En el umbral de una nueva era en la guerra moderna, los avances en la inteligencia artificial (IA) están impulsando la creación de enjambres de drones asesinos, una perspectiva que podría alterar radicalmente los campos de batalla del futuro. Eric Lipton, reportero de investigación para The New York Times, ha profundizado en esta problemática, abordando las implicaciones de las armas autónomas y su potencial para cambiar la forma en que se libran las guerras.
Desde hace décadas, el concepto de armamento automatizado ha estado presente en el arsenal militar, evolucionando desde minas terrestres hasta sofisticadas municiones autoguiadas. En el siglo XIX, las minas terrestres, inventadas por el general confederado Gabriel Rains, ya funcionaban sin intervención humana. Estas armas, aunque rudimentarias, marcan el inicio de un largo camino hacia la autonomía en el campo de batalla.

Enjambres de drones asesinos
Antes de entrar en el tema de los enjambres de drones asesinos hagamos un poco de historia. El Pentágono amplió su arsenal automatizado en la década de 1970 con armas como la mina antisubmarina CAPTOR, que se asienta en el fondo del océano y detona automáticamente al detectar un objetivo. En la década de 1980, el sistema de armas AEGIS introdujo una mayor autonomía, utilizando un radar de alta potencia para detectar y rastrear misiles enemigos, con la capacidad de disparar misiles defensivos en modo automático.
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El avance hacia armas autónomas más sofisticadas continuó con la introducción de municiones autoguiadas, como el misil aire-aire AIM-120, que refina su trayectoria tras el lanzamiento para destruir aviones enemigos. Paul Scharre, ex alto funcionario del Pentágono y autor de «Army of None», compara estas municiones a «un perro de ataque enviado por la policía», poseyendo una autonomía limitada pero significativa.
Hipótesis de guerra con China
Las municiones merodeadoras, como el dron Harpy de Israel y la Switchblade 600 de AeroVironment, representan un paso más hacia la automatización completa. Estas armas, aunque aún requieren aprobación humana para atacar, podrían fácilmente convertirse en dispositivos totalmente autónomos, capaces de identificar y eliminar objetivos por sí mismos.
El Pentágono está ahora enfocado en desarrollar enjambres de drones asesinos, una red de cientos o incluso miles de drones autónomos impulsados por IA. Estos enjambres podrían usarse para destruir o degradar sistemas de misiles enemigos, ofreciendo una nueva dimensión táctica en conflictos cercanos a zonas como el mar de la China Meridional.

Listos pero no tanto
Contratistas militares, como Palantir Technologies, han expresado que aún podría pasar tiempo antes de que los ataques letales controlados por IA sean totalmente autónomos. Courtney Bowman de Palantir sostiene que la IA permitirá a los oficiales militares tomar decisiones más rápidas y precisas, pero enfatiza que los algoritmos actuales aún no son lo suficientemente confiables para tomar decisiones de vida o muerte de manera autónoma.
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Esta nueva generación de armas autónomas, singularizada como “enjambres de drones asesinos”, ha generado preocupación en la comunidad internacional, incluyendo la ONU. A diferencia de las armas anteriores, estas nuevas tecnologías poseen una capacidad sin precedentes para operar sin intervención humana, planteando preguntas éticas y estratégicas fundamentales.
¿De que valdrá a ética
Paul Scharre señala que lo que una vez parecía ciencia ficción, ahora es una realidad tangible. La tecnología no solo es real, sino que está avanzando a un ritmo que podría ver a los enjambres de drones asesinos convertirse en una característica común en los campos de batalla del mundo. La posibilidad de que las decisiones de vida o muerte sean transferidas a programas de IA no es solo una preocupación para el futuro; es una cuestión inminente que requiere atención y regulación cuidadosa.
Mientras el desarrollo tecnológico continúa avanzando a pasos agigantados, el debate sobre cómo y si se debe regular el uso de armas autónomas se vuelve cada vez más urgente. La guerra, como la conocemos, está en el umbral de un cambio paradigmático, uno que plantea tanto posibilidades estratégicas como preocupaciones éticas profundas.