Jaime Richart: La estabilidad está desapareciendo como una ambición que moldeaba a Occidente

La estabilidad está desapareciendo. No es solo una percepción pasajera ni una alarma exagerada; es una realidad que impregna las estructuras sociales, económicas y políticas de Occidente. Este fenómeno, que hasta hace poco parecía una amenaza lejana, se manifiesta ahora en cada rincón de la vida cotidiana. Así lo plantea Jaime Richart, intelectual español con una trayectoria multifacética en derecho, antropología y filosofía, quien ha desarrollado una visión crítica sobre la fragilidad que define a las sociedades modernas. En un artículo titulado: “La inestabilidad”, publicado en el portal de periodismo político venezolano Aporrea, Richart explora cómo el anhelo de estabilidad que durante siglos fue el motor de las civilizaciones occidentales parece estar cediendo ante una fascinación por la incertidumbre y el riesgo.

Richart, quien ha transitado por diferentes escenarios sociales y profesionales —desde su paso por la policía durante el régimen franquista hasta su trabajo como jurista y antropólogo—, se ha convertido en una voz que analiza las tensiones del mundo moderno con profundidad y escepticismo. Aunque no posee un título formal en filosofía, se ha forjado una reputación como pensador crítico, cuya mirada se extiende más allá de los límites de las disciplinas tradicionales. En su artículo, Richart sostiene que la inestabilidad no es ajena a la naturaleza, sino que es, en realidad, su estado más habitual. La humanidad, dice, ha luchado durante siglos por alcanzar una estabilidad que hoy parece desvanecerse rápidamente, especialmente en sociedades occidentales que, paradójicamente, comienzan a sentirse más atraídas por lo incierto que por lo predecible.

La estabilidad está desapareciendo

En la actualidad, los datos confirman que las sociedades occidentales están sumidas en un clima de creciente incertidumbre. Según el Global Risks Report 2024 del Foro Económico Mundial, el 79% de los expertos y líderes mundiales cree que en los próximos dos años habrá una mayor inestabilidad global, impulsada por tensiones geopolíticas, crisis económicas y la revolución tecnológica. Estos datos reflejan la percepción de que la estabilidad está desapareciendo frente a fenómenos que desafían las estructuras tradicionales. El desempleo juvenil en Europa, por ejemplo, se mantiene por encima del 15%, generando una sensación de incertidumbre entre las nuevas generaciones que, lejos de aspirar a una vida estable, parecen adaptarse a un mundo cada vez más volátil.

En la actualidad, los datos confirman que las sociedades occidentales están sumidas en un clima de creciente incertidumbre. Según el Global Risks Report 2024 del Foro Económico Mundial, el 79% de los expertos y líderes mundiales cree que en los próximos dos años habrá una mayor inestabilidad global, impulsada por tensiones geopolíticas, crisis económicas y la revolución tecnológica. Ilustración MidJourney

El análisis de Richart también apunta a un factor contemporáneo ineludible: la influencia de la tecnología. La revolución digital, que prometía generar orden y eficiencia, ha traído consigo un efecto paradójico. La cibernética y la informática, en lugar de ofrecer mayor seguridad, han creado nuevas formas de inestabilidad. Desde las fluctuaciones en los mercados financieros globales hasta la incertidumbre laboral provocada por la automatización, la tecnología ha desestabilizado los pilares tradicionales de seguridad económica y social. Un estudio reciente del McKinsey Global Institute revela que, para 2030, hasta 800 millones de trabajadores podrían ser desplazados por la automatización, obligando a sociedades enteras a redefinir el concepto de estabilidad laboral.

La realidad está cambiando

La estabilidad está desapareciendo no solo en términos laborales o económicos, sino también en los lazos afectivos y sociales. La sociedad contemporánea, marcada por la inmediatez de las redes sociales y el constante flujo de información, ha visto cómo las relaciones humanas se tornan cada vez más efímeras. Según un informe del Pew Research Center, el 45% de los adultos jóvenes en Estados Unidos considera que las aplicaciones de citas y las redes sociales han reducido la profundidad de las relaciones personales, creando un entorno donde la inestabilidad emocional se convierte en la norma. Richart observa con ironía cómo las personas parecen encontrar una extraña satisfacción en esta inestabilidad: «Parece que, a gran parte de la población, al menos la española, le ‘pone’ jugar a la ruleta sobre la mesa de la vida», escribe.

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La dimensión política tampoco escapa a este fenómeno. En tiempos recientes, los giros bruscos en las políticas internacionales, las tensiones geopolíticas y la polarización ideológica han generado un escenario donde la estabilidad institucional también se ve comprometida. Según datos del Edelman Trust Barometer 2024, la confianza en los gobiernos ha disminuido significativamente en las democracias occidentales, con una caída del 12% en países como Estados Unidos, Reino Unido y Francia en el último año. Este declive alimenta la percepción de que los sistemas políticos ya no ofrecen la seguridad que antes garantizaban, abriendo espacio para discursos extremistas y populistas que prosperan en entornos de incertidumbre.

Proliferación de teorías conspirativas

La estabilidad está desapareciendo, y este fenómeno alcanza incluso las creencias más profundas. La desconfianza en las instituciones religiosas, científicas e incluso en las verdades aparentemente inmutables ha generado un escepticismo generalizado. Richart ejemplifica este punto con una provocadora reflexión sobre la naturaleza de la realidad: “La tierra puede ser esférica y también hueca. Pero también plana, un octaedro o un cubo. Dios puede existir o puede que no.” La proliferación de teorías conspirativas, alimentadas por el poder de las redes sociales, refleja esta desestabilización de las certezas tradicionales. De hecho, un estudio de la Universidad de Cambridge señala que el 30% de los europeos jóvenes cree en al menos una teoría conspirativa relacionada con la ciencia o la política global.

En el ámbito económico, la volatilidad se ha convertido en la norma. Los datos del Banco Mundial indican que la desigualdad en los países desarrollados ha aumentado en la última década, con el índice de Gini alcanzando niveles que no se veían desde principios del siglo XX. Este aumento de la desigualdad económica alimenta un sentimiento de inseguridad entre las clases medias, que alguna vez fueron el baluarte de la estabilidad occidental. En paralelo, los mercados financieros son cada vez más sensibles a factores impredecibles, desde decisiones políticas hasta fenómenos climáticos extremos, lo que genera una sensación constante de fragilidad en el sistema económico global.

La globalización, la innovación tecnológica y los cambios demográficos están remodelando incluso estos últimos bastiones de estabilidad, dejando claro que ningún pilar del orden tradicional está exento de la transformación. Ilustración MidJourney.

Atracción por el riesgo

La cultura contemporánea, por su parte, refleja esta misma inestabilidad en sus expresiones artísticas y mediáticas. El auge de narrativas distópicas en el cine, la literatura y la televisión refleja el miedo colectivo a un futuro incierto. Según un estudio de la Universidad de California, el consumo de contenido distópico ha aumentado un 40% en la última década, especialmente entre los jóvenes. Esta fascinación por lo incierto parece estar en sintonía con la idea de Richart de que, en Occidente, la atracción por el riesgo ha reemplazado el deseo de estabilidad.

La estabilidad está desapareciendo incluso en aspectos que antes parecían inmutables. Richart señala que, mientras algunas instituciones aún parecen ofrecer continuidad —como las banderas nacionales o gigantes comerciales como Amazon—, en su núcleo también están sujetas a las mismas fuerzas de cambio que afectan a la sociedad en general. La globalización, la innovación tecnológica y los cambios demográficos están remodelando incluso estos últimos bastiones de estabilidad, dejando claro que ningún pilar del orden tradicional está exento de la transformación.

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El asunto de la pandemia

La pandemia de COVID-19, que Richart describe con escepticismo en su artículo, ha sido quizás el evento más emblemático de esta era de inestabilidad. Más allá de sus consecuencias sanitarias, la crisis reveló la fragilidad de los sistemas globales, desde la salud pública hasta la economía. Un informe del Fondo Monetario Internacional destaca que el impacto económico de la pandemia provocó la contracción global más severa desde la Segunda Guerra Mundial, dejando secuelas que aún persisten en el desempleo, la inflación y la deuda pública. La desconfianza en organismos internacionales como la Organización Mundial de la Salud también se disparó, alimentada por teorías conspirativas y críticas sobre la gestión de la crisis sanitaria.

En conclusión, Jaime Richart ofrece una reflexión inquietante pero certera sobre el estado actual de las sociedades occidentales. La estabilidad está desapareciendo, no solo como una condición deseada, sino también como una ambición que solía moldear la estructura de la vida moderna. Hoy, en un mundo donde la incertidumbre se ha convertido en norma, la atracción por el riesgo y el cambio parece ser el nuevo motor de las decisiones individuales y colectivas. Frente a este panorama, la pregunta que queda por responder es si las sociedades occidentales podrán adaptarse a esta nueva realidad o si, por el contrario, sucumbirán al vértigo de la inestabilidad que ahora tanto parece seducirlas.

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