¿Cuándo la verdad es impuesta por el más fuerte la democracia sigue siendo democracia?

En las sociedades democráticas contemporáneas, el debate público se ha convertido en un campo de batalla donde no siempre prevalecen los argumentos mejores sustentados o las evidencias más rigurosas. En cambio, con alarmante frecuencia, la verdad es impuesta por quienes tienen mayor poder, influencia y capacidad de movilización, transformando la deliberación política en una contienda desigual. La idea de que la democracia descansa sobre la discusión racional y el consenso informado se enfrenta hoy a una cruda realidad: cuando el poder impone su versión de los hechos, la democracia se desnaturaliza y se convierte en una herramienta de dominación en lugar de un espacio de decisión colectiva genuina.

El sociólogo chileno Alfredo Joignant Rondon, profesor de ciencias políticas en la Universidad Diego Portales y doctor en ciencias políticas por la Universidad París Panthéon-Sorbonne, ha explorado este fenómeno en su reciente artículo publicado en El País de España bajo el título «El problema de la ‘verdad’ en democracia». En su análisis, Joignant advierte que la democracia enfrenta una crisis estructural debido a la forma en que se construye la percepción de la realidad. Señala que las disputas comunicacionales han evolucionado de simples enfrentamientos entre discursos políticos a verdaderas guerras culturales, en las que la verdad es impuesta de manera duradera. Esta manipulación de la información socava los principios esenciales de la democracia y redefine sus fundamentos, llevándola por un sendero incierto.

Democracia con la verdad es impuesta

El problema de la manipulación de la verdad en las democracias no es nuevo, pero ha adquirido nuevas dimensiones con la era digital y el ascenso de las redes sociales como principales canales de información. Hace tres décadas, la noción de post-verdad comenzó a ganar terreno para describir la tendencia de afirmar hechos sin respaldo fáctico, pero con gran poder persuasivo. Hoy, esa estrategia ha evolucionado hacia la desinformación deliberada, donde la verdad es impuesta con una sofisticación sin precedentes. La diferencia entre desinformación (información inexacta), desinformación (desinformación) y fake news (noticias falsas) ha sido crucial para entender cómo se moldean las narrativas políticas actuales, pero el problema subyacente sigue siendo el mismo: en un sistema en el que cualquier falsedad puede ser legitimada el voto mediante o el respaldo popular, ¿qué queda de la esencia democrática?

La idea de que la democracia descansa sobre la discusión racional y el consenso informado se enfrenta hoy a una cruda realidad: cuando el poder impone su versión de los hechos, la democracia se desnaturaliza y se convierte en una herramienta de dominación en lugar de un espacio de decisión colectiva genuina.. Ilustración MidJourney

El caso del plebiscito constitucional de 2022 en Chile es un ejemplo paradigmático de esta crisis. Joignant señala que el proceso estuvo contaminado por información inexacta, desinformación y noticias falsas, sin que esto impidiera que el resultado fuera considerado democrático y legítimo. El pueblo chileno realmente rechazó la nueva constitución, pero lo hizo bajo un ambiente de distorsión informativa, lo que plantea una interrogante inquietante: si la verdad es impuesta a través de una estrategia sistemática de manipulación, ¿hasta qué punto el ejercicio democrático sigue siendo democrático? La capacidad de discernir entre lo que es cierto y lo que ha sido fabricado para parecerlo se ha convertido en una de las pruebas más difíciles para las sociedades modernas.

El parlante de JD Vance

Este fenómeno no se limita a Chile, sino que se ha manifestado con fuerza en la política global. Un ejemplo reciente es el discurso del vicepresidente de Estados Unidos, JD Vance, en la Conferencia de Seguridad de Múnich. Vance afirmó que el principal enemigo de la democracia no es Rusia ni China, sino las propias naciones europeas que, según él, han traicionado los valores fundamentales de la libertad de expresión al intentar regular el discurso de extrema derecha. Con estas declaraciones, la verdad es impuesta bajo una narrativa que tergiversa el problema real: en nombre de la libertad de expresión, se busca legitimar posturas radicales que socavan el pluralismo y la tolerancia. Es un claro ejemplo de cómo el poder puede moldear la percepción pública para servir a sus propios intereses.

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Otro episodio preocupante ocurrió cuando Vance, en una reunión con el presidente ucraniano Volodímir Zelenski, sugirió que fue Ucrania, y no Rusia, la responsable de la invasión que ha cobrado cientos de miles de vidas. Esta afirmación, que contradice todas las pruebas disponibles y el consenso de la comunidad internacional, muestra cómo la verdad es impuesta mediante la repetición de falsedades hasta que se convierten en verdades aceptadas por sectores de la opinión pública. Cuando la democracia permite que se legitimen mentiras de esta magnitud, su propia razón de ser entra en crisis: un sistema basado en la participación informada y el debate racional se convierte en un juego de manipulación donde gana quien tenga más poder de difusión, no quien tenga mejores argumentos.

Mentiras bien respaldadas

El problema de la verdad en democracia no radica solo en la existencia de desinformación, sino en la creciente aceptación de que cualquier idea puede ser válida si cuenta con suficiente respaldo. En el pasado, la deliberación política se basó en la confrontación de perspectivas sustentadas en evidencias y razonamientos lógicos. Hoy, en cambio, la frontera entre lo cierto y lo falso se ha diluido hasta el punto de que la verdad es impuesta con el simple peso de la repetición y la amplificación en redes digitales. Esto ha generado una paradoja inquietante: cuanto más democrática se vuelve la información, más vulnerable se hace la sociedad a la manipulación.

La solución a esta crisis no es evidente. Joignant sugiere que las democracias deben evolucionar hacia formas más exigentes, donde no solo se garantiza la libertad de expresión, sino que también se establecen mecanismos para evaluar la calidad y veracidad de los argumentos en el debate público. Esto no significa censura, sino la construcción de una ciudadanía más crítica y educada, capaz de distinguir entre información legítima y manipulación interesada. La democratización del conocimiento, impulsada por la educación y la alfabetización mediática, es el único camino para evitar que el poder siga imponiendo su versión de la realidad sin resistencia.

La solución a esta crisis no es evidente. Joignant sugiere que las democracias deben evolucionar hacia formas más exigentes, donde no solo se garantiza la libertad de expresión, sino que también se establecen mecanismos para evaluar la calidad y veracidad de los argumentos en el debate público. Ilustración MidJourney.

El mundo ya no es el mismo

Sin embargo, esta tarea es titánica en un contexto donde las redes sociales han fragmentado la esfera pública en burbujas de información personalizada, diseñadas para reforzar las creencias preexistentes en lugar de desafiarlas. La verdad es impuesta en ecosistemas cerrados donde el debate real es reemplazado por la reafirmación constante de dogmas. En este escenario, la posibilidad de construir consensos democráticos basados ​​en hechos objetivos se ve cada vez más lejana. La desinformación no es solo un problema de comunicación, sino una amenaza existencial para el modelo democrático tal como lo conocemos.

Ante esta realidad, es fundamental preguntarnos: ¿puede una democracia seguir siéndolo cuando la verdad es impuesta por quienes tienen más poder? Si la información se convierte en un arma al servicio de intereses particulares y la verdad deja de ser un referente compartido, la democracia corre el riesgo de convertirse en una mera formalidad vacía de contenido real. La libertad de expresión y el acceso a la información no son suficientes si el espacio público está dominado por la distorsión sistemática de la realidad. El desafío de las democracias modernas es recuperar el sentido original del debate político: un proceso basado en el rigor, la argumentación y la búsqueda genuina de la verdad.

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El destino de la democracia dependerá de su capacidad para enfrentar este reto. Si no logramos frenar la manipulación de la información y el uso estratégico de la desinformación como arma política, podríamos encontrarnos en un futuro donde el mismo concepto de democracia haya perdido todo significado. Porque cuando la verdad es impuesta por el más fuerte, lo que llamamos democracia no es más que una ilusión convenientemente fabricada.

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