La Inteligencia Artificial salva a X de Musk, una frase que, más allá de su valor periodístico, describe con crudeza una operación financiera que revela el deterioro de una de las plataformas más influyentes del siglo XXI. Lo que alguna vez fue Twitter, ahora reencarnado como X, se convirtió en un vestigio lastimoso de su antiguo esplendor. Elon Musk, el empresario que la compró por 44 mil millones de dólares en 2022, decidió traspasarla a su propia startup de inteligencia artificial, xAI, en un movimiento que muchos consideran una operación de rescate con disfraz tecnológico. En esta maniobra que mezcla genio financiero con desesperación empresarial, la IA no solo entra como solución, sino como la salvación narrativa de un experimento fallido.
El presente reportaje se basa en el trabajo original de las periodistas Kate Conger y Lauren Hirsch, publicado en el The New York Times bajo el título: “Elon Musk afirma haber vendido X a su startup de inteligencia artificial xAI”. Conger, con sede en San Francisco, cubre las grandes tecnológicas y, en especial, la plataforma X y su impacto en la libertad de expresión online. Hirsch, por su parte, se especializa en los movimientos financieros más relevantes de Wall Street. Ambas combinan su experticia para exponer cómo esta operación entre X y xAI revela una estrategia empresarial que desnuda la fragilidad de los negocios de Musk, así como la naturaleza especulativa que marca el paso en la industria tecnológica contemporánea.
Inteligencia Artificial salva a X de Musk
Inteligencia Artificial salva a X de Musk, o al menos eso es lo que pretende hacer ver el magnate. La realidad detrás del titular es más compleja: X, otrora Twitter, ha venido perdiendo valor de forma sostenida. De una compra por 44 mil millones, su última valoración por parte de Fidelity, uno de sus inversores, fue de apenas 12 mil millones en diciembre de 2023. Las razones son diversas: una moderación de contenido errática, decisiones empresariales que ahuyentaron a los anunciantes, y un enfoque cada vez más ideológico por parte de Musk, que usó la plataforma para amplificar sus opiniones políticas y acercarse a figuras como Donald Trump. En este contexto, xAI aparece no tanto como un emprendimiento revolucionario, sino como el bote salvavidas que Musk lanza desde su otra empresa para rescatar los restos del naufragio.

Según Conger y Hirsch, la operación fue completamente en acciones. Musk anunció que X fue adquirida por xAI, una empresa que él mismo fundó en 2023 para competir con OpenAI. En ese intercambio, xAI fue valorada en 80 mil millones de dólares y X en 33 mil millones. Este número, aunque inferior al monto inicial de adquisición, es mucho más generoso que el cálculo realista del mercado, lo que sugiere una sobrevaloración intencionada para evitar el escarnio público. Es una maniobra similar a la que Musk ejecutó en 2016 cuando utilizó acciones de Tesla para comprar SolarCity. Una vieja fórmula: combinar una empresa que se deprecia con otra que se aprecia, y así maquillar el balance.
Jugada de la polinización cruzada
Inteligencia Artificial salva a X de Musk, pero no necesariamente a sus empleados ni a sus usuarios. El bot Grok, desarrollado por xAI y entrenado con datos de usuarios de X, es una de las primeras señales de cómo la IA se ha empezado a integrar con la plataforma. Grok no solo vive dentro de X, sino que además es utilizado como anzuelo para nuevos modelos de monetización. A la vez, parte de los ingresos actuales de X provienen del licenciamiento de datos a xAI, lo que en la práctica significa un trasvase de fondos dentro del mismo ecosistema Musk. Como explican los expertos, esta polinización cruzada entre empresas puede ser rentable, pero también opaca, lo que dificulta saber cuál de las dos está en realidad sosteniendo a la otra.
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El anuncio fue celebrado por Linda Yaccarino, actual CEO de X, con una frase que parece ignorar la gravedad de la situación: “El futuro no podría ser más brillante”. Sin embargo, los datos dicen otra cosa. Internamente, los ingresos publicitarios siguen siendo insuficientes. Un correo interno filtrado por The New York Times reveló que en el primer trimestre de 2025, X apenas había alcanzado 91 millones de dólares en anuncios, lejos de su meta de 153 millones. A pesar de algunos anunciantes que regresan por afinidad ideológica o cálculo estratégico, la plataforma no ha logrado estabilizar sus finanzas. En este panorama, el acuerdo con xAI aparece como una vía de escape tan necesaria como cuestionable.
Una disfrazada pérdida de autonomía
Inteligencia Artificial salva a X de Musk, o al menos lo intenta con una narrativa grandilocuente sobre la búsqueda de la verdad y la promoción del conocimiento, según palabras del propio Musk. Pero debajo de la retórica, el movimiento también implica una consolidación de poder. Al unir datos, modelos, distribución, talento y computación, Musk se convierte en el centro neurálgico de una estructura que mezcla redes sociales, inteligencia artificial y comunicación política. Esta fusión borra los límites tradicionales entre empresa y plataforma, entre servicio y propaganda. Para los inversionistas, esto podría sonar a eficiencia. Para los usuarios, a pérdida de autonomía.
El problema de fondo sigue siendo que X, como plataforma, ha dejado de ser atractiva para los anunciantes y para muchos de sus usuarios. Las decisiones de moderación de contenido, la aparición de discursos extremistas sin contrapeso, y la sensación general de caos han degradado la experiencia. Si bien los ingresos mejoraron ligeramente gracias a xAI, no está claro si esta inyección artificial puede sostenerse en el tiempo. Algunos analistas incluso advierten que esta fusión es un maquillaje contable, más orientado a proteger el ego del empresario que a resolver la sostenibilidad del producto.

Control total, opacidad, y manipulación de datos
La Inteligencia Artificial salva a X de Musk, pero lo hace a costa de convertirlo en una especie de laboratorio de pruebas. Desde su fundación, xAI ha sido presentada como una alternativa ética a OpenAI. Musk ha criticado fuertemente a esta última, a pesar de haber sido uno de sus fundadores, e incluso ha demandado a la empresa por desviarse de su propósito original. Pero mientras lanza acusaciones, Musk replica los mismos patrones: control total, manejo opaco, y utilización de datos sin límites claramente definidos. Grok, el bot de xAI, es solo el inicio de un modelo donde la plataforma ya no se define por lo que los usuarios publican, sino por lo que la IA interpreta de ellos.
La operación fue también una solución financiera a la deuda de X. Musk, según reporta el Times, logró pagar gran parte de ella en febrero, gracias a un uso inteligente —aunque polémico— de los recursos cruzados entre ambas empresas. Los inversores fueron informados de que los ingresos de X habían mejorado en parte porque xAI estaba comprando sus datos. De esta forma, la IA no solo rescata la imagen de X, sino también su contabilidad. En un contexto donde la información vale más que la atención, Musk parece haber entendido que los datos —aunque sean de una red social en decadencia— todavía pueden monetizarse en una narrativa de innovación.
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Musk no es un buen socio
Inteligencia Artificial salva a X de Musk, pero no necesariamente lo hace mejor. La decisión de fusionar ambas compañías fue recibida con alivio por algunos sectores, pero también con escepticismo. Las dudas giran en torno a cuánto control tiene realmente el ecosistema sobre la IA que está integrando, y hasta qué punto los usuarios han consentido el uso de sus publicaciones para entrenar modelos como Grok. A largo plazo, esta simbiosis entre una red social agonizante y una startup de IA en ascenso podría generar tensiones éticas que ni Musk podrá esquivar con una publicación viral.
A medida que se consolida esta integración, X deja de ser la plaza pública que alguna vez aspiró a ser. En su lugar, emerge una especie de híbrido entre red social, centro de datos y fábrica de algoritmos. Para los entusiastas de la tecnología, esto puede parecer el futuro. Para los defensores de una internet abierta y plural, se trata de un retroceso disfrazado de evolución. Lo cierto es que la vieja Twitter ya no existe, y lo que queda es una carcasa operada por un titiritero que usa los hilos de la IA para mantenerla en pie. La Inteligencia Artificial salva a X de Musk, pero no sin convertirla en algo completamente distinto.