El oro ha sido, desde tiempos inmemoriales, el metal que encandila a los hombres y los empuja a la locura. Reyes, mercenarios, empresarios y aventureros han perseguido su fulgor sin detenerse a medir las consecuencias. Ahora, el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, ha decidido reactivar la minería metálica en su país, una actividad que estuvo prohibida desde 2017 por los devastadores impactos ambientales que dejó en la nación centroamericana. Con este regreso, los mineros artesanales temen quedarán excluidos del negocio mientras las grandes empresas extranjeras preparan su regreso. Ambientalistas y opositores advierten que la historia se repetirá: los ríos seguirán contaminándose, las tierras se volverán infértiles y la prosperidad prometida será una quimera. Pero la fiebre del oro ya ha comenzado, y con ella, la vieja maldición que convierte en tontos a los hombres que creen dominarlo.
Bryan Avelar y Víctor Peña, periodistas del medio español EL PAÍS, fueron los primeros en advertir el regreso de la minería metálica en su reportaje titulado: “Vivir y morir por el oro: la minería metálica regresa a El Salvador”. En su investigación, documentaron el temor de los mineros artesanales salvadoreños, que llevan generaciones extrayendo oro de las entrañas del cerro San Sebastián, ubicado en el extremo oriental del país. También expusieron las preocupaciones de ambientalistas y ciudadanos que recuerdan la herida que la minería dejó en El Salvador: ríos envenenados con mercurio y cianuro, suelos estériles y comunidades empobrecidas que jamás vieron la bonanza prometida por las transnacionales. La publicación de Avelar y Peña reveló que lo que parecía un tema del pasado ha vuelto con más fuerza bajo el mandato de Bukele, quien ha apostado a la minería como una fuente de ingresos para la economía nacional.
El oro de San Sebastián
En las montañas de San Sebastián, la fiebre del oro nunca desapareció del todo. Allí, los mineros artesanales, conocidos como güiriseros, han seguido extrayendo pequeñas cantidades del metal precioso utilizando métodos rudimentarios. Con martillos y taladros perforan las rocas, las muelen hasta hacerlas polvo y, con la ayuda de mercurio, separan las partículas de oro. El proceso es peligroso, tanto por los riesgos de derrumbe en las minas como por la contaminación tóxica a la que se exponen. Pero los mineros lo consideran un mal menor frente a la necesidad de sobrevivir. “Aquí, en todo esto, hay oro”, dijo Melvin, un minero entrevistado por EL PAÍS, mientras observaba la inmensidad de la cordillera. El problema, agregó, es que extraerlo es cada vez más difícil, y si las empresas regresan, quedarán fuera del negocio.

La minería metálica en El Salvador tiene una historia larga y oscura. Desde principios del siglo XX, diversas compañías han explotado los yacimientos del país, dejando a su paso más pobreza que riqueza. En 1969, Naciones Unidas consideró que la mina San Sebastián era “la joya de la industria minera” salvadoreña. Durante décadas, toneladas de oro fueron extraídas del cerro, pero poco quedó para los habitantes de la zona. En 2006, tras un largo historial de contaminación y conflictos con la población, el gobierno salvadoreño revocó los permisos de explotación a las empresas mineras, y en 2017, el país se convirtió en el primero del mundo en prohibir completamente la minería metálica. Fue una victoria para los ambientalistas y las comunidades afectadas, que celebraron la decisión como una medida de protección para las futuras generaciones. Sin embargo, con la llegada de Bukele al poder, el debate ha resurgido con fuerza.
Bukele y las medias verdades
El presidente, conocido por su estilo disruptivo y sus decisiones polémicas, justificó la reactivación minera argumentando que El Salvador posee una de las reservas de oro más grandes del mundo. En un mensaje publicado en redes sociales, Bukele afirmó que el país alberga 50 millones de onzas de oro, lo que equivaldría a 3 billones de dólares. Pero expertos han puesto en duda esas cifras, señalando que, de ser ciertos, El Salvador tendría en su territorio el 60% del oro extraído en la historia de la humanidad, algo altamente improbable. Aun así, la narrativa del presidente ha calado en un sector de la población que ve en la minería una oportunidad de empleo y desarrollo, pese a las advertencias de los especialistas sobre los riesgos ecológicos y sociales.
Tambièn puedes leer: Estados Unidos está dispuesto a desarrollar una relación duradera y fructífera con China
La reactivación de la minería metálica en El Salvador ha avivado viejos temores. En San Sebastián, los habitantes recuerdan la historia de los Indios, un grupo de mineros artesanales que, hace años, encontraron una veta de oro que les trajo fortuna temporal. Durante seis meses, extrajeron grandes cantidades del metal y se dieron la gran vida: compraron casas, autos y motos, y derrocharon su dinero en fiestas. Pero cuando la veta se agotó, la miseria volvió a alcanzarlos. La mayoría terminó en la ruina, algunos emigraron y otros, como John, que había sido el líder del grupo, ahora trabaja como albañil por veinte dólares al día. “A veces el cerro da, a veces el cerro quita”, dicen en el pueblo, resignados.

Un olor a violencia en el ambiente
Los ambientalistas han alzado la voz contra la decisión de Bukele. En Cabañas, donde la comunidad de Santa Marta luchó durante años contra las empresas mineras, se teme que el regreso de la minería traiga consigo nuevos conflictos. La historia ha sido violenta: en 2009, el activista Marcelo Rivera, uno de los principales opositores a la minería, fue secuestrado, torturado y asesinado. Otros tres activistas corrieron la misma suerte en los años siguientes. Ahora, la iglesia católica salvadoreña se ha sumado a la resistencia, promoviendo una campaña de recolección de firmas para exigir que la prohibición de la minería se mantenga. Pero el presidente ha respondido con desdén, acusando a los opositores de hipocresía y señalando que nunca protestaron contra la violencia que asoló al país en el pasado.
Tambièn puedes leer: ¿Por qué Solana?: velocidad y bajas tarifas de transacción
En los próximos meses, se espera que el gobierno salvadoreño conceda nuevas licencias de explotación minera, lo que abra las puertas para la entrada de grandes empresas. Mientras tanto, los mineros artesanales siguen trabajando en las minas abandonadas, sin saber si pronto serán desalojados. En las calles de San Sebastián, los rumores corren como pólvora: algunos creen que la fiebre del oro traerá inversión y empleo, otros temen que la historia se repita y solo queden más tierras devastadas. Lo único seguro es que, como ha ocurrido a lo largo de la historia, el oro seguirá siendo la máquina que convierte en tontos a quienes creen que pueden poseerlo sin pagar un alto precio.

