En un mundo donde la dicotomía entre el hambre y la saciedad se hace cada vez más pronunciada, las palabras de Cindy McCain, directora ejecutiva del Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas en Roma, y de Chris Coons, miembro del Comité de Relaciones Exteriores de los Estados Unidos, resuenan con una urgencia ineludible. «No podemos conformarnos con un mundo mitad alimentado y mitad hambriento». Este pensamiento, plasmado en un artículo para The Hill, refleja una verdad que, aunque pronunciada hace sesenta años por el Presidente John F. Kennedy, hoy cobra una relevancia aún mayor.
El hambre, ese flagelo persistente que socava la dignidad humana, la paz y el progreso, sigue siendo una de las problemáticas más acuciantes del siglo XXI. Mientras algunos duermen saciados, cientos de millones en el mundo se debaten en la incertidumbre de no saber cuándo será su próxima comida. Esta realidad, exacerbada por conflictos y crisis climáticas, pinta un panorama desolador donde la inseguridad alimentaria no solo es una amenaza humanitaria, sino también un catalizador de inestabilidad y caos global.
Hambre en África y Oriente Medio
Los sistemas alimentarios en regiones como África y Oriente Medio, ya de por sí tensos, se han visto aún más comprometidos por la guerra en Ucrania, antes un granero de cereales para el mundo. La escalada de conflictos, como el persistente entre Hamas e Israel, no hace sino empeorar la situación, poniendo en riesgo la seguridad alimentaria de millones. En este contexto, la advertencia de McCain y Coons cobra una importancia crítica: no podemos permitirnos el lujo de ser espectadores indiferentes mientras millones se suman a las filas de quienes corren el riesgo de morir de hambre.

Los números son alarmantes: más de 333 millones de personas en el mundo enfrentan la incertidumbre alimentaria, una cifra que supera la población total de los Estados Unidos. Más de 47 millones están al borde de la hambruna y requieren asistencia urgente. Esta crisis, aparte de ser un desafío humanitario, representa una amenaza palpable para la seguridad. La incapacidad de satisfacer las necesidades básicas de los más vulnerables genera un terreno fértil para conflictos y terrorismo, forjando un ciclo de violencia y desesperación.
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Desaparecen los donantes
La necesidad de actuar es imperiosa. Sin embargo, en un giro irónico, muchos donantes globales están reduciendo sus contribuciones en un momento en que deberían intensificar su lucha contra el hambre. Esta actitud cortoplacista no solo agrava el problema actual, sino que también incrementa exponencialmente los costos y riesgos futuros. Es un error pensar que la seguridad se puede asegurar únicamente a través de la financiación de defensa y asistencia para la seguridad, ignorando las necesidades básicas de los civiles atrapados en zonas de conflicto.
Estados Unidos, que históricamente ha sido un líder en la lucha contra el hambre mundial, se enfrenta a un dilema crucial. A lo largo de los años, tanto republicanos como demócratas se han comprometido con la financiación de programas internacionales de asistencia alimentaria, reconociendo que esta ayuda no solo beneficia a quienes la reciben, sino que también favorece los intereses económicos y de seguridad de los propios estadounidenses. Desde los agricultores que proveen los alimentos hasta las empresas que se benefician del crecimiento económico impulsado por la agricultura, la asistencia alimentaria tiene repercusiones positivas en múltiples niveles.
Garantizar una financiación sólida
En este momento crítico, la llamada de acción de McCain y Coons a las capitales de todo el mundo es clara: es imperativo garantizar una financiación sólida para combatir la inseguridad alimentaria dondequiera que esté. Además, es crucial aprender de esta crisis y priorizar inversiones a largo plazo para construir sistemas alimentarios más resilientes, capaces de absorber crisis y proteger contra futuras inseguridades alimentarias.

La adopción de nuevos enfoques para la asistencia alimentaria es esencial. Esto incluye esfuerzos para aumentar las asociaciones público-privadas y aprovechar mejor el sector privado para promover el desarrollo agrícola y mejorar los sistemas alimentarios y las cadenas de suministro. En una época de crisis sin precedentes, no podemos conformarnos con un mundo medio alimentado y medio hambriento. La paz y el progreso mundial dependen de nuestra capacidad para unirnos y trabajar juntos en la lucha contra el hambre, evitando así el riesgo real y peligroso de una hambruna generalizada en los próximos meses.
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Recordar al Kennedy
Como lo reconoció el presidente Kennedy hace tantos años, la paz y el progreso no pueden mantenerse en un mundo medio alimentado y medio hambriento. La historia nos ha enseñado que las protestas por alimentos han dado forma a movimientos políticos, provocado levantamientos y alimentados disturbios violentos.
Ignorar esta lección sería no solo una negligencia, sino también un desprecio por las vidas humanas que se ven amenazadas cada día por el hambre. La respuesta a esta crisis debe ser global, coordinada y, sobre todo, empática. Solo así podremos esperar construir un mundo donde el hambre no sea el enemigo silencioso que amenaza nuestra coexistencia pacífica y nuestro progreso colectivo.