La muerte asistida, también conocida como eutanasia o asistencia médica para morir, es un tema que revela profundas diferencias entre los países ricos y los países pobres. Aunque en esencia el concepto permite a una persona en situaciones extremas de sufrimiento elegir el momento y las circunstancias de su muerte, la forma en que se regula, se accede y se percibe este derecho varía significativamente dependiendo del contexto económico, cultural y legal de cada nación.
Este análisis se basa en la investigación realizada por Eliana Close y James Downar, publicada en el portal The Conversation bajo el título: «Estudiamos 20 lugares de todo el mundo y descubrimos las enfermedades más comunes relacionadas con la eutanasia». Close es investigadora principal del Centro Australiano de Investigación sobre Derecho de la Salud de la Universidad Tecnológica de Queensland, con un amplio historial en la regulación y formación sobre la muerte asistida voluntaria en Australia. Por su parte, Downar es director y profesor de la División de Cuidados Paliativos del Departamento de Medicina de la Universidad de Ottawa y ha trabajado en iniciativas similares en Canadá. Su trabajo conjunto analiza la creciente legalización de la eutanasia en diversos países y las enfermedades asociadas con esta práctica.
Muerte asistida como una salida
En los países ricos, la muerte asistida se presenta como una opción más dentro de sistemas de salud altamente desarrollados, donde los marcos legales garantizan procedimientos regulados y éticos. Jurisdicciones como los Países Bajos, Bélgica y Canadá han implementado legislación desde hace décadas o años recientes, asegurando que solo personas con condiciones médicas específicas puedan optar por esta decisión. Por ejemplo, en Canadá, aunque no es necesario que la enfermedad sea terminal, las personas deben demostrar sufrimiento intolerable y condiciones médicas graves e irremediables. Este enfoque prioriza salvaguardias éticas para evitar abusos y proteger a las personas vulnerables.

Sin embargo, en los países pobres o en desarrollo, la eutanasia enfrenta desafíos completamente distintos. Aquí, las prioridades suelen estar enfocadas en proporcionar acceso básico a la salud, combatir enfermedades infecciosas y mejorar la infraestructura médica. La falta de recursos y la influencia de tradiciones culturales o religiosas conservadoras dificultan que el tema de la muerte asistida sea siquiera debatido en el ámbito político o social. En este contexto, el acceso a la asistencia médica para morir se percibe como un lujo que no puede priorizarse sobre necesidades más urgentes.
Acerca de los cuidados paliativos
Un aspecto que subraya esta disparidad es el acceso a los cuidados paliativos. En las economías desarrolladas, quienes optan por la eutanasia suelen haber recibido antes cuidados paliativos que no lograrán aliviar completamente su sufrimiento. Según Close y Downar, esto evidencia que la decisión de optar por la eutanasia no necesariamente está motivada por la falta de servicios médicos, sino por un deseo de autonomía frente a condiciones que causan una pérdida de dignidad. En los países en desarrollo, en cambio, el acceso a cuidados paliativos sigue siendo limitado o inexistente, lo que alimenta la preocupación de que una legislación sobre muerte asistida podría ejercer presión indebida sobre personas que no tienen alternativas viables.
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El marco legal también juega un papel crucial. Mientras que países como Australia y Nueva Zelanda han diseñado leyes estrictas para garantizar procedimientos seguros, en países con economías menos desarrolladas, la regulación médica y legal es muchas veces insuficiente para implementar este tipo de legislaciones. Por ejemplo, aunque Colombia es el único país latinoamericano con legislación clara sobre eutanasia, su implementación ha enfrentado numerosos obstáculos debido a la limitada infraestructura médica y los prejuicios culturales en torno al tema.
Derechos individuales y autonomía personal
A nivel cultural, la muerte asistida en países ricos tiende a ser vista como una cuestión de derechos individuales y autonomía personal. Esto contrasta con los países pobres, donde las tradiciones y religiones dominantes suelen promover la aceptación del sufrimiento como parte de la vida. Estas diferencias filosóficas impactan no solo en la percepción pública, sino también en la voluntad de los gobiernos para legislar sobre la eutanasia, incluso en casos de enfermedades terminales.
Los datos recopilados por Close y Downar sobre las enfermedades más comunes relacionadas con la muerte asistida revelan tendencias globales. En su investigación, el cáncer fue identificado como la causa principal en el 66,5% de los casos de eutanasia, seguido por enfermedades neurológicas como la esclerosis lateral amiotrófica (ELA). Estos hallazgos resaltan la importancia de factores como el rápido deterioro de la salud y la pérdida de autonomía como motivadores claves para solicitar la eutanasia. Sin embargo, también destacan la falta de estudios similares en países de bajos ingresos, donde las enfermedades infecciosas y otras condiciones prevenibles podrían alterar estas estadísticas.

Intravenosas y autoadministradas
Otro aspecto relevante es cómo se administra la medicación para la muerte asistida. En países como Suiza y varios estados de Estados Unidos, la autoadministración es el método predominante, mientras que en Canadá y Australia es común que los médicos sean quienes proporcionen la medicación. Estas diferencias reflejan no solo las normativas legales, sino también las capacidades técnicas y éticas de los sistemas de salud de cada país.
El impacto de las prioridades de salud pública es evidente. Mientras que las economías desarrolladas invierten en debates éticos y en la creación de marcos legales para la eutanasia, los países en desarrollo destinan sus recursos a combatir problemas más inmediatos, como el acceso al agua potable, la nutrición básica y la reducción de la mortalidad infantil. Esta diferencia en prioridades subraya las desigualdades estructurales que dificultan la implementación de políticas complejas como la eutanasia en países con economías más frágiles.
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Cultura y economía
En conclusión, las diferencias entre países ricos y pobres respecto a la muerte asistida reflejan no solo disparidades económicas, sino también contrastes en valores culturales, prioridades de salud pública e infraestructura legal. En los países desarrollados, la asistencia médica para morir se presenta como una opción dentro de sistemas éticamente regulados que buscan respetar la autonomía del individuo.
En los países en desarrollo, en cambio, las barreras económicas, culturales y legales hacen que este derecho sea inaccesible para la mayoría. Mientras la tendencia hacia la legalización de la eutanasia crece en el mundo, el desafío radica en garantizar que su implementación respete las particularidades de cada contexto, protegiendo tanto la dignidad de quienes sufren como los derechos de las personas más vulnerables.