Los drogadictos los ponen el primer mundo. Mientras los países desarrollados lideran los índices de consumo de cocaína, Sudamérica se ha consolidado como el motor de una industria que parece imparable. Ilustración MidJourney

Los drogadictos los ponen el primer mundo. Mientras los países desarrollados lideran los índices de consumo de cocaína, Sudamérica se ha consolidado como el motor de una industria que parece imparable. El tráfico global de cocaína ha desafiado décadas de esfuerzos y miles de millones de dólares invertidos en la denominada guerra contra las drogas. Sin embargo, la producción, distribución y consumo de esta sustancia siguen en auge, evidenciando el fracaso de estrategias como el Plan Colombia, que han priorizado la represión en los países productores mientras ignoran la raíz del problema: la demanda insaciable en los mercados de Estados Unidos y Europa.

Anthony Faiola, jefe de la oficina de Roma de The Washington Post, expuso recientemente esta problemática en su artículo titulado: “El auge mundial del tráfico de cocaína desafía décadas de esfuerzos antidrogas”. Con una trayectoria que incluye corresponsalías en Miami, Berlín, Londres y Tokio, Faiola escribió desde Guayaquil, Ecuador, sobre el crecimiento global del narcotráfico y el surgimiento de actores como Dritan Rexhepi, un capo albanés que maneja operaciones transatlánticas. Su investigación retrata cómo Sudamérica se ha convertido en el epicentro de una cadena de suministro que surte a consumidores cada vez más numerosos en el primer mundo.

Los drogadictos los pone el primer mundo

Los drogadictos los ponen el primer mundo. Este patrón, lejos de ser nuevo, se ha profundizado con el paso de los años. Desde la implementación del Plan Colombia en el año 2000, Estados Unidos ha destinado más de 14 mil millones de dólares a combatir el narcotráfico en América Latina. Sin embargo, en lugar de disminuir la producción, el cultivo de coca en Colombia se ha triplicado, y la producción global de cocaína alcanzó un récord de 2.757 toneladas en 2022. Mientras tanto, Europa se ha desplazado progresivamente a Estados Unidos como el principal mercado de la droga, con un incremento exponencial en las incautaciones y el consumo.

La producción, distribución y consumo de esta sustancia siguen en auge, evidenciando el fracaso de estrategias como el Plan Colombia, que han priorizado la represión en los países productores mientras ignoran la raíz del problema: la demanda insaciable en los mercados de Estados Unidos y Europa. Ilustración MidJourney

Este aumento en la demanda ha llevado a redes criminales de los Balcanes, Italia y Turquía a adentrarse en el corazón de Sudamérica. Los narcotraficantes albaneses, en particular, han forjado alianzas estratégicas con cárteles locales, consolidando una presencia que rivaliza con la de los cárteles históricos mexicanos. Desde Ecuador, un país que no produce cocaína, pero se ha convertido en un punto neurálgico para su tránsito, estas organizaciones coordinan el transporte de la droga hacia Europa utilizando rutas marítimas disfrazadas de comercio legítimo, como el envío de plátanos.

Una operación muy sofisticada

Oculta, disimulada u obviada, la narrativa no deja de lado que los drogadictos los ponen el primer mundo. Este hecho ha llevado al narcotráfico a ser más sofisticado, debido a que las naciones en desarrollo no detienen el problema que está en su interior y dejan espacio para que la industria crezca, evolucione, se modernice y sea cada vez más eficiente. Las cifras revelan una realidad contundente: la demanda de cocaína en Europa no solo rivaliza con la de Estados Unidos, sino que en muchos aspectos la supera. Entre 2011 y 2021, las incautaciones en los países de la Unión Europea se quintuplicaron, alcanzando cifras récord en 2022. Bélgica, España y los Países Bajos encabezan la lista de puertos donde se detectan grandes alijos de droga. Sin embargo, detrás de estas cifras se encuentra una verdad incómoda: por cada cargamento incautado, muchos otros llegan a su destino, alimentando un mercado de miles de millones de dólares.

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La narrativa predominante en los países desarrollados sigue culpando a Sudamérica por el tráfico de drogas, sin aceptar que el consumo masivo en sus territorios es la verdadera fuerza motriz de esta industria. Este enfoque ha llevado a décadas de intervenciones fallidas, como el propio Plan Colombia, que priorizó la militarización y la erradicación forzada de cultivos. Lejos de resolver el problema, estas políticas desplazaron la producción a zonas fronterizas y fomentaron la industrialización de la cadena de suministro, aumentando la eficiencia de los narcotraficantes.

Banalizan el uso recreativo

En este contexto, es inevitable preguntarse por qué los países desarrollados no han asumido su responsabilidad en la demanda que alimenta el narcotráfico. Los drogadictos los ponen el primer mundo. Mientras, los gobiernos europeos celebran incautaciones récord, el consumo de cocaína sigue en ascenso, impulsado por una sociedad que banaliza el uso recreativo de esta droga. En Estados Unidos, aunque el consumo ha disminuido ligeramente desde 2006, sigue siendo uno de los mercados más grandes del mundo. Estas cifras no solo evidencian una falta de políticas efectivas de prevención y tratamiento, sino también una hipocresía estructural: se exige a los países productores que resultan un problema que es, en esencia, de consumo.

El caso de Ecuador ilustra la complejidad de esta crisis. A pesar de no ser productor, el país ha sido transformado por el narcotráfico. Con instituciones debilitadas y una corrupción rampante, Ecuador se ha convertido en un centro logístico crucial para los traficantes. En 2023, las autoridades ecuatorianas incautaron más de 251 toneladas de cocaína, superando a Perú y Bolivia combinados. Sin embargo, estas victorias no han frenado la violencia ni la penetración de las mafias internacionales, que operan con impunidad gracias a la debilidad del sistema judicial.

Los drogadictos los pone el primer mundo, pero Sudamérica sigue siendo quien paga la factura. Ilustración MidJourney.

Violencia, corrupción y pérdida de soberanía

Los drogadictos los ponen el primer mundo. Esta frase, repetida como un mantra a lo largo de este reportaje, subraya la desconexión entre los esfuerzos en los países productores y la falta de acción significativa en los países consumidores. Mientras las calles de Europa y Estados Unidos se inundan de cocaína, Sudamérica paga el precio en términos de violencia, corrupción y pérdida de soberanía. Este desequilibrio perpetúa un ciclo de dependencia y explotación, donde los esfuerzos por combatir el tráfico parecen destinados al fracaso mientras la demanda siga intacta.

En última instancia, el fracaso del Plan Colombia y otras iniciativas similares residen en su incapacidad para abordar el problema de manera integral. Es hora de que los países desarrollados dejen de señalar con el dedo y reconozcan que el problema no está únicamente en las selvas de Colombia o los puertos de Ecuador, sino en las discotecas de Berlín, los rascacielos de Nueva York y los suburbios de Londres. Solo cuando se enfrente la demanda con la misma intensidad que se combate la oferta, habrá una oportunidad real de romper este ciclo.

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Los drogadictos los pone el primer mundo, pero Sudamérica sigue siendo quien paga la factura. Una factura que incluye no solo la destrucción de comunidades y ecosistemas, sino también el colapso de las instituciones democráticas. Hasta que no se reevalúen las prioridades y se adopten estrategias globales que aborden tanto la oferta como la demanda, esta crisis seguirá siendo un síntoma de una desigualdad estructural que trasciende fronteras.

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