Una mujer presidenta de los Estados Unidos continúa siendo un hito pendiente en el país que, a pesar de ser una de las democracias más antiguas del mundo, parece no estar listo para romper el techo de cristal en la presidencia. La reciente derrota de Kamala Harris, candidata demócrata en las elecciones presidenciales de 2024, es un recordatorio de que los desafíos para una mujer en el escenario político estadounidense siguen siendo únicas y profundamente arraigadas. Harris, que se presentó como una pionera siendo la primera mujer negra y de ascendencia del sur de Asia en postularse para el cargo, enfrentó una rápida y contundente derrota ante el republicano Donald Trump, lo cual ha generado un debate sobre la posibilidad real de que Estados Unidos pueda aceptar a una mujer en la posición más alta del gobierno.
El material de análisis original que inspiró esta discusión fue escrito por Farida Jalalzai, profesora de Ciencias Políticas y Decana Asociada de la Facultad de Artes Liberales y Ciencias Humanas en Virginia Tech. Este artículo, publicado en The Conversation bajo el título: “El techo de cristal de Estados Unidos sigue vigente: aquí están algunas de las razones por las que una mujer puede haber perdido una vez más la presidencia”, examina no solo la candidatura de Harris, sino también la tendencia histórica que parece desfavorecer a las mujeres en la política estadounidense. Amy Lieberman, editora de política y sociedad en The Conversation US, mantuvo una conversación con Jalalzai para profundizar en el impacto de la derrota de Harris y cómo el género pudo haber sido un factor relevante. Lieberman cuestionó si el hecho de que Harris sea una mujer de color afectó significativamente su capacidad para conseguir el apoyo de un electorado que, aunque progresista en apariencia, no ha logrado reflejar dicho progresismo en sus decisiones presidenciales.
Una mujer presidenta de los Estados Unidos
Una mujer presidenta de los Estados Unidos es aún una posibilidad sin concretar, y el caso de Kamala Harris es solo el ejemplo más reciente de este patrón. En 2016, Hillary Clinton también se enfrentó a Donald Trump en una campaña histórica, donde a pesar de ganar el voto popular por casi tres millones de votos, perdió en el colegio electoral, un sistema que ha sido criticado por su influencia en las victorias de candidatos sin mayoría popular. A diferencia de Clinton, Harris optó por evitar enfatizar la relevancia histórica de su candidatura femenina, enfocándose en cambio en la capacidad y experiencia que podía aportar al cargo. Sin embargo, incluso esta estrategia de minimizar la cuestión de género no fue suficiente para cambiar la percepción de un sector de presión que, en palabras de Trump, busca “un hombre fuerte” para liderar el país, subrayando así el estereotipo de que una mujer podría no ser lo suficientemente firme para enfrentar los desafíos globales.

La derrota de Harris también refleja el clima político actual en Estados Unidos, que parece retroceder en temas de igualdad de género. Lieberman observa que el ambiente político se ha vuelto más hostil, donde comentarios misóginos y racistas, que en 2016 fueron criticados, hoy se han normalizado. Durante la campaña de 2024, Trump y sus partidarios apelaron a tropos sexistas y racistas, reforzando una narrativa patriarcal que cuestionaba la capacidad de liderazgo de una mujer en el escenario mundial. Estos ataques se extendieron desde críticas personales hasta insinuaciones sobre la posición de poder de Harris como vicepresidenta, apuntando incluso a que llegó a esa posición “por favores sexuales”, una táctica de desprestigio que resalta las barreras de género persistentes en la sociedad estadounidense.
Acerca de las barreras sistémicas
Una mujer presidenta de los Estados Unidos enfrenta no solo los desafíos de un electorado polarizado, sino también las barreras sistémicas que limitan su ascenso. En comparación con otros países que han tenido mujeres líderes, Estados Unidos parece ser una excepción notable. Jalalzai explica que, a diferencia de los sistemas parlamentarios donde las mujeres pueden ascender al poder como primeras ministras, la presidencia estadounidense es un rol de poder único y absoluto, en el que las figuras femeninas son más propensas a ser juzgadas bajo estereotipos de género. Además, el poder nuclear y militar de Estados Unidos sigue siendo estereotipado como una arena masculina, en la que, en términos culturales, una mujer podría ser vista como “débil” o “indecisa” en momentos de crisis.
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Para Jalalzai, el caso de Harris no es un hecho aislado, sino parte de un fenómeno que afecta a las mujeres en los sistemas presidenciales alrededor del mundo. Es común que las mujeres que han llegado a la presidencia en este tipo de gobiernos cuenten con el respaldo de un predecesor masculino o pertenezcan a una familia política poderosa, como en el caso de Cristina Fernández de Kirchner en Argentina, quien asumió el cargo tras el mandato de su esposo, Néstor Kirchner. Incluso en América Latina, donde varias mujeres han asumido la presidencia, suelen hacerlo tras el apoyo explícito de figuras masculinas de peso. En contraste, Harris intentó avanzar en su carrera sin contar con un apoyo de esa magnitud, lo cual, en un sistema tan tradicionalmente masculino como el estadounidense, supone un desafío considerable.

Un misógino gana la presidencia
La interrogante de si Estados Unidos está avanzando o retrocediendo en temas de igualdad de género se mantiene. Lieberman observa que, si bien hace unos años parecía que el país avanzaba en la representación femenina, la reciente victoria de Trump con un discurso misógino plantea dudas. En 2016, sus ataques verbales hacia Clinton incluían insultos explícitos; sin embargo, en esta campaña, sus ataques hacia Harris, aunque igualmente despreciables, fueron recibidos con menos rechazo. Según Lieberman, la normalización de estas tácticas refleja un estancamiento en el progreso hacia la igualdad, en un momento en el que el país debería estar dando pasos adelante en representación de género.
Una mujer presidenta de los Estados Unidos sigue siendo, en palabras de Jalalzai, una meta distante en un país donde el rol de presidente se ha moldeado con expectativas de fuerza y liderazgo que suelen asociarse con figuras masculinas. La presidencia no solo requiere el respaldo popular, sino también una narrativa que, hasta ahora, parece inalcanzable para muchas mujeres políticas estadounidenses. Para romper verdaderamente el techo de cristal, se necesitaría un cambio de mentalidad que permita ver a las mujeres como líderes plenamente competentes para asumir las más altas responsabilidades de gobierno, sin las limitaciones impuestas por estereotipos de género que aún persisten en la cultura política del país.
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Finalmente, una mujer presidenta de los Estados Unidos es un experimento que aún no se ha validado no solo por los factores estructurales, sino también por la percepción social de que ciertos cargos deben ser ocupados por hombres. Harris ha abierto camino, pero su derrota también muestra que, a pesar de los avances en derechos y oportunidades, aún hay un largo recorrido hacia una igualdad real en la política de Estados Unidos.