Israel lanza misiles de desesperanza, y en el sur del Líbano, la destrucción no discrimina entre las vidas que se encuentran atrapadas en medio del conflicto. Mientras el humo aún se eleva desde los edificios reducidos a escombros en Nabatiye, una ciudad desierta que alguna vez fue hogar de 40,000 personas, el mundo observa en silencio, incapaz o tal vez indiferente ante la tragedia humana que se desarrolla. Cada ataque parece diseñado no solo para dañar la infraestructura, sino para quebrar el espíritu de los pocos que aún permanecen, ancianos y personas sin medios para huir. Es un espectáculo sombrío que deja en evidencia no solo la brutalidad del conflicto, sino la ausencia de acción por parte de la comunidad internacional.
Antonio Pita, corresponsal para Oriente Próximo, ha estado cubriendo los horrores de esta guerra desde Jerusalén, una ciudad en la que trabajó previamente durante siete años (2007-2013) para la Agencia Efe. En su último reportaje para El País, titulado: «La desierta ciudad de Líbano donde Israel ha matado al alcalde y destrozado el mercado histórico», Pita relata con un tono desolador cómo Nabatiye, una localidad a solo 12 kilómetros de la frontera israelí, ha sido devastada por los bombardeos. La ciudad, que una vez fue un vibrante centro comercial, ahora yace en ruinas, con más gatos que personas recorriendo las calles. Los pocos que quedan viven en constante temor, preguntándose cuándo les llegará el turno de ser blanco de los ataques. Pita, con una trayectoria que incluye la cobertura de los Balcanes, detalla la intensidad de los bombardeos que han arrasado manzanas enteras, tiñendo todo de un gris polvoriento.
Israel lanza misiles de desesperanza
Israel lanza misiles de desesperanza sobre Nabatiye, una ciudad que ya había recibido una orden de evacuación por parte del ejército israelí. Sin embargo, no todos han podido marcharse. Las historias de aquellos que permanecen están marcadas por la resignación y la falta de opciones. Ancianos y pobres, sin recursos ni fuerzas para escapar, se han quedado atrás, aferrados a lo poco que tienen. El alcalde de la ciudad, Ahmad Kahil, trataba de organizar la ayuda humanitaria cuando uno de estos misiles cayó sobre el edificio municipal, matando a 16 personas, entre ellos el propio alcalde, trabajadores municipales y vecinos que esperaban recibir provisiones básicas. El ataque no solo fue mortal, sino simbólico: el primer golpe directo contra una autoridad civil en Líbano durante el conflicto actual.

El silencio ensordecedor de la comunidad internacional ante estos sucesos es inquietante. Mientras Israel justifica sus ataques afirmando que están dirigidos contra objetivos terroristas de Hezbolá, la realidad sobre el terreno parece contar una historia diferente. Los civiles atrapados en medio de los bombardeos son quienes pagan el precio más alto. «Es como si estuviéramos dentro de una película de Rambo», dijo Mohammad Shbib, un sobreviviente del ataque, al corresponsal de El País. «La explosión me lanzó por los aires, y cuando me levanté, solo podía escuchar gritos de socorro». La referencia cinematográfica de Shbib no es casual; refleja la desesperación y la impotencia que sienten aquellos que viven bajo el constante asedio de los bombardeos.
Aniquilan los espíritus
Israel lanza misiles de desesperanza, y lo hace con una precisión que parece diseñada para desmantelar no solo edificios, sino cualquier vestigio de normalidad en la vida de los libaneses. El ataque al mercado histórico de Nabatiye, un lugar que databa de la época otomana, fue otro golpe devastador. Las frutas y verduras, cubiertas de polvo, permanecen esparcidas en los escombros, sin vendedores ni clientes que las reclamen. Las ambulancias, las únicas señales de vida en las calles, corren hacia los hospitales saturados de heridos. Es un panorama desolador en el que la esperanza parece haber sido aniquilada junto con las estructuras que alguna vez sustentaron la vida cotidiana en la ciudad.
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La respuesta del gobierno libanés ha sido, como era de esperarse, de condena. El primer ministro Nayib Mikati ha acusado a la comunidad internacional de alentar con su inacción los crímenes de guerra de Israel. Mientras tanto, el coordinador humanitario de la ONU para Líbano, Imran Riza, ha advertido que las instalaciones médicas, mezquitas y mercados están siendo reducidos a escombros, dejando a la población civil en una situación desesperada. Sin embargo, a pesar de las denuncias, las bombas siguen cayendo, y el ciclo de violencia parece no tener fin.
Ni los fantasmas sobreviven
Israel lanza misiles de desesperanza sobre una población que, en muchos casos, no tiene a dónde ir. Las rutas hacia el norte están bloqueadas o son peligrosas, y aquellos que aún pueden moverse lo hacen con precaución extrema. Los vehículos sospechosos de moverse en las zonas prohibidas son blancos legítimos para las fuerzas israelíes, lo que deja a los residentes atrapados en una especie de jaula mortal. Las pocas tiendas que permanecen abiertas lo hacen en áreas menos expuestas, pero el acceso a bienes básicos es cada vez más difícil. La realidad es que los residentes de Nabatiye y otras ciudades del sur del Líbano viven en un limbo, esperando lo inevitable.

El relato de Pita deja claro que la tragedia de Nabatiye no es un caso aislado. Es solo uno de los muchos puntos en el mapa de la devastación que el conflicto está dejando en la región. Las banderas de Hezbolá y los carteles de sus líderes caídos adornan las fachadas de los edificios destruidos, recordatorios visuales de un conflicto que parece no tener solución a la vista. Mientras tanto, la vida sigue, aunque de forma precaria, con los residentes ayudándose unos a otros como pueden, compartiendo lo poco que les queda en medio del caos.
Bombardear lo ya destruido
Israel lanza misiles de desesperanza, pero el verdadero blanco parece ser la esperanza misma de aquellos que se aferran a la vida en medio de los escombros. Los constantes bombardeos, la destrucción de infraestructuras civiles y la inacción de la comunidad internacional son los elementos de una tragedia que parece destinada a repetirse. Cada día que pasa, más vidas se pierden, más edificios caen, y más se aleja la posibilidad de una paz duradera. El mundo observa, pero su silencio es tan atronador como las explosiones que sacuden las ciudades del sur del Líbano.
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La historia de Nabatiye, tal como la cuenta Antonio Pita, es un microcosmos del conflicto más amplio. Mientras Israel continúa sus ataques, la pregunta que surge es cuánto tiempo más puede continuar esta espiral de violencia antes de que las voces que claman por un alto el fuego sean finalmente escuchadas. Sin embargo, por ahora, parece que la desesperanza es el único mensaje que prevalece.