Académicos: Financistas internacionales toman la soberanía de un país como garantía de una deuda

La relación entre las finanzas internacionales y la soberanía nacional ha tomado un giro preocupante en las últimas décadas. Académicos y expertos han señalado cómo los financistas internacionales han logrado convertir la soberanía de un país como garantía de una deuda, una práctica que no solo afecta las finanzas estatales, sino que también limita la autonomía política y social de las naciones. Esta situación, descrita por diversos analistas como un fenómeno de «deudocracia«, revela la profunda influencia del sistema financiero sobre los Estados, que quedan subordinados a los intereses de los acreedores internacionales.

John Freddy Gómez, politólogo de la Universidad Nacional de Colombia y coordinador del “Grupo de Estudio Economía Digna», junto con Camila Andrea Galindo, abogada e investigadora especializada en derechos humanos, han profundizado en este tema a través de sus investigaciones y publicaciones en espacios como TeleSur. En su reciente artículo titulado “La deudocracia y su implicación en la crisis climática”, Gómez y Galindo argumentan que la deudocracia es más que una simple relación financiera es una herramienta de control y subordinación que transforma la soberanía de los Estados en; una garantía más para las deudas contraídas, afectando directamente la vida de las poblaciones y la capacidad de los gobiernos de tomar decisiones soberanas.

Soberanía de un país como garantía de una deuda

Gómez y Galindo destacan que la deudocracia se manifiesta cuando las instituciones, normas y leyes de un país son moldeadas y subyugadas a los preceptos técnicos impositivos por el sistema financiero internacional. En este contexto, la soberanía de un país como garantía de una deuda se convierte en una realidad tangible que redefine el papel del Estado como un mero intermediario entre los acreedores y los ciudadanos. En los países periféricos, esta situación se exacerba por la dependencia de préstamos y líneas de crédito para cubrir los déficits fiscales y financiar los servicios básicos, lo que lleva a una espiral de endeudamiento casi perpetuo.

La reducción de impuestos progresivos, la privatización de empresas públicas y la imposibilidad de emitir moneda son solo algunas de las medidas impulsadas por organismos financieros internacionales que obligan a los países a hipotecar su soberanía. Ilustración MidJourney

El análisis de estos académicos pone de manifiesto cómo la deudocracia se consolida mediante reformas y políticas que desmantelan las estructuras económicas y sociales de los Estados. La reducción de impuestos progresivos, la privatización de empresas públicas y la imposibilidad de emitir moneda son solo algunas de las medidas impulsadas por organismos financieros internacionales que obligan a los países a hipotecar su soberanía. En esta lógica, la deuda deja de ser un simple instrumento económico y se convierte en un dispositivo de dominación, donde las decisiones soberanas de un país se condicionan a la aprobación de sus acreedores.

Variable humana es obviada

La soberanía de un país como garantía de una deuda no solo tiene implicaciones económicas, sino también sociales y políticas. En muchos casos, los países endeudados deben adoptar medidas de austeridad que recortan gastos en salud, educación y bienestar social, afectando directamente a los sectores más vulnerables de la población. Gómez y Galindo explican que la deuda no solo somete a los Estados, sino que también transforma la vida cotidiana de los ciudadanos, quienes deben enfrentar las consecuencias de políticas impuestas desde el exterior, muchas veces sin comprender el origen de estas decisiones.

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Los autores enfatizan que este modelo de deudocracia genera una profunda contradicción: mientras los Estados buscan financiamiento para subsistir, ceden cada vez más control sobre sus propias políticas y decisiones. Esta cesión de soberanía se materializa en la necesidad de cumplir con los compromisos financieros, lo que puede incluir desde la entrega de recursos naturales hasta la modificación de leyes y regulaciones en favor de los intereses de los acreedores. Así, la deuda se convierte en un arma de doble filo, que en lugar de resolver problemas económicos, termina por consolidar un ciclo de dependencia y subordinación.

Naciones alienadas económicamente

El fenómeno de la soberanía de un país como garantía de una deuda es particularmente evidente en casos como los de Colombia, Honduras, México y Puerto Rico, según los estudios de caso realizados por Gómez y Galindo. En estos países, la intervención de organismos financieros internacionales ha sido decisiva en la implementación de políticas que priorizan el pago de la deuda sobre cualquier otra consideración económica o social. La consecuencia es un Estado que, en lugar de servir a su población, se convierte en un mero administrador de los intereses financieros externos.

Gómez y Galindo destacan que, en este contexto, los derechos humanos se ven profundamente vulnerados, ya que las políticas de ajuste y austeridad impactan negativamente en la calidad de vida de las personas. La financiarización de la vida cotidiana y la imposición de la deuda como motor de la economía generan un ambiente de constante precarización y vulnerabilidad. Los autores subrayan que la deudocracia no solo implica la pérdida de soberanía estatal, sino también la erosión de los derechos fundamentales de la ciudadanía.

El rejo de la deudocracia

La deudocracia se presenta, según los académicos, como una nueva forma de colonialismo financiero. Este sistema se ampara en la premisa de que las economías periféricas deben integrarse a un modelo global que favorece la liberalización y flexibilización del mercado laboral, sacrificando la estabilidad y seguridad de sus trabajadores en favor de los intereses de los grandes capitales. En este sentido, la soberanía de un país como garantía de una deuda se transforma en un concepto que refleja no solo la sumisión económica, sino también una pérdida del control sobre los propios recursos y decisiones.

Gómez y Galindo destacan que, en este contexto, los derechos humanos se ven profundamente vulnerados, ya que las políticas de ajuste y austeridad impactan negativamente en la calidad de vida de las personas. Ilustración MidJourney.

La crítica de Gómez y Galindo va más allá de la denuncia; propone una revisión estructural de cómo los países abordan la cuestión de la deuda y sugiere la necesidad de auditar y cuestionar las condiciones de los acuerdos financieros internacionales. Para ellos, es fundamental que los Estados recuperen su soberanía y redefinan su relación con los organismos financieros, colocando los derechos y necesidades de sus ciudadanos por encima de las demandas de los acreedores. Solo de esta manera, argumentan, se podrá evitar que la «soberanía de un país como garantía de una deuda» continúe siendo una realidad en el escenario global.

Acerca del concepto de préstamo

El trabajo de estos académicos resalta la urgencia de revaluar el papel de la deuda en las economías modernas. La deudocracia, como ellos la describen, es un sistema que no solo somete a los países a una dependencia financiera, sino que también despoja a las naciones de su capacidad de decidir y actuar en función de los intereses de su población. En última instancia, el desafío es resistir la lógica de la deuda y buscar alternativas que permitan a los Estados recuperar su soberanía y asegurar un futuro digno para sus ciudadanos, alejados de la subordinación que hoy imponen los mercados financieros globales.

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Los financistas internacionales, en su afán por garantizar el cobro de los capitales entregados, ejercen una presión constante sobre los países endeudados, lo que puede llevar a estos a incumplir con sus responsabilidades ecológicas y de protección ambiental. La soberanía de un país como garantía de una deuda no solo afecta la capacidad de los Estados para tomar decisiones políticas y económicas, sino que también los obliga a priorizar el pago de sus compromisos financieros por encima de la preservación de su medio ambiente. Esto se traduce en la explotación acelerada de recursos naturales, la flexibilización de normas ambientales y la permisividad ante prácticas extractivas altamente contaminantes, todo con el fin de generar los ingresos necesarios para satisfacer las exigencias de los acreedores. Así, los países se ven atrapados en una dinámica donde la protección de su ecosistema queda relegada, sacrificando su patrimonio natural y el bienestar de sus ciudadanos en nombre de una deuda que, en muchos casos, resulta impagable y perpetua.

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