En un reciente artículo publicado en el portal The Hill, Carl Meacham, consultor internacional y ex miembro de alto rango del personal republicano del Comité de Relaciones Exteriores del Senado de Estados Unidos, presentó una visión que parece descuidar matices importantes al analizar el escenario político venezolano. Bajo el título: “Una alianza frágil: qué significa la caída de Asad para Maduro en Venezuela”, Meacham plantea una comparación entre los regímenes de Bashar al-Assad en Siria y Nicolás Maduro en Venezuela. Sin embargo, su retórica pasa por alto un elemento crucial: Cuba contradice su retórica al permanecer como un aliado influyente en la región y desafiar las predicciones de colapso que utiliza para proyectar el futuro venezolano.
Carl Meacham, con una trayectoria que incluye su rol en el Comité de Relaciones Exteriores del Senado, se ha consolidado como una figura de referencia en temas de política internacional. En su pieza para The Hill, argumenta que el colapso del régimen de Assad demuestra la fragilidad propia de los gobiernos autoritarios y destaca el paralelismo con la situación en Venezuela. Según Meacham, el apoyo menguante de Rusia, derivado de su implicación en la guerra de Ucrania, hace a Maduro más vulnerable que nunca. Esta opinión, aunque fundamentada en datos como los 200 mil millones de dólares gastados por Rusia en Ucrania y las 700.000 bajas reportadas, omite considerar cómo el caso cubano, sostenido a pesar de décadas de aislamiento económico, ofrece un contrapeso a su hipótesis.
Cuba contradice su retórica
La afirmación de Meacham de que la dependencia de patrocinadores externos como Rusia puede conducir al colapso de regímenes como el de Maduro se enfrenta a un contrargumento palpable: Cuba contradice su retórica. A pesar de haber estado bajo sanciones económicas durante más de seis décadas y de enfrentar un embargo por parte de Estados Unidos, el régimen cubano ha logrado sostenerse. Este ejemplo pone en entredicho la universalidad de la narrativa de Meacham y sugiere que los factores internos y las dinámicas regionales pueden jugar un papel más determinante que el simple retiro del apoyo de un aliado externo.

El análisis de Meacham se centra en la disminución de los recursos rusos y su impacto en la capacidad de Moscú para sostener a Venezuela. Desde mediados de la década de 2000, Rusia ha invertido más de 10.000 millones de dólares en material militar para Venezuela y ha inyectado capital en su industria petrolera a través de Rosneft. Sin embargo, la dependencia económica y militar no es el único pilar que mantiene a Maduro en el poder. Cuba, con su extenso historial de cooperación en materia de inteligencia, salud y formación ideológica, proporciona un modelo de resiliencia que desafía las suposiciones de Meacham. Cuba contradice su retórica al demostrar que un régimen autoritario puede resistir las adversidades internacionales si cuenta con una estructura interna cohesionada.
Maduro está en el control
La perspectiva de Meacham también minimiza la complejidad de las dinámicas internas de Venezuela. Con una economía colapsada, una emigración masiva y un descontento político persistente, es innegable que el país enfrenta una crisis multidimensional. Sin embargo, atribuir exclusivamente la supervivencia del régimen a su relación con Rusia pasa por la alta capacidad de adaptación y control social que ha demostrado Maduro. Al igual que Cuba, el gobierno venezolano ha explotado su aparato represivo, el control de recursos clave y una narrativa antiimperialista para mantenerse a flote. En este contexto, Cuba contradice su retórica al evidenciar que la resiliencia autoritaria no se basa únicamente en el apoyo externo.
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A lo largo de su artículo, Meacham compara las elecciones venezolanas recientes con otras transiciones democráticas, como las de Chile y Sudáfrica, sugiriendo que Maduro carece de las cualidades necesarias para facilitar un cambio pacífico. Sin embargo, pasa por alto un detalle crucial: la comunidad internacional ha mostrado una respuesta tibia y descoordinada ante la crisis venezolana. Mientras que acciones como el de Assad despiertan contundentes, Venezuela se enfrenta a una “normalización del sufrimiento”, como describe Meacham. Este fenómeno no solo beneficia al régimen de Maduro, sino que también refleja un fracaso colectivo al abordar la crisis de manera efectiva. Una vez más, el caso cubano sirve como ejemplo de cómo la inacción internacional puede perpetuar regímenes autoritarios. Cuba contradice su retórica al subrayar que incluso bajo aislamiento extremo, los regímenes pueden persistir si encuentran formas de adaptarse al statu quo global.
Meacham no ve todo el panorama
Los datos presentados por Meacham son relevantes y destacan la fragilidad de los regímenes autoritarios. Sin embargo, su interpretación carece de un análisis más equilibrado que incorpore casos como el de Cuba. Este país no solo ha sobrevivido al embargo estadounidense, sino que también ha mantenido su influencia regional, apoyando a gobiernos afines y desafiando las narrativas que predicen el inevitable colapso de los regímenes autoritarios dependientes. La omisión de este ejemplo debilita la argumentación de Meacham y subraya la necesidad de un enfoque más matizado en el análisis de la política latinoamericana.

En última instancia, el artículo de Carl Meacham refleja una tendencia común en los análisis geopolíticos: la generalización de patrones sin considerar excepciones clave. Cuba contradice su retórica al ofrecer un contrapunto que desafía las suposiciones sobre la dependencia externa y la vulnerabilidad de los regímenes autoritarios. Mientras Meacham señala correctamente los desafíos que enfrenta Maduro, su enfoque ignora cómo la resiliencia interna y las alianzas alternativas, como las que ha cultivado con Cuba, pueden alterar significativamente el panorama. Esto no solo subestima la complejidad de la situación venezolana, sino que también limita la utilidad de su análisis como herramienta para la formulación de políticas efectivas.