronteras geográficas para adentrarse en las profundidades de la codicia y la ambición geopolítica. La periodista Isabella Escobedo, de la Deutsche Welle (DW), sostiene que esta región no es solo una reserva de petróleo, sino una joya geoestratégica que ha capturado la imaginación de ambos países, no por su capacidad de explotar directamente sus recursos, sino por la posibilidad de arrendar sus tierras a empresas extranjeras capaces de convertir sus bondades naturales en riqueza tangible.

El Esequibo, una vasta región de 160.000 kilómetros cuadrados que supera en tamaño a algunos países europeos, se ha convertido en el centro de una disputa que parece sacada de un relato de ambición desmedida. Su diversa geografía, que incluye la selva impenetrable y el acceso al océano Atlántico, la convierte en una pieza clave en el tablero del comercio y la estrategia internacional. Reybert Carrillo, geógrafo de la Universidad de los Andes, señala que El Esequibo no solo proporciona un valioso acceso al Atlántico, facilitando el comercio con Europa y África, sino que también ofrece unos 360 kilómetros de zona económica exclusiva, una puerta abierta para cobrar aduanas y tributos a las embarcaciones que naveguen por sus aguas.

El Esequibo
La región alberga vastas reservas de uranio, aluminio, bauxita y coltán, lo que añade capas de complejidad a la ya intrincada disputa territorial. Ilustración MidJourney

El Esequibo es hidroeléctrico

Más allá del petróleo, que ha sido el principal detonante del resurgimiento de la disputa entre Venezuela y Guyana, El Esequibo alberga un potencial hidroeléctrico envidiable. Su red de drenaje, encabezada por el río Esequibo, uno de los más largos y caudalosos de América del Sur, junto con sus afluentes, el río Cuyuní y el río Mazaruní, y una serie de cataratas y caídas de agua, brindan oportunidades únicas para la generación de energía hidroeléctrica. Ricardo Salvador de Toma, analista del caso del Esequibo, destaca el Alto Mazaruní como un sitio ideal para la construcción de una planta hidroeléctrica que podría ser crucial en el procesamiento de bauxita, oro y diamantes, recursos también abundantes en la región.

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Pero la minería en El Esequibo no se limita al oro y los diamantes. Según Carrillo, la región alberga vastas reservas de uranio, aluminio, bauxita y coltán, lo que añade capas de complejidad a la ya intrincada disputa territorial. La mina de oro Omai, una de las más grandes del Escudo Guayanés, ha sido una fuente significativa de ingresos para Guyana desde su descubrimiento hace 130 años, marcando la importancia económica de la región.

Medio ambiente y petróleo

En cuanto a la explotación forestal, El Esequibo se destaca por su abundancia de maderas preciosas. Empresas como Bai Shai Lin han obtenido grandes concesiones forestales, aunque esto ha generado controversias sobre el impacto ambiental y las actividades ilícitas asociadas a la explotación de estos recursos.

El Esequibo
Empresas como Bai Shai Lin han obtenido grandes concesiones forestales, aunque esto ha generado controversias sobre el impacto ambiental y las actividades ilícitas asociadas a la explotación de estos recursos. Ilustración MidJourney

El descubrimiento por parte de ExxonMobil en 2015 de grandes yacimientos de petróleo cerca de las costas del Esequibo ha marcado un punto de inflexión en la disputa. El bloque Stabroek, ubicado a unos 200 kilómetros de la costa guyanesa, se ha convertido en el foco de atención, con reservas estimadas cercanas a los 11.000 millones de barriles y una producción diaria de 450 mil barriles de petróleo de alta calidad. Este hallazgo ya ha tenido un impacto significativo en la economía guyanesa, potenciando su posición como potencial exportador de petróleo.

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Profunda preocupación ética

Sin embargo, la disputa sobre El Esequibo va más allá de la mera posesión territorial. Subyace una profunda preocupación ética sobre los posibles acuerdos y términos para el cuidado medioambiental. La ambición de unos pocos no debería traducirse en la pérdida patrimonial de millones que ven en El Esequibo una parte de su identidad nacional, ya sea desde Caracas o Georgetown. Con la COP28 haciendo un llamamiento a abandonar los combustibles fósiles, la presión aumenta para explotar estos recursos de manera rápida, poniendo en riesgo no solo el equilibrio ecológico de la región, sino también la estabilidad geopolítica de un territorio cuya riqueza va más allá de sus recursos naturales, convirtiéndose en un verdadero espejo de las ambiciones y sueños de dos naciones enfrentadas por un legado que trasciende generaciones.

En este intrincado juego de poder y riqueza, El Esequibo emerge no solo como un territorio disputado, sino también como un recordatorio de que las fronteras de la codicia y la diplomacia a menudo se entrelazan en un delicado equilibrio, donde la ética y la sostenibilidad se enfrentan a las realidades de la ambición y el desarrollo económico.

 

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