El multialineamiento, un término que resuena cada vez más en los círculos de relaciones internacionales, refleja la complejidad de un mundo donde las alianzas rígidas de la Guerra Fría han dado paso a una flexibilidad estratégica sin precedentes. Esta tendencia, que permite a las naciones forjar asociaciones a través de divisiones ideológicas y geopolíticas para promover sus intereses nacionales, parece ser un resultado directo del fin de la hegemonía global estadounidense. Sin embargo, esta evolución plantea una pregunta crucial: ¿están los Estados Unidos preparados para lidiar con el hijo bastardo que engendraron?
Andrew Latham, profesor de relaciones internacionales en Macalester College en Saint Paul, Minnesota, y miembro principal del Instituto para la Paz y la Diplomacia, escribió recientemente sobre este tema para el portal The Hill. En su artículo titulado “A medida que termina la hegemonía global estadounidense, aumenta el multialineamiento”, Latham explora cómo el ascenso de China y el creciente descontento con el orden internacional basado en reglas liderado por Estados Unidos han marcado el comienzo de una nueva era multipolar. En este nuevo escenario, la flexibilidad estratégica del multialineamiento permite a los países cooperar con diferentes grandes potencias según el contexto, adaptándose rápidamente a las cambiantes dinámicas de poder global.
Multialineamiento es adaptabilidad
La esencia del multialineamiento reside en su capacidad para permitir que los países medianos y pequeños maximicen sus ganancias estratégicas dentro de un mundo multipolar. Este enfoque es particularmente atractivo para las potencias medias, que sin el alcance global de las superpotencias, pueden aprovechar su peso estratégico para extraer beneficios de varios socios. Por ejemplo, Arabia Saudita, tradicional aliado de Estados Unidos, está profundizando los lazos económicos con China mientras mantiene su relación de seguridad con los EE. UU. Este equilibrio estratégico les permite diversificar su economía y reducir la dependencia del petróleo, mostrando cómo el multialineamiento puede ser una herramienta poderosa para asegurar los intereses nacionales.

Oriente Medio es un claro ejemplo de cómo el multialineamiento está remodelando las relaciones internacionales. Una región anteriormente definida por un rígido sistema de alianzas liderado por Estados Unidos, ahora ve cómo las naciones buscan nuevas asociaciones basadas en intereses específicos más que en lealtades históricas. China, al mediar en un deshielo entre los rivales regionales Irán y Arabia Saudita, ha demostrado el poder transformador del multialineamiento. Este enfoque flexible permite que los antiguos enemigos colaboren en áreas de interés mutuo, fomentando un orden regional potencialmente más estable y menos dependiente de las dinámicas de poder tradicionales.
Máxima ganancia de intereses
El sudeste asiático también ilustra la dinámica del multialineamiento. Países como Vietnam e Indonesia han mantenido desde hace mucho tiempo relaciones equilibradas entre Estados Unidos y China. La creciente asertividad de China en el Mar de China Meridional ha llevado a estos países a reevaluar sus estrategias. Vietnam, a pesar de su ideología comunista, ha fortalecido sus vínculos de defensa con Estados Unidos mientras mantiene relaciones económicas con China. Indonesia, por su parte, busca mantener su neutralidad, participando en ejercicios militares conjuntos con ambos países. Este enfoque les permite protegerse contra el dominio chino y garantizar el acceso a mercados vitales.
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El auge del multialineamiento presenta tanto oportunidades como desafíos para la paz y la seguridad internacionales. Por un lado, ofrece un enfoque más matizado a los desafíos globales, permitiendo soluciones adaptadas a las necesidades únicas de cada situación. Con el poder difundido entre múltiples actores, la toma de decisiones se vuelve menos centralizada y más sensible a contextos regionales específicos. Esto puede incentivar la cooperación entre antiguos rivales sobre amenazas compartidas como el cambio climático o las pandemias, alentando a los países a colaborar en soluciones a pesar de las diferencias geopolíticas pasadas.
Competencia de suma no cero
Sin embargo, la erosión de bloques geopolíticos claramente definidos también presenta riesgos. La fluidez del panorama internacional puede intensificar la competencia por la influencia entre las principales potencias, potencialmente generando conflictos por poderes y mayores tensiones regionales. La falta de alianzas fuertes puede dificultar la coordinación de respuestas a crisis globales, haciendo que forjar un consenso sea un proceso más complicado y engorroso. Esta nueva realidad multipolar exige que las grandes potencias adopten una mentalidad de competencia de suma no cero, fomentando marcos más ágiles que aborden las preocupaciones de una gama más amplia de actores, no solo de los aliados tradicionales.
Las instituciones internacionales también necesitan adaptarse a esta nueva dinámica. El fortalecimiento de las organizaciones regionales puede proporcionar plataformas cruciales para el diálogo y la cooperación sobre cuestiones de interés compartido. Fomentar el diálogo a través de divisiones geopolíticas, incluso entre antiguos rivales, se vuelve esencial para la estabilidad global. El éxito del multialineamiento en el fomento de la paz y la seguridad depende de un delicado acto de equilibrio, donde las grandes potencias deben establecer y mantener un equilibrio de poder estable, evitando acciones que inclinen la balanza hacia una ventaja unilateral.
Estrategia para un mundo multipolar
En última instancia, el multialineamiento no es simplemente una táctica de supervivencia para las potencias medias, sino una estrategia que refleja una comprensión más matizada de los intereses nacionales en un mundo multipolar. Al priorizar la cooperación flexible y el respeto mutuo, las naciones pueden navegar las complejidades de la nueva dinámica de poder, asegurando sus intereses sin caer en la trampa de alianzas rígidas que podrían restringir su capacidad de maniobra. Esto no excluye la competencia, sino que garantiza que se produzca dentro de un marco que priorice la coexistencia pacífica y la estabilidad regional.

Estados Unidos, enfrentado a esta nueva realidad, debe reconocer que su hegemonía global ya no es el pilar central del orden internacional. La flexibilidad y la adaptabilidad del multialineamiento desafían las nociones tradicionales de poder y control. A medida que más naciones adoptan este enfoque, la capacidad de Estados Unidos para dictar los términos de las relaciones internacionales se ve disminuida. Sin embargo, esto no significa una pérdida total de influencia, sino una oportunidad para redefinir su papel en un mundo multipolar.
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Olvídese de la «Pax Americana»
La clave para Estados Unidos radica en aceptar y adaptarse a esta nueva dinámica, promoviendo alianzas flexibles y estratégicas que le permitan mantener su relevancia sin imponer su hegemonía. Al fomentar la cooperación sobre la competencia destructiva, y al reconocer la importancia de las asociaciones basadas en intereses específicos y no en lealtades inquebrantables, Estados Unidos puede navegar las complejidades de un mundo multipolar con eficacia y visión estratégica.
El multialineamiento representa tanto un desafío como una oportunidad para Estados Unidos y el mundo en general. Este enfoque flexible y adaptativo refleja la realidad de un panorama internacional cada vez más complejo y dinámico. La capacidad de las naciones para forjar asociaciones estratégicas en función de sus intereses específicos, y no de alianzas rígidas, puede llevar a un orden mundial más equilibrado y cooperativo. Sin embargo, el éxito de esta estrategia depende de un compromiso continuo con la flexibilidad, la cooperación y el respeto mutuo, valores que serán esenciales para navegar el futuro de las relaciones internacionales en un mundo multipolar.