En el vasto y complejo tapiz de la historia humana, la práctica de segmentar el flujo ininterrumpido de eventos en periodos claramente delimitados ha servido tanto como herramienta de comprensión como objeto de crítica. La «inutilidad de las etiquetas del tiempo» emerge no solo como un desafío conceptual en el estudio de nuestro pasado colectivo sino también como un reflejo de nuestra constante búsqueda de orden en el caos de la existencia.
Este dilema se encuentra en el corazón del trabajo de Mauro Hernández, profesor Titular de Historia Económica en la Universidad Nacional de Educación a Distancia, quien, a través de su contribución titulada: “Edad Media, Moderna, Contemporánea: ¿cómo llamarán nuestros nietos a nuestros tiempos?” en The Conversation, arroja luz sobre la complejidad y, a veces, la arbitrariedad de la periodización histórica.
Inutilidad de las etiquetas del tiempo
Hernández nos recuerda que, si bien las etiquetas como la Edad Media, la Edad Moderna, y la era Contemporánea sirven para facilitar la enseñanza y el estudio de la historia, estas demarcaciones no dejan de ser construcciones abstractas y arbitrarias, sujetas a interpretaciones variables y a menudo marcadas por un profundo eurocentrismo. La pregunta que se plantea, entonces, es cómo, en este marco de relativa «inutilidad de las etiquetas del tiempo», podemos abordar la denominación de nuestra propia era, una que ve al Homo sapiens dejando una huella profunda y potencialmente irreversible en el planeta Tierra.

La noción del Antropoceno, propuesta por Paul Crutzen y Eugene Stormer, emerge como una posible respuesta, sugiriendo una era definida por el impacto significativo de las actividades humanas sobre la geología y los ecosistemas de la Tierra. Sin embargo, este término, como todos los anteriores, no está exento de debates y contradicciones, reflejando la «inutilidad de las etiquetas del tiempo» en nuestra continua lucha por comprender y categorizar nuestra existencia y legado en este planeta.
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Cortar la historia en rebanadas
El cuestionamiento de Hernández sobre si es necesario «cortar la historia en rebanadas» nos invita a reflexionar sobre la esencia misma de la periodización. ¿Es posible, o incluso deseable, buscar divisiones nítidas en un proceso histórico que es por naturaleza continuo y fluido? La respuesta a esta pregunta es esquiva, ya que, por un lado, las etiquetas temporales nos ofrecen un marco para organizar y digerir la complejidad de la historia humana, mientras que, por otro, nos enfrentan al riesgo de simplificar en exceso y distorsionar nuestra comprensión del pasado.
Más allá de la pura clasificación, el debate sobre la «inutilidad de las etiquetas del tiempo» también nos enfrenta a cuestiones de inclusividad y representación. El dominio de un marco eurocéntrico en la periodización histórica ignora o minimiza las narrativas de otras culturas y civilizaciones, cuyas propias divisiones temporales pueden ofrecer perspectivas valiosas y distintas sobre la historia global. Este eurocentrismo, como señala Hernández, es evidente en la división entre los tiempos «antes» y «después de Cristo», una demarcación que, pese a su adopción casi universal, pasa por alto otras particiones del tiempo histórico igualmente significativas.
Las etiquetas en la docencia
La búsqueda de alternativas a estas etiquetas convencionales no es meramente un ejercicio académico, sino una necesidad práctica que afecta la forma en que enseñamos, estudiamos y concebimos la historia. La propuesta de fusionar las edades Media y Moderna en una sola, o de adoptar divisiones como la era preindustrial y postindustrial, sugiere un esfuerzo por reflejar con mayor precisión la continuidad y la complejidad del desarrollo humano.
Sin embargo, como bien apunta Hernández, cualquier nueva etiqueta o sistema de periodización que adoptemos llevará consigo sus propios desafíos y limitaciones. La decisión de cómo nombrar nuestra era, y las eras que vendrán, recae finalmente en las generaciones futuras, quienes, con el beneficio de la perspectiva, podrán juzgar mejor cuáles son los rasgos distintivos y determinantes de nuestro tiempo.

En última instancia, la reflexión sobre la «inutilidad de las etiquetas del tiempo» en la historia no busca desacreditar el valor de la periodización como tal, sino más bien destacar las limitaciones y desafíos inherentes a cualquier esfuerzo por categorizar y comprender el pasado. A través de un diálogo continuo y crítico sobre estas cuestiones, podemos aspirar a una comprensión de la historia que sea a la vez inclusiva, matizada y adaptativa, capaz de abarcar la rica diversidad de la experiencia humana a lo largo del tiempo.
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Cultura, tiempo, espacio y poder
Dentro de este complejo debate sobre la periodización y la «inutilidad de las etiquetas del tiempo», se destaca la importancia de considerar las diversas formas en que diferentes disciplinas y culturas entienden y dividen el tiempo. La historia política, por ejemplo, marca el inicio de la época contemporánea con la Revolución Francesa, mientras que, desde una perspectiva económica, este cambio se asocia con la Revolución Industrial. Por otro lado, los historiadores de la cultura pueden preferir términos como Renacimiento, Barroco e Ilustración para describir períodos que abarcan características culturales específicas, en lugar de adherirse estrictamente a divisiones temporales más generales. Esta diversidad de enfoques subraya la complejidad de encontrar un sistema de periodización que satisfaga todas las necesidades analíticas y respete la multiplicidad de perspectivas históricas.
La fragmentación del conocimiento histórico, exacerbada por la «inutilidad de las etiquetas del tiempo», tiene consecuencias tangibles no solo en el ámbito académico, donde puede fomentar la especialización en detrimento de una comprensión más holística de la historia, sino también en la educación y la cultura en general. Los manuales escolares, las exposiciones y las rutas culturales se organizan a menudo siguiendo estas divisiones arbitrarias, lo que puede limitar nuestra capacidad para apreciar la interconexión y la continuidad de los procesos históricos. Esta segmentación artificial del conocimiento histórico refleja la tendencia humana a categorizar y dividir, pero también subraya la necesidad de enfoques más integradores que fomenten una comprensión más unificada y conectada de nuestro pasado.