Donald Trump, expresidente de Estados Unidos y figura central del Partido Republicano, ha sido consistentemente un negacionista del cambio climático, pero su enfoque en la industria de los combustibles fósiles lo convierte en algo más: un petrolero empedernido. Desde el inicio de su carrera política, Trump ha rechazado abiertamente la ciencia detrás del cambio climático, tildando el fenómeno como un «engaño» y promoviendo políticas que favorecen la extracción y el uso de petróleo, gas y carbón. Este compromiso con la industria petrolera no solo ha definido su mandato, sino que también ha dejado un impacto duradero en la política energética y ambiental de Estados Unidos.
Robert Taylor, periodista independiente especializado en cuestiones medioambientales, ha seguido de cerca las políticas de Trump en materia de energía. Con una trayectoria que incluye su trabajo como analista económico para la empresa petrolera Shell, Taylor aporta una perspectiva única sobre la relación entre la política y la industria petrolera. En su artículo de opinión titulado “Los aviones climáticos de Trump no sólo son poco científicos, sino también extraños”, publicado en el portal The Hill, Taylor destaca cómo Trump, un petrolero empedernido, ha utilizado su plataforma para desmantelar regulaciones ambientales clave y reforzar la producción de combustibles fósiles en Estados Unidos.
Donald Trump es un petrolero empedernido
Las diferencias entre republicanos y demócratas son evidentes en múltiples áreas, pero cuando se trata del cambio climático, estas diferencias se amplifican. Trump ha convertido la retórica «perfora, perfora» en un mantra dentro de su partido, reflejando un compromiso inquebrantable con la industria de los combustibles fósiles. Bajo su liderazgo, el Partido Republicano ha promovido la expansión del carbón, el petróleo y el gas, y ha retrasado la transición hacia energías limpias, a pesar de las crecientes evidencias de los daños catastróficos e irreversibles que estos combustibles causan al planeta. Taylor señala que este enfoque es particularmente irónico, dado que el movimiento ambientalista en Estados Unidos fue encabezado por un presidente republicano, Richard Nixon, en la década de 1970.

Trump, sin embargo, ha llevado a su partido en la dirección opuesta. Hoy en día, 123 miembros del Congreso, incluyendo figuras clave como el presidente de la Cámara de Representantes y el líder de la mayoría, son negacionistas del cambio climático, cuestionando la validez del consenso científico que vincula la quema de combustibles fósiles con el calentamiento global. Para Trump, quien se ha consolidado como un petrolero empedernido, el cambio climático es simplemente un concepto desacreditado, y su administración ha trabajado incansablemente para desmantelar las políticas que buscan mitigar sus efectos.
La mentira como política
Durante su presidencia, Trump hizo una serie de declaraciones sorprendentes y sin fundamento sobre el cambio climático. En una entrevista con Elon Musk, expresó ideas que iban desde lo absurdo hasta lo peligrosamente ignorante. Entre sus afirmaciones, destacó que el aumento del nivel del mar podría crear «más propiedades frente al mar», restando importancia a la necesidad urgente de reducir las emisiones de carbono. Estas declaraciones no solo subrayan su falta de comprensión sobre la ciencia climática, sino que también refuerzan su postura como un petrolero empedernido, dispuesto a priorizar los intereses de la industria petrolera sobre la salud del planeta.
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El activista climático Bill McKibben calificó la entrevista de Trump con Musk como «la conversación climática más tonta de todos los tiempos». Esta declaración refleja el nivel de desconexión que existe entre Trump – un petrolero empedernido- y la realidad del cambio climático. Sin una agenda política clara para mitigar el cambio climático, Trump ha centrado sus esfuerzos en promover la producción de combustibles fósiles en Estados Unidos, llevando la producción a niveles históricos y consolidando a la nación como el mayor productor de estos recursos a nivel mundial.
Dinero del oro negro en la campaña
La razón detrás de esta postura es evidente: el apoyo financiero y político de la industria de los combustibles fósiles. Durante una cena de recaudación de fondos en Mar-a-Lago, Trump solicitó 1.000 millones de dólares en contribuciones de campaña a ejecutivos de empresas como Chevron, Exxon y Occidental Petroleum. A cambio, prometió eliminar las barreras a la perforación, levantar la pausa en las exportaciones de gas y revertir las nuevas regulaciones destinadas a reducir la contaminación automotriz. Estas promesas no solo subrayan su compromiso con la industria petrolera, sino que también consolidan su imagen como un petrolero empedernido, dispuesto a hacer todo lo necesario para proteger los intereses de los combustibles fósiles.
El impacto de esta relación simbiótica entre Trump y la industria petrolera se refleja en las cifras. Según datos de Yale Climate Communications, solo una pequeña minoría de estadounidenses rechaza las conclusiones de la ciencia climática, mientras que más del 50 por ciento de la población está «alarmada» o «preocupada» por el cambio climático. A pesar de esto, los legisladores republicanos que niegan la ciencia climática han recibido 52 millones de dólares en donaciones de la industria de los combustibles fósiles a lo largo de sus carreras, lo que explica en parte su resistencia a adoptar políticas ambientales más estrictas.

Pactos rotos
En la Conferencia sobre el Clima de París de 2016, casi todos los países acordaron trabajar juntos para limitar el aumento de las temperaturas globales a no más de 1,5 grados Celsius por encima de los niveles preindustriales. Sin embargo, bajo el liderazgo de Trump, Estados Unidos ha dado marcha atrás en sus compromisos climáticos, priorizando la producción de petróleo y gas a expensas del medio ambiente. Taylor subraya que el legado de Trump como un petrolero empedernido está marcado por la eliminación de más de 100 regulaciones ambientales durante su mandato, un daño que podría tener consecuencias devastadoras para las futuras generaciones.
El futuro de la política climática en Estados Unidos pende de un hilo, dependiendo en gran medida del resultado de las elecciones presidenciales y del control del Congreso. Si los republicanos logran recuperar la Casa Blanca y la mayoría obtienen en ambas cámaras, es probable que se desmantele gran parte de la política climática federal actual. El Proyecto 2025, un manifiesto republicano, detalla planes para desmantelar la Agencia de Protección Ambiental y otras instituciones clave en la lucha contra el cambio climático. En este contexto, la figura de Trump como un petrolero empedernido se erige como un obstáculo significativo para cualquier progreso en la mitigación del cambio climático.
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La presidencia de Donald Trump no solo estuvo marcada por su negación del cambio climático, sino también por su ferviente apoyo a la industria de los combustibles fósiles. Como un petrolero empedernido, Trump ha trabajado incansablemente para proteger y promover los intereses de esta industria, a menudo en detrimento del medio ambiente y de la salud pública. El legado de sus políticas energéticas y ambientales es un recordatorio de los desafíos que enfrenta Estados Unidos en su lucha por abordar la crisis climática, y de cómo el poder y la influencia de la industria petrolera pueden moldear la política nacional de maneras profundas y duraderas.

