Los medios tienen populismo en las manos. No es una afirmación casual ni una metáfora ligera. Es una realidad palpable en la forma en que líderes como Donald Trump y Hugo Chávez han capturado la agenda pública y la han convertido en un escenario de polarización extrema. Desde sus discursos incendiarios hasta sus estrategias de confrontación permanente, ambos políticos han sido hijos de una misma lógica mediática que alimenta el espectáculo y desdibuja los límites entre la política y el entretenimiento. La sangre de estos dos personajes delata una tendencia peligrosa que no es exclusiva de Venezuela o Estados Unidos, sino que se extiende como un patrón global.
Este fenómeno ha sido objeto de estudio por parte de Carmen Beatriz Fernández, profesora de Comunicación Política en la Universidad de Navarra, el IESA y la Universidad de Pforzheim. Como consultora política y académica con un PhD en Comunicación, su trabajo ha explorado la influencia de la ciberpolítica en la inestabilidad crítica de América Latina. Recientemente, en un artículo publicado en The Conversation bajo el título “Trump y las seis recetas bolivarianas para cocinar el populismo autoritario”, Fernández establece un paralelismo entre Chávez y Trump, argumentando que ambos líderes han recurrido a estrategias similares para consolidar su poder.
Los medios tienen populismo en las manos
Los medios tienen populismo en las manos porque, en lugar de actuar como contrapeso a las narrativas autoritarias, se han convertido en un vehículo para su propagación. Chávez lo entendió temprano y se convirtió a la televisión en su trinchera de batalla con Aló Presidente, un programa en el que podía hablar durante horas sin interrupciones, estableciendo una conexión directa con su audiencia. Trump, por su parte, encontró en Twitter –y posteriormente en su propia red, Truth Social– una plataforma perfecta para saltarse los filtros tradicionales de la prensa y hablarle directamente a su base. La lógica detrás de ambas estrategias es clara: inundar el espacio mediático con mensajes constantes, hasta el punto en que la cobertura misma se vuelve una herramienta de consolidación del poder.

La construcción de un enemigo común ha sido otra táctica compartida. Chávez definió su lucha contra “el imperialismo yanqui”, la oligarquía y los medios de comunicación que lo adversaban, mientras que Trump identificó a los inmigrantes, la prensa y el “Estado profundo” como los grandes obstáculos para su visión de Estados Unidos. Ambos líderes han usado la polarización como un arma, dividiendo a la sociedad en bandos irreconciliables y presentándose a sí mismos como la única alternativa legítima. Esta estrategia no solo les ha permitido mantenerse en el poder, sino también desacreditar cualquier oposición bajo el argumento de que es parte de una conspiración en su contra.
El escándalo sobre el análisis profundo
Los medios tienen populismo en las manos cuando priorizan el escándalo sobre el análisis profundo, cuando se convierten en los líderes populistas en protagonistas de una relación que se sostiene en la controversia y la indignación. Tanto Chávez como Trump han cultivado un culto a la personalidad que ha sido amplificado por la cobertura mediática. Chávez era omnipresente en la televisión venezolana, mientras que Trump dominaba la conversación en redes sociales y medios tradicionales. En ambos casos, sus figuras se volvieron más importantes que cualquier propuesta política concreta, desplazando el debate público hacia el terreno de la emocionalidad y el espectáculo.
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El desprecio por las instituciones democráticas es otro punto de convergencia entre estos dos líderes. Chávez minó la independencia del poder judicial y legislativo en Venezuela, mientras que Trump desafió el sistema electoral de Estados Unidos al no reconocer su derrota en 2020 y alentar el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021. En ambos casos, la estrategia ha sido la misma: presentar las reglas del juego democrático como un obstáculo para la verdadera voluntad del pueblo, lo que justifica cualquier intento de subvertirlas.
Mucho autoritarismo nació en la prensa libre
Los medios tienen populismo en las manos porque, al cubrir estos eventos, terminan por amplificar el mensaje de los propios líderes autoritarios. En el caso de Chávez, cada maniobra para consolidar su poder fue seguida de una avalancha de cobertura mediática que, lejos de debilitarlo, reforzó su narrativa de lucha contra un sistema opresor. El diario venezolano, El Nacional, quien ahora detracta al chavismo, fue el medio de “izquierda liberal”, que desde Caracas le hizo la cuna al “arañero” que conquistó Miraflores. Con Trump, el ciclo se ha repetido: sus ataques a las instituciones han sido presentados con tal nivel de espectacularidad que, en muchos casos, han servido para solidificar su imagen de “forastero” en guerra contra el establishment.
El populismo autoritario no es una ideología en sí misma, sino un estilo de hacer política que puede adoptar diferentes matices según el contexto. En términos económicos, Chávez apostó por una redistribución de la riqueza financiada con el petróleo, mientras que Trump implementó recortes fiscales y políticas proteccionistas para favorecer a ciertos sectores de la economía estadounidense. Sin embargo, en ambos casos, el enfoque ha sido el mismo: promesas de soluciones rápidas y directas a problemas complejos, sin considerar las consecuencias a largo plazo.

No es una simple dicotomía
Los medios tienen populismo en las manos cuando, en lugar de cuestionar estas estrategias, las presentan como una simple dicotomía entre izquierda y derecha, sin profundizar en los patrones comunes que las sostienen. La narrativa de “ellos contra nosotros” ha sido clave para el éxito tanto de Chávez como de Trump, y ha sido reforzada por una cobertura mediática que tiende a simplificar los conflictos políticos en términos de rivalidades personales.
En última instancia, la estela antidemocrática que dejan estos liderazgos es evidente. En Venezuela, el chavismo llevó al país a una crisis económica y humanitaria sin precedentes, mientras que, en Estados Unidos, el trumpismo ha socavado la confianza en las instituciones democráticas y ha radicalizado el discurso político. Sin embargo, la pregunta central sigue siendo: ¿qué papel han jugado los medios en todo esto?
¿Son cómplices inocentes?
Los medios tienen populismo en las manos porque, al final, han sido cómplices –voluntarios o no– de la construcción de estos liderazgos. En su afán por generar audiencia y mantener la atención del público, han permitido que el populismo autoritario se expanda y se fortalezca. La lección que nos dejan Chávez y Trump es clara: cuando la cobertura mediática prioriza el espectáculo sobre la democracia, el resultado es una sociedad atrapada en la lógica del conflicto permanente.
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Si algo ha demostrado la historia reciente es que el populismo no es una anomalía, sino un fenómeno recurrente que encuentra en los medios de comunicación un terreno fértil para su crecimiento. Mientras la prensa continúa atrapada en la lógica de la polarización y la espectacularización de la política, los líderes autoritarios seguirán encontrando en ella un aliado involuntario. La pregunta, entonces, no es si volveremos a ver otro Chávez o Trump en el escenario mundial, sino qué haremos para evitar que los medios vuelvan a ser el caldo de cultivo perfecto para su ascenso.