Caracas y Teherán han construido una relación que trasciende lo meramente diplomática y comercial. Unidos por la presión de las sanciones impuestas por Estados Unidos, ambos países han tejido una alianza estratégica basada en intereses económicos comunes y en una retórica antiimperialista que desafía el orden global dominado por Washington. Las políticas de máxima presión impuestas por la Casa Blanca han empujado a estos dos gobiernos a consolidar su cooperación en sectores clave como la energía, la infraestructura y la producción de bienes esenciales. Mientras Venezuela encuentra en Irán un socio crucial para la refinación de su petróleo, Teherán ve en Caracas un mercado para sus productos y una oportunidad de expandir su influencia en América Latina.
El presente reportaje es una adaptación del análisis realizada por la periodista Kersten Knipp para Deutsche Welle, titulada: “Venezuela e Irán: socios bajo presión”. Con una vasta trayectoria en el periodismo internacional, Knipp ha dedicado más de 15 años a la cobertura de política y cultura global, con especial énfasis en la región comprendida entre la Península Arábiga y el Magreb. En su artículo original, publicado en el portal del diario alemán, explora los desafíos y las estrategias de cooperación entre estos dos países sancionados, así como las incertidumbres que rodean su futuro en el escenario geopolítico.
El nexo entre Caracas y Teherán
Caracas y Teherán han mantenido una relación cercana desde hace décadas, pero su vínculo se fortaleció significativamente con la llegada al poder de Hugo Chávez y la posterior administración de Nicolás Maduro. La visita del expresidente iraní Ebrahim Raisi a Caracas en 2023 consolidó una serie de acuerdos que abarcan desde la cooperación energética hasta la producción agrícola y la asistencia tecnológica. En un contexto donde la industria petrolera venezolana enfrenta serias limitaciones debido a la falta de mantenimiento y la escasez de equipos especializados, Irán ha intervenido con el suministro de repuestos y técnicos para reactivar la producción en refinerías clave. Esta relación no solo desafía las restricciones impuestas por Washington, sino que también refuerza la narrativa de ambos gobiernos sobre la necesidad de construir un orden multipolar que debilite la hegemonía estadounidense.

A mediados de febrero, un par de aviones de Conviasa despegaban de México rumbo a Venezuela, transportando migrantes y algunos miembros de la banda criminal Tren de Agua. Este vuelo se produjo en medio de las negociaciones entre Richard Grenell, enviado especial de Donald Trump, y Nicolás Maduro. El diálogo marcó un aparente reinicio en las relaciones entre Caracas y Washington, aunque en términos estrictamente estratégicos. Por su parte, Teherán no ha recibido ninguna señal de apertura por parte de la administración estadounidense, que mantiene su política de presión con el objetivo de desmantelar las ambiciones nucleares iraníes y reducir su influencia en Medio Oriente.
Las sanciones se bifurcan
Las sanciones económicas han sido una herramienta clave en la estrategia de Washington para debilitar a sus adversarios. Caracas y Teherán han sentido los efectos de estas medidas con especial dureza, lo que ha llevado a sus gobiernos a diseñar estrategias de resistencia que incluyen la evasión de restricciones financieras y el uso de intermediarios para comerciar en los mercados internacionales. En el caso de Irán, su economía se ha sostenido en gran medida gracias al comercio con China y Rusia, mientras que Venezuela ha encontrado en Irán un socio vital para mantener a flote su industria petrolera. A cambio, Caracas ha suministrado crudo y productos agrícolas a Teherán, e incluso ha utilizado oro como forma de pago para evadir el cerco impuesto financiero por Occidente.
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El aislamiento de ambos países en sus respectivas regiones ha sido otro factor determinante en la profundización de su relación. Irán, que solía contar con aliados estatales en Medio Oriente, ha visto reducida su influencia tras los recientes conflictos en la Franja de Gaza y el debilitamiento de sus socios no estatales, como Hezbolá y las milicias chiítas en Irak. Venezuela, por su parte, ha perdido apoyo en América Latina, donde solo Nicaragua, Cuba y ciertos sectores políticos de Bolivia continúan apoyando abiertamente al gobierno de Maduro. Esta falta de aliados ha llevado a Caracas y Teherán a intensificar su cooperación como una forma de contrarrestar su aislamiento internacional y fortalecer sus economías frente a las sanciones.
Baluartes de la lucha antiimperialista
Caracas y Teherán también comparten una narrativa ideológica que refuerza su alianza. Ambos gobiernos se presentan como baluartes de la lucha antiimperialista, promoviendo un discurso en el que denuncian a Estados Unidos como un actor desestabilizador que busca mantener su dominio global a la costa de las naciones soberanas. En este sentido, la retórica de Maduro contra el «neocolonialismo» estadounidense y las declaraciones del líder supremo iraní, Ali Khamenei, sobre la «hipocresía de Occidente» forman parte de una estrategia comunicacional que busca legitimar su resistencia frente a las sanciones y movilizar apoyo interno.
La colaboración entre Caracas y Teherán ha abarcado múltiples sectores, desde el suministro de gasolina y la reparación de refinerías venezolanas hasta la venta de alimentos y productos básicos iraníes en el mercado venezolano. A pesar de las dificultades logísticas y la supervisión de las agencias de control estadounidenses, ambos países han logrado mantener una relación comercial dinámica, utilizando mecanismos alternativos de pago y rutas de exportación poco convencionales para esquivar las restricciones internacionales.

Washington tiene el poder
El futuro de esta alianza sigue siendo incierto. La posibilidad de un cambio en la política estadounidense hacia Venezuela podría modificar el equilibrio de poder en la región y afectar la relación con Irán. Si Washington decidiera flexibilizar las sanciones sobre la industria petrolera venezolana a cambio de concesiones políticas por parte de Maduro, Caracas podría reducir su dependencia de Teherán y buscar socios comerciales más estables en otros mercados. Por otro lado, si Irán opta por moderar su programa nuclear y negociar un alivio de sanciones con Estados Unidos, su necesidad de recurrir a Venezuela como socio económico podría disminuir significativamente.
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Sin embargo, mientras las sanciones sigan vigentes y la presión internacional se mantenga, Caracas y Teherán continuarán navegando en el estrecho de restricciones impuestas por Estados Unidos. Su cooperación no solo es una respuesta pragmática a las dificultades económicas, sino también un símbolo de resistencia frente a un orden global que considera adverso a sus intereses. En este escenario de incertidumbre, la relación entre ambos países seguirá evolucionando en función de las dinámicas geopolíticas y las decisiones estratégicas de sus respectivos gobiernos.