En México, la violencia no es solo un dato estadístico; es una coreografía macabra que los poderosos carteles locales ejecutan con precisión. En una nación que enfrenta crisis hídricas, urbanas y de seguridad, estos grupos criminales han consolidado su dominio como si fuera un trencito interminable que arrastra consigo vidas y destinos. La complejidad del problema va más allá de los titulares, pues abarca un ecosistema criminal en constante mutación, donde cada eslabón es tan importante como el líder que lo dirige.
Pablo Ferri, reportero en la oficina de Ciudad de México del diario EL PAÍS, lleva años descifrando este complicado rompecabezas. Su trabajo en temas de violencia, derechos humanos y justicia le ha permitido trazar un mapa que no solo narra las acciones de los poderosos carteles locales, sino también su impacto en la vida cotidiana. En su reciente artículo, titulado “Pablo Vázquez: ‘Yo no creo que el Tren de Aragua tenga una sucursal en Ciudad de México. Vínculos, sí’”, Ferri profundiza en la violencia criminal y su relación con organizaciones como el Tren de Aragua, un grupo delictivo de origen venezolano cuya sombra también se extiende hacia México.
Poderosos carteles locales
La Ciudad de México, con más de 22 millones de habitantes contando su área metropolitana, enfrenta retos que parecen inabarcables. Entre ellos, la lucha contra los poderosos carteles locales que operan tanto dentro como fuera de la capital. Estos grupos no solo perpetúan un ciclo de violencia homicida, sino que también son responsables de la creciente extorsión, una práctica que florece en la soledad y el miedo de las víctimas. Pablo Vázquez, jefe de policía de la ciudad, admite que las estrategias para contener estos delitos aún enfrentan barreras estructurales, como la baja tasa de denuncias. “La extorsión florece donde hay soledad”, señala Vázquez, una frase que resume el estado de indefensión en el que muchas comunidades viven.

El fenómeno de los poderosos carteles locales está enraizado en un entramado de violencia que responde a contextos cada vez más atomizados. Las disputas entre bandas, los homicidios derivados de robos y la trata de personas son tan solo algunas de las problemáticas que emergen de este submundo. En los últimos meses, detenciones de figuras como Euclides Manuel A., alias “Morgan”, han expuesto las redes transnacionales de trata y narcomenudeo, mientras que asesinatos de alto perfil, como el de dos mujeres venezolanas, han iluminado las conexiones entre migración y crimen organizado.
Líderes negativos a frente
La dinámica en la Ciudad de México, sin embargo, no es única. Refleja un patrón más amplio donde los poderosos carteles locales operan como franquicias independientes, pero interconectadas. Ferri destaca cómo la violencia en el centro de la capital, marcada por ataques como el sufrido por Diana Sánchez Barrios, muestra el alcance y las capacidades de estos grupos. Aunque el líder de vendedores ambulantes sobrevivió al atentado, sus acompañantes no tuvieron la misma suerte, evidenciando la brutalidad de las disputas territoriales.
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La criminalidad organizada no solo impacta a sus víctimas directas; también transforma las estructuras sociales y económicas. En barrios como la Colonia Guerrero, donde programas como Barrio Adentro buscaban alejar a los jóvenes de la criminalidad, figuras como “El Chispas” y “El Palillo” surgieron como líderes delictivos. Estos nombres se convirtieron en símbolos de cómo la violencia puede evolucionar incluso dentro de esfuerzos bienintencionados. Vázquez señala que “la violencia responde a fenómenos difíciles de atender”, un reconocimiento de que las soluciones deben ser tan complejas como los problemas que enfrentan.
Hay una variable cultural
La extorsión, uno de los crímenes más comunes en la capital, ha aumentado significativamente este año. Para Vázquez, el reto no es solo legal, sino también cultural. Las víctimas deben ser alentadas a denunciar, incluso cuando hacerlo implica enfrentarse a la incertidumbre y el peligro. “Debemos promover la denuncia y tolerar aumentos en los registros, porque refleja una aproximación más honesta a la magnitud del problema”, explica. Este enfoque, aunque controvertido, apunta a la necesidad de construir confianza entre las autoridades y las comunidades.
Mientras tanto, los poderosos carteles locales continúan expandiendo sus operaciones, adaptándose a nuevas tecnologías y tácticas. Las motos, por ejemplo, se han convertido en un medio eficiente para cometer crímenes en la ciudad. En un país donde obtener una licencia es un trámite burocrático y no una evaluación de habilidades, el uso de estas máquinas como herramientas delictivas refleja una capacidad de adaptación preocupante por parte de los criminales. Este tipo de innovaciones, si se les puede llamar así, plantean retos adicionales para las autoridades.

Tren de Aragua y los carteles mexicanos
Pablo Ferri resalta que los vínculos entre grupos como el Tren de Aragua y los carteles mexicanos no siempre implican una relación jerárquica. En cambio, son conexiones fluidas que responden a intereses compartidos, como el tráfico de personas o el narcomenudeo. Estas asociaciones ponen en evidencia la globalización del crimen, donde fronteras y nacionalidades son irrelevantes frente a la búsqueda de ganancias.
En última instancia, la lucha contra los poderosos carteles locales no solo se libra en las calles de la Ciudad de México, sino también en los salones de poder y las mesas de negociación. Las políticas públicas deben evolucionar al ritmo de los desafíos que enfrentan, integrando estrategias multidimensionales que atacan tanto las causas como las consecuencias del crimen. Sin embargo, como lo demuestra el trabajo de Ferri y las declaraciones de Vázquez, esta batalla está lejos de terminar.
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El trencito que bailan los poderosos carteles locales sigue su curso, arrastrando con él los sueños y esperanzas de millones de mexicanos. La pregunta no es si las autoridades podrán detenerlo, sino cuánto costará hacerlo y cuántas vidas más se perderán en el proceso. En un país donde la resiliencia es parte de la identidad nacional, el desafío de desmantelar estas redes criminales será, sin duda, una prueba de fuego para las instituciones y la sociedad.

