Neofascismo desde Washington. No es una etiqueta gratuita ni una exageración retórica. Es la sensación que comienza a extenderse en círculos diplomáticos, académicos y turísticos internacionales, a raíz de una serie de políticas, discursos y prácticas fronterizas que, lejos de inspirar confianza, evocan los peores capítulos del autoritarismo del siglo XX. Un conjunto creciente de turistas internacionales está experimentando una transformación inquietante del «sueño americano» en una pesadilla burocrática, donde un teléfono celular puede ser la sentencia de exclusión, y una postura crítica contra la administración Trump se convierte en un pasaje directo al rechazo de entrada.
La alerta la ha encendido Ceylan Yeğinsu, periodista especializada en viajes del diario The New York Times, en su artículo titulado: “Se avecina una ‘caída de Trump’ mientras los visitantes extranjeros reconsideran sus viajes a EE.UU.”. Yeğinsu, con trayectoria en la cobertura de destinos turísticos y tendencias globales, recoge el testimonio de múltiples viajeros que reportan hostilidad, detenciones arbitrarias y revisión ilegal de sus dispositivos móviles por parte de autoridades estadounidenses. El deterioro de la experiencia turística y la creciente percepción de inseguridad política han hecho que muchos visitantes internacionales no solo cancelen sus viajes, sino que reconsideren moralmente el respaldo económico del país.
¿Neofascismo desde Washington?
Neofascismo desde Washington: esa es la impresión que dejó el caso del científico francés a quien se le negó la entrada al país por el contenido ideológico hallado en su teléfono móvil, tras una revisión que, a ojos de organismos como Human Rights Watch y Amnistía Internacional, constituye una violación directa a los derechos individuales. Aunque el Departamento de Seguridad Nacional negó que la decisión tuviera motivaciones políticas, el patrón de casos similares apunta a una creciente tendencia de vigilancia ideológica, propia de regímenes autoritarios. Según la Electronic Frontier Foundation, en 2024 se registraron más de 8.500 inspecciones de dispositivos digitales a personas que ingresaron a EE.UU., un aumento del 34 % con respecto al año anterior.

Detrás de estas cifras hay historias personales como la de Mallory Henderson, una consultora de marketing de Londres que canceló un viaje familiar a Boston por temor al “ambiente hostil y aterrador” que, asegura, se respira en los controles migratorios. Como ella, miles. Tourism Economics redujo su proyección inicial del crecimiento del turismo internacional hacia Estados Unidos de 9 % a una caída del 5,1 %. En términos económicos, se traduce en una pérdida de al menos 18.000 millones de dólares en gasto turístico, lo que afecta desde grandes aerolíneas hasta pequeños negocios como el de Luke Miller, guía turístico en Nueva York, quien reporta cancelaciones masivas, principalmente por parte de canadienses.
Política exterior imprevisible y conflictiva
El neofascismo desde Washington resuena también en las relaciones exteriores. El regreso de un nacionalismo agresivo estilo “America First” ha derivado en una política exterior imprevisible y conflictiva. Aranceles contra aliados históricos como Canadá y Alemania; amenazas contra la OTAN; y un borrador circulante en la Casa Blanca que podría restringir la entrada a ciudadanos de hasta 43 países —entre ellos Santa Lucía, Camboya y Bielorrusia— han desatado una ola de reacciones internacionales. El gobierno británico, el alemán y el canadiense ya han actualizado sus alertas de viaje a EE.UU., advirtiendo que incluso una visa aprobada no garantiza la entrada, y que los turistas podrían ser detenidos si sus redes sociales, correos electrónicos o dispositivos muestran contenido “sospechoso”.
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No se trata sólo de la pérdida de comodidad del visitante. Lo que está en juego es el principio mismo de presunción de inocencia, la privacidad de los datos personales y la libertad ideológica. Diversos expertos en derecho internacional y derechos digitales advierten que estas prácticas, amparadas en la Ley Patriota y otras legislaciones de excepción, abren la puerta a un Estado de vigilancia permanente. Según Bruce Schneier, especialista en ciberseguridad de Harvard, «la revisión sin orden judicial de dispositivos personales en las fronteras es un agujero negro legal que Estados Unidos explota como herramienta de control ideológico».
Con aires del Tercer Reich
El neofascismo desde Washington es también un espejo que refleja una sociedad fracturada y polarizada. El fenómeno MAGA (Make America Great Again), lejos de ser una simple consigna electoral, ha mutado en una corriente identitaria excluyente. Para muchos analistas, esto deriva recuerda preocupantemente al ultranacionalismo que alimentó la maquinaria propagandística del Tercer Reich. En ambos casos, la exaltación de una identidad nacional única ha justificado políticas de exclusión, vigilancia y castigo contra quienes no se alinean ideológicamente. «El neofascismo no requiere botas militares ni campos de concentración, basta con que el miedo se institucionalice», advierte Ruth Ben-Ghiat, historiadora de NYU y experta en autoritarismo.
En las terminales aéreas de Miami, Nueva York o Los Ángeles, los testimonios se multiplican: turistas retenidos por horas sin explicación clara, interrogatorios sobre opiniones políticas, acceso forzado a mensajes privados. Todo bajo la justificación de “seguridad nacional”, un término que ha devenido en comodín para justificar el atropello. La Unión Americana de Libertades Civiles (ACLU) ha documentado decenas de casos de discriminación en frontera desde 2023, particularmente dirigidos a ciudadanos de países musulmanes, latinoamericanos y africanos.

Todos saben que algo está roto
El neofascismo desde Washington se confirma también en el silencio cómplice de ciertos sectores. Mientras las agencias de viajes intentan tranquilizar a sus clientes, y las oficinas de turismo lanzan campañas que promueven la «hospitalidad americana», en el fondo saben que algo se ha roto. Julie Coker, presidenta de New York City Tourism+ Conventions, intenta ofrecer una imagen esperanzadora, promocionando barrios más accesibles fuera de Manhattan, pero incluso en su discurso se desliza la urgencia de “recuperar el gasto internacional para 2026”.
El impacto no es solo económico. Es moral y simbólico. Christoph Bartel, joven alemán residente en Noruega, canceló su viaje a Arizona como acto de protesta tras el despido de guardaparques y la revocación de leyes ambientales por parte del gobierno de Trump. Su decisión de llevar su dinero a Canadá o México responde a una lógica ética cada vez más compartida entre los viajeros internacionales: no apoyar regímenes que vulneran derechos humanos.
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El miedo está instalado en USA
El neofascismo desde Washington se infiltra en los cuerpos y en las maletas, en los bytes y en las conversaciones privadas. Lo que comenzó como una retórica incendiaria desde la tribuna republicana se ha convertido en políticas concretas que desincentivan la visita a Estados Unidos no por su costo, sino por el miedo. Un miedo que no se combate con descuentos ni marketing optimista, sino con una profunda revisión del rumbo ideológico que está tomando una de las democracias más influyentes del mundo.
Si bien las autoridades norteamericanas insisten en que no hay discriminación, y que las inspecciones obedecen a razones técnicas de seguridad, la tendencia evidencia una ruptura con los principios liberales que definieron la imagen de EE.UU. como tierra de libertades. Hoy, el país proyecta un modelo más cerrado, vigilante y punitivo, donde disentir o simplemente no simpatizar con el oficialismo puede costar la entrada.
El neofascismo desde Washington no es un titular efectista. Es una advertencia. Es el eco de una transformación en marcha que ya está afectando la percepción internacional de Estados Unidos, su economía turística y, sobre todo, su legitimidad moral en el escenario global. En el espejo retrovisor de la historia, ya hemos visto esta película antes. El desafío consiste en impedir que se repita.