En el corazón de América Latina, un fenómeno silencioso pero devastador ha crecido con la misma letalidad que caracteriza al cáncer en el cuerpo humano. En Ecuador, el cáncer del narcotráfico y la pobreza se ha extendido, socavando los cimientos de una sociedad que alguna vez fue citada como un ejemplo de desarrollo y estabilidad en la región. Este es el panorama que Pablo Biderbost, profesor del Departamento de Sociología de la Universidad de Salamanca, y Guillermo Boscán, Assistant Lecturer de la misma institución, describen en su artículo titulado “Del paraíso al infierno: ¿qué variables explican la ola de violencia en Ecuador?”
Los datos son alarmantes. Según el Igarapé Institute y Statista, la tasa de homicidios en Ecuador alcanzó 26,7 por cada cien mil habitantes en 2022, un aumento del 288% respecto al año base 2019. Este auge representa una metamorfosis dramática desde hace una década, cuando Ecuador era un destino buscado por profesionales y jubilados extranjeros.
El cáncer del narcotráfico y la pobreza
Hoy, la realidad es otra: el narcotráfico y la pobreza han transformado este país en un escenario de violencia y desesperanza. La presencia de cárteles del narcotráfico en Ecuador no es un fenómeno reciente. Sin embargo, su expansión se ha vuelto más visible en los últimos tiempos. La infiltración de estas organizaciones, sumada a la presencia de guerrillas colombianas en las zonas fronterizas, ha creado un caldo de cultivo ideal para la violencia y el crimen. La situación se ve agravada por la desaceleración económica y el aumento de la pobreza. Según el Banco Mundial, el porcentaje de personas que no pueden consumir la cantidad necesaria de alimentos pasó del 10,7% en 2017 al 15,4% en 2020. Esta realidad, unida a la disminución de la migración neta, revela cómo el cáncer del narcotráfico y la pobreza están desgarrando el tejido social ecuatoriano.

El deterioro del poder estatal en Ecuador es otro factor clave en esta tormenta perfecta. Los gobiernos de Rafael Correa, pese a sus controversias, se caracterizaron por un estado fuerte, capaz de mejorar los servicios públicos y combatir el crimen organizado. Sin embargo, desde la administración de Lenín Moreno, se ha observado una disminución en la centralidad del rol del estado en las relaciones sociales. Este declive quedó patente durante la pandemia, con Ecuador registrando una de las tasas más elevadas de crecimiento de mortalidad en 2020.
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Polarización política y desorden
La sociedad ecuatoriana también enfrenta una polarización política profunda, un fenómeno que ha impedido la adopción de estrategias a largo plazo en diversos aspectos de la vida social, incluyendo el combate al crimen organizado. Aunque recientemente se ha observado una aproximación entre diferentes posiciones políticas e ideológicas en respuesta a la inseguridad, la brecha sigue siendo significativa.
La irrupción de narcotraficantes extranjeros, especialmente mexicanos y colombianos, ha exacerbado la situación. La falta de estrategias a largo plazo y la debilidad de las redes de cooperación intrarregionales han permitido que estos grupos criminales se establezcan con fuerza en el país. Esto ha contribuido al ciclo de violencia y a la expansión del poder de los grupos criminales, que han encontrado en la debilidad estatal y las carencias del mercado ecuatoriano oportunidades para ganar apoyo social con a consecuente metástasis que hace el cáncer del narcotráfico y la pobreza.
Mejorar a economía y reducir la pobreza
En este escenario, Ecuador se enfrenta a desafíos monumentales. La solución a largo plazo no solo requiere políticas públicas eficientes sino también un enfoque integral que aborde las causas raíces del problema: el cáncer del narcotráfico y la pobreza. Se necesita un modelo de seguridad humana que enfrente el fenómeno de manera integral e incremental. Este enfoque debe incluir no solo el fortalecimiento del estado y el combate al crimen organizado, sino también estrategias para mejorar la economía y reducir la pobreza.
El cáncer del narcotráfico y la pobreza, que ahora han hecho metástasis en Ecuador, requieren una respuesta multifacética y coordinada. Es esencial abordar tanto las manifestaciones visibles de la violencia como sus causas subyacentes. La situación actual en Ecuador es un recordatorio sombrío de cómo la negligencia en estos aspectos puede llevar a una nación desde un estado de relativa calma y prosperidad a uno de caos y desesperanza. El país se encuentra en una encrucijada crítica, donde las decisiones tomadas hoy definirán su futuro por décadas.

Fortalecimiento de las instituciones
La lucha contra el cáncer del narcotráfico y la pobreza no es solo una batalla contra entidades físicas, sino también contra estructuras sistémicas arraigadas. Implica un esfuerzo concertado para fortalecer las instituciones, garantizar la justicia y promover el desarrollo económico inclusivo. Asimismo, se requiere una cooperación regional más robusta para abordar el problema del narcotráfico, que trasciende fronteras y afecta a toda la región.
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Además, la educación y la creación de oportunidades son fundamentales para prevenir que los jóvenes caigan en las garras del crimen organizado. Invertir en programas sociales y educativos puede ser un antídoto poderoso contra el avance del narcotráfico y la pobreza. Estas acciones, aunque a largo plazo, pueden cambiar la trayectoria de un país marcado por la violencia y la inseguridad.
El caso de Ecuador es un ejemplo palpable de cómo el cáncer del narcotráfico y la pobreza pueden corroer las bases de una sociedad. La experiencia ecuatoriana demuestra que no hay soluciones fáciles ni rápidas para estos problemas arraigados. Requiere un compromiso sostenido y una visión a largo plazo para lograr un cambio real y duradero. El futuro de Ecuador depende de la capacidad del país y de la comunidad internacional para enfrentar estos desafíos con valentía, determinación y una estrategia bien articulada. Solo así se podrá esperar que la nación retome el camino hacia la paz, la estabilidad y la prosperidad.

