En el complejo y devastador conflicto en Gaza, un cese al fuego parece más distante que nunca. A medida que se acerca el aniversario de las masacres del 7 de octubre perpetradas por Hamás, la pregunta que se alza es: ¿Quién evade este cese al fuego y qué gana con la guerra? A pesar de los esfuerzos internacionales para negociar la paz y los intercambios de prisioneros, las respuestas no son sencillas y los actores involucrados parecen tener más incentivos para prolongar el conflicto que para ponerle fin. La realidad es que cada parte tiene mucho que perder con la paz y, paradójicamente, mucho que ganar con la guerra.
El análisis de esta situación ha sido ampliamente abordado por Jonathan D. Strum, un abogado y empresario internacional residente en Washington y Oriente Medio, quien también fue profesor adjunto del Sistema Jurídico Israelí en el Centro de Derecho de la Universidad de Georgetown entre 1991 y 2005. Strum, en un reportaje titulado “¿Quién se beneficia de prolongar la guerra en Gaza?” publicado en el portal de información política estadounidense The Hill, exponen cómo líderes clave, tanto en Israel como en Hamás, se aferran a sus intereses particulares, lo que dificulta cualquier avance hacia un cese al fuego. El conflicto no solo es una tragedia humanitaria; también es un tablero de ajedrez donde las piezas se mueven por motivos personales y políticos, dejando de lado las consecuencias para millones de personas afectadas.
¿Quién gana con la guerra
Hamás, bajo el liderazgo de Yahya Sinwar, es uno de los actores que claramente gana con la guerra. Desde la muerte de Ismail Haniya en Teherán, Sinwar ha consolidado su posición como líder político y militar de Hamás, a pesar de vivir en constante clandestinidad. Sin embargo, su supervivencia depende de la continuidad del conflicto. La guerra le permite mantener su control sobre Gaza, aplastar cualquier disidencia interna y proyectar la imagen de un líder resistente de la «causa» palestina. Para Sinwar, un cese al fuego no solo podría poner en riesgo su vida debido a posibles ataques de Israel o de otros países árabes que ven en Hamás una amenaza alineada con Irán, sino que también podría debilitar su posición política. En este contexto, la ideología religiosa de Hamás, que rechaza cualquier noción de liberalismo occidental, se utiliza como justificación para sacrificar millas de vidas en Gaza y prolongar el sufrimiento de su propia gente.

Por otro lado, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, también tiene sus propias razones para evadir un cese al fuego. La política interna de Israel está marcada por una coalición frágil que sostiene su gobierno, compuesta por nacionalistas de extrema derecha y partidos ultraortodoxos con posturas divergentes sobre la guerra. Netanyahu enfrenta la presión de sus aliados más radicales, como Itamar Ben Gvir y Bezalel Smotrich, quienes amenazan con abandonar el gabinete si se alcanza un acuerdo que implica la liberación de rehenes o un alto el fuego. Para Netanyahu, mantener la guerra viva es, en parte, una maniobra política para preservar su coalición y evitar elecciones anticipadas que podrían terminar con su carrera política. Por eso, a pesar del inmenso costo humano y económico para Israel, Netanyahu parece inclinado a prolongar el conflicto, utilizando la narrativa de la seguridad nacional y la amenaza existencial de Irán como justificación.
Un asunto de geopolítica
La guerra en Gaza no solo tiene implicaciones locales; también se entrelaza con la política internacional. El expresidente de Estados Unidos, Donald Trump, y sus posibles aspiraciones de volver a la Casa Blanca, también juegan un papel indirecto pero relevante. Netanyahu, quien ha sido un aliado cercano de Trump, parece apostar a que un eventual regreso del expresidente al poder podría brindarle un entorno más favorable para manejar el conflicto sin la presión constante de la administración de Joe Biden. Para Netanyahu, cualquier acuerdo de cese al fuego ahora podría verse como un triunfo diplomático de la administración Biden, y eso es algo que su círculo no está dispuesto a conceder. De esta manera, Netanyahu también gana con la guerra, al extender un conflicto que podría jugar a su favor en términos de política exterior y de apoyo interno.
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Irán, otro actor crucial en este complejo tablero, también obtiene beneficios estratégicos de la prolongación de la guerra en Gaza. Con su respaldo a Hamás, Hezbolá, los hutíes y varias milicias iraquíes, Irán refuerza su posición como líder del “eje de resistencia” contra Israel y los Estados Unidos. Además, el conflicto ha servido para evitar la consolidación de una coalición sunita-israelí que podría amenazar su influencia en la región. Mientras Hamás y Hezbolá continúan sus ataques contra Israel, Irán se asegura de mantener a su rival ocupado en múltiples frentes y debilitar su imagen internacional. Además, cada día que se extiende el conflicto es un día más en el que las tensiones internas en Israel aumentan, con consecuencias económicas graves que minan la estabilidad del país. En este sentido, la guerra es una herramienta para Irán, no solo para desafiar a Israel, sino también para evitar un alineamiento más amplio de las naciones árabes con Occidente.

No ha respuestas sencillas
En medio de estos intereses entrelazados, la paz parece un ideal lejano, porque quienes deberían trabajar para alcanzarla tienen poco que ganar con ella. Hamás sigue utilizando la narrativa de la resistencia para justificar sus acciones, mientras que Netanyahu se refugia en el discurso de la seguridad nacional y la lucha contra el terrorismo. Para Irán, mantener a Israel bajo constante amenaza es una forma de proyectar poder regional sin enfrentarse directamente a una coalición árabe-israelí. La pregunta sobre quién evade al cese al fuego y qué gana con la guerra no tiene una respuesta sencilla, pero el conflicto en Gaza sigue siendo una herramienta política para muchos, mientras millas de vidas quedan atrapadas en un ciclo de violencia del que parece no haber salida.
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El cese al fuego en Gaza sigue siendo una ilusión mientras los actores principales priorizan sus agendas personales y políticas sobre el bienestar de la población. En este conflicto, la guerra no es solo una tragedia humanitaria, sino un medio para mantener el poder y manipular la narrativa global, donde cada día de violencia refuerza las posiciones de aquellos que más tienen que ganar con la guerra.