¿Será sincero el deseo de cambio en Venezuela de implementar una mejor democracia?

En los últimos años, la sociedad venezolana ha sido testigo de un debate intenso y polarizante sobre la viabilidad y sinceridad del deseo de cambio hacia una mejor democracia. Esta pregunta resuena en cada rincón del país, especialmente en un contexto donde el autoritarismo y la radicalización política parecen ser las respuestas predominantes a las crisis económicas y sociales. La noción de una «mejor democracia» no es solo un anhelo, sino una necesidad urgente para muchos venezolanos que buscan estabilidad y progreso.

José Antonio Gil Yepes, un reconocido sociólogo venezolano y presidente de la encuestadora Datanálisis entre 1989 y 2011, ha abordado este tema en su artículo titulado «¿En qué consiste superar los extremismos?» publicado en el diario El Universal. Con su vasta experiencia, Gil Yepes ofrece una perspectiva profunda sobre las dinámicas que actualmente moldean la política venezolana. Su análisis revela cómo los extremismos, ya sean políticos, ideológicos, religiosos o de cualquier otra índole, maximizan ciertos valores mientras minimizan otros, creando un ambiente de polarización y conflicto constante. Según Gil Yepes, esta dinámica impide la formación de una verdadera «mejor democracia», ya que los extremismos generan relaciones de solidaridad automática dentro de los propios grupos y desconfianza hacia los ajenos.

En busca de una mejor democracia

En el contexto venezolano, la lucha por una mejor democracia se ve obstaculizada por la presencia de un gobierno autoritario y una oposición liderada por la radical de derecha, María Corina Machado. Ambas partes se preparan para un combate por votos que tendrá lugar el 28 de julio, pero la cuestión sigue siendo si estas fuerzas están realmente comprometidas con un cambio genuino o si solo buscan el poder para perpetuar sus propios intereses. La «mejor democracia» mencionada por Gil Yepes requiere un pluralismo efectivo y una coexistencia armoniosa entre diversos grupos sociales, algo que parece estar fuera del alcance de la actual clase política venezolana.

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Desde la desaparición de regímenes autoritarios en el pasado hasta la inestabilidad constante de las dictaduras actuales, el país ha visto cómo los extremismos fracasan en proporcionar una «mejor democracia». Ilustración MidJourney

Los extremismos, como explica Gil Yepes, operan mediante la creación de un enemigo común que debe ser eliminado para lograr la estabilidad. Esta lógica ha llevado a la marginación y represión de numerosos grupos en Venezuela, resultando en una concentración de poder que favorece la corrupción y el clientelismo. La estabilidad obtenida bajo tales regímenes es frágil y transitoria, ya que no se permite la retroalimentación necesaria para corregir fallos sistémicos. En lugar de transformarse, estos regímenes son eventualmente sustituidos por otros similares, perpetuando un ciclo de inestabilidad y conflicto.

Un ciclo resistente

La historia de Venezuela en las últimas décadas ha sido un claro ejemplo de este ciclo. Desde la desaparición de regímenes autoritarios en el pasado hasta la inestabilidad constante de las dictaduras actuales, el país ha visto cómo los extremismos fracasan en proporcionar una «mejor democracia». Los regímenes basados en exclusivismos religiosos o ideológicos, como los de la Edad Media o los nazis, también desaparecieron por las mismas razones. En una sociedad moderna y plural, con una alta división del trabajo, es imprudente intentar imponer un dominio unilateral.

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La pregunta clave en las relaciones sociales modernas, como señala Gil Yepes, no es «¿quién tiene la razón?», sino «¿cómo nos ponemos de acuerdo?». En este sentido, los países más desarrollados y políticamente estables han logrado establecer un modelo democrático liberal plural, donde las diferencias se aceptan y se busca la cooperación entre los diversos grupos. Este modelo ha demostrado ser exitoso en proporcionar una mejor calidad de vida para la mayoría de sus habitantes y en mantener la estabilidad política.

De evoluciones e involuciones

Desafortunadamente, Venezuela no ha logrado implementar este modelo de «mejor democracia». En su lugar, el país se debate entre una democracia de pluralismo limitado y un autoritarismo abierto. Los intentos de implantar democracias de pluralismo efectivo han sido casi siempre insinceros y cortos de miras, como lo demuestra la situación actual. La radicalización de la oposición y la resistencia del gobierno autoritario han creado un entorno donde la polarización y el conflicto son la norma.

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La clave para lograr una «mejor democracia» en Venezuela radica en la capacidad de sus líderes y ciudadanos para trascender las divisiones y construir un diálogo inclusivo. Ilustración MidJourney.

La reflexión de Gil Yepes subraya que la estabilidad y el desarrollo en una sociedad moderna dependen de la capacidad de armonizar intereses diversos y de aceptar la retroalimentación como un mecanismo esencial para la evolución y mejora del sistema. Sin esta capacidad, cualquier intento de implementar una «mejor democracia» está condenado al fracaso. Los extremismos, con su enfoque en maximizar ciertos valores a expensas de otros, no pueden proporcionar la flexibilidad y adaptabilidad necesarias para una gobernanza efectiva en el siglo XXI.

Un deseo en entredicho

La sinceridad del deseo de cambio en Venezuela hacia una mejor democracia está en entredicho. Mientras los extremismos continúen dominando el paisaje político, y mientras no se adopten verdaderos compromisos con el pluralismo y la cooperación, el sueño de una «mejor democracia» seguirá siendo eso: un sueño. La historia nos ha mostrado que los regímenes autoritarios y las oposiciones radicalizadas no pueden proporcionar la estabilidad y el progreso que los venezolanos anhelan. Solo un cambio genuino hacia un pluralismo efectivo y una verdadera democracia liberal puede romper el ciclo de inestabilidad y abrir el camino hacia un futuro más prometedor.

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La clave para lograr una «mejor democracia» en Venezuela radica en la capacidad de sus líderes y ciudadanos para trascender las divisiones y construir un diálogo inclusivo. Esto implica reconocer la legitimidad de las diferentes perspectivas y trabajar juntos para encontrar soluciones que beneficien a la mayoría. Es esencial fomentar una cultura política que valore la participación ciudadana, la transparencia y la rendición de cuentas. Solo a través de un compromiso genuino con estos principios, y dejando atrás las prácticas autoritarias y extremistas, Venezuela podrá avanzar hacia una democracia que realmente refleje las aspiraciones y necesidades de su pueblo. El desafío es grande, pero la recompensa de una sociedad más justa y próspera hace que el esfuerzo valga la pena.

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