Es una realidad que los carteles en Latinoamérica se infiltran en los Estados, transformando la política y las instituciones en un terreno fértil para la corrupción y el crimen organizado. Esta problemática, lejos de estar aislada, se ha extendido por toda la región, dejando un rastro de desconfianza, violencia y desestabilización. Las estructuras democráticas de países como México, Colombia, Venezuela y Ecuador, entre otros, enfrentan un desafío sin precedentes: una infiltración sistemática que pone en entredicho su soberanía y su capacidad para mantener el orden y la transparencia. Estas organizaciones, lejos de ser simples redes de narcotráfico, han evolucionado hacia conglomerados criminales que combinan economías ilegales con estrategias políticas y militares.
El análisis de esta situación se basa en el artículo de opinión de Juan Carlos Pinzón, exministro de Defensa de Colombia y dos veces embajador en Estados Unidos, publicado en el portal de periodismo político estadounidense The Hill, bajo el título: “El nexo entre el crimen organizado y la intromisión extranjera amenaza a América Latina”. Pinzón, profesor visitante en la Universidad de Princeton y experto en seguridad, argumenta que América Latina se ha convertido en un campo de batalla estratégico para intereses globales y un laboratorio para nuevos modelos de influencia política y criminal. Su enfoque destaca cómo estas organizaciones no solo han permeado gobiernos democráticos, sino que también se han asociado con actores internacionales, profundizando la crisis en la región.
Carteles en Latinoamérica se infiltran en los Estados
Los carteles en Latinoamérica se infiltran en los Estados valiéndose de tácticas que combinan la corrupción con la violencia estratégica. En México, los cárteles han alcanzado una influencia sin precedentes, controlando territorios y expandiendo actividades como el tráfico de drogas, la extorsión y el robo de petróleo. Con una fuerza estimada de 175.000 miembros, estas organizaciones actúan en todos los estados del país, desafiando directamente a las instituciones gubernamentales. La política de «abrazos, no balazos» del expresidente Andrés Manuel López Obrador no solo permitió la expansión de estos grupos, sino que también puso en duda la capacidad del Estado para confrontarlos de manera efectiva. Su sucesora, Claudia Sheinbaum, ha mantenido una postura similar, lo que genera inquietud sobre el futuro de la seguridad nacional.

Colombia no es ajena a esta problemática. Desde el acuerdo de paz de 2016, los grupos armados como el ELN, las disidencias de las FARC y el Clan del Golfo han experimentado un resurgimiento preocupante. Estos grupos no solo se han fortalecido, sino que ahora operan en 24 de los 32 departamentos del país. Según Pinzón, la minería ilegal, el tráfico de drogas y de migrantes, así como la extorsión, se han convertido en pilares económicos de estas organizaciones. La administración de Gustavo Petro enfrenta serias acusaciones de financiamiento ilegal de campaña, lo que subraya la permeabilidad de las instituciones a las influencias criminales. Esta infiltración pone en jaque la legitimidad del gobierno y crea tensiones que paralizan la democracia.
Venezuela y las guerrillas
Carteles en Latinoamérica se infiltran en los Estados en un contexto donde las fronteras entre lo legal y lo ilegal son cada vez más difusas. Venezuela representa un caso extremo de esta convergencia. La administración de Nicolás Maduro no solo ha facilitado el establecimiento de grupos armados como las FARC y el ELN en su territorio, sino que también ha consolidado vínculos con actores internacionales como Rusia y China. Pinzón subraya cómo el país se ha convertido en un refugio para operaciones ilícitas, desde el tráfico de drogas hasta el lavado de dinero. La intromisión extranjera, lejos de ser un problema nuevo, ha alcanzado nuevas dimensiones con la presencia de agentes rusos y chinos que operan bajo la fachada de acuerdos comerciales y militares.
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La situación en el Cono Sur es igualmente alarmante. Países como Argentina, Chile y Uruguay, tradicionalmente considerados menos vulnerables al crimen organizado, han comenzado a experimentar una creciente influencia de estas redes. La búsqueda de ganancias ilegales, más que la ambición de derrocar gobiernos, caracteriza la estrategia actual de los cárteles. Este cambio de paradigma los ha llevado a evitar la confrontación directa con el Estado, optando en su lugar por cooptar instituciones y manipular políticas públicas. En palabras de Pinzón, esta táctica asegura un control más duradero y menos visible, erosionando gradualmente las bases de la democracia.
Rusia y China en el entramado
Carteles en Latinoamérica se infiltran en los Estados no solo para consolidar sus economías ilegales, sino también para facilitar la intromisión de potencias extranjeras. Pinzón alerta sobre el papel de China y Rusia en este complejo entramado. Mientras que China aprovecha los recursos naturales y las infraestructuras debilitadas de la región para ampliar su influencia, Rusia actúa de manera más directa, ofreciendo apoyo militar a regímenes corruptos. Además, otros actores internacionales como Irán han encontrado en América Latina un terreno fértil para actividades ilícitas que financian sus operaciones globales. Este panorama complica aún más los esfuerzos de Estados Unidos por mantener la estabilidad en el hemisferio.

La solución, según Pinzón, requiere un cambio radical en el enfoque de Estados Unidos hacia la región. Más allá de las intervenciones militares o los discursos condenatorios, es necesario realinear las políticas para promover la prosperidad económica, combatir la corrupción y fortalecer las instituciones democráticas. Solo así será posible reducir la migración, la violencia y las vulnerabilidades que las potencias extranjeras están explotando. En este sentido, las nominaciones de figuras como Marco Rubio y Chris Landau al equipo de política exterior estadounidense representan un paso prometedor, aunque insuficiente.
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El desafío es monumental. Los carteles en Latinoamérica se infiltran en los Estados con una sofisticación que supera los enfoques tradicionales de control y represión. Su capacidad para adaptarse y operar en las sombras requiere estrategias igualmente innovadoras y coordinadas. América Latina, como señala Pinzón, es ahora un tablero donde convergen intereses locales e internacionales, un lugar donde la supervivencia de la democracia está en juego. La pregunta clave es si los líderes de la región, con el apoyo de aliados estratégicos, serán capaces de revertir esta tendencia antes de que sea demasiado tarde.