Jean-Marie Le Pen, conocido como “el diablo de la política francesa”, ha fallecido dejando tras de sí un legado polémico y divisivo que marcó la política de extrema derecha en Francia durante décadas. Su muerte llega en un momento en el que la ideología que él promovió se encuentra más cerca que nunca del poder, encabezada por su hija, Marine Le Pen, quien ha sabido suavizar la imagen del partido Agrupamiento Nacional, el sucesor del otro Frente Nacional. Este acontecimiento no solo marca el fin de una era, sino que también abre interrogantes sobre el futuro político de Francia, donde la extrema derecha ha logrado una influencia sin precedentes.
El análisis de este fenómeno político ha sido llevado a cabo por Aurelien Mondon, profesor titular de política en la Universidad de Bath y co-coordinador de la Red de Investigación de Política Reaccionaria. En su reciente artículo para The Conversation, titulado: “Jean-Marie Le Pen murió sabiendo que su política extremista de extrema derecha había sido exitosamente incorporada a la corriente principal en Francia”, Mondon argumenta que el impacto de Jean-Marie Le Pen va mucho más. allá de su vida. Con credenciales sólidas en el estudio del racismo y el populismo, Mondon explora cómo la figura de Le Pen fue crucial para la normalización de la extrema derecha en las democracias liberales, un análisis que cobra especial relevancia en la actual coyuntura política francesa.
El diablo de la política francesa
Durante su extensa carrera, Jean-Marie Le Pen, quien alguna vez fue diputado en el Parlamento francés a los 27 años, se consolidó como un líder ineludible de la extrema derecha. Apodado “el diablo de la política francesa” debido a sus declaraciones incendiarias y su nostalgia por el régimen colaboracionista de Vichy, Le Pen cimentó un estilo político que combinaba el racismo explícito con una retórica antiinmigratoria más moderada. Fue en 1972 cuando cofundó el Frente Nacional, buscando unificar a las distintas facciones de extrema derecha. Paradójicamente, se le consideraba el menos radical entre sus pares, aunque su historial, que incluía la difusión de propaganda nazi y acusación de tortura en Argelia, cuenta otra historia.

El ascenso del Frente Nacional estuvo ligado, en parte, a las decisiones estratégicas de la clase política tradicional. Durante los años 80, el presidente socialista François Mitterrand otorgó visibilidad al partido en un intento de dividir a la derecha tradicional. Fue una jugada política que, si bien cumplió su propósito a corto plazo, tuvo consecuencias de largo alcance: Le Pen y su partido ganaron legitimidad, alcanzando en 1986 su primer gran éxito electoral con 35 escaños parlamentarios. Así, el Frente Nacional comenzó a integrarse, aunque de forma controvertida, en el panorama político francés.
Llegó a una segunda vuelta
“El diablo de la política francesa” alcanzó su mayor éxito personal en 2002, cuando llegó a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, un hecho sin precedentes para la extrema derecha. Sin embargo, este avance electoral no fue tanto una prueba de su creciente popularidad como una señal de la crisis de los partidos tradicionales, que perdieron votos frente a un aumento alarmante de la abstención. La clase política parecía incapaz de responder a los problemas estructurales del país, dejando un vacío que Le Pen y otros populistas supieron capitalizar.
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Marine Le Pen, hija de Jean-Marie, asumió el liderazgo del partido en 2011, iniciando un proceso de “desdiabolización” para hacer más aceptables las ideas extremistas que su padre representaba. Este esfuerzo incluyó un cambio de nombre a Agrupamiento Nacional y la expulsión de su propio padre del partido en 2015, tras comentarios insostenibles sobre el Holocausto. Aunque Marine adoptó un discurso más moderado, las bases ideológicas del partido permanecieron intactas, enfocándose en temas como la inmigración, el Islam y la seguridad nacional. Según Mondon, esta estrategia de moderación aparente ha sido clave para que la extrema derecha se acerque al poder.
Normalización de los extremistas
El legado de Jean-Marie Le Pen no puede entenderse sin reconocer cómo las élites políticas han contribuido a normalizar las ideas de la extrema derecha. Desde Nicolas Sarkozy, quien incorporó elementos de su retórica en su campaña presidencial, hasta Emmanuel Macron, que ha buscado absorber parte del discurso antiinmigratorio bajo la bandera de “mano dura”, la corriente política dominante ha allanado el camino para la aceptación de las ideas que Le Pen promovió durante décadas. Este contexto es el que hoy coloca a Marine Le Pen en una posición crucial, actuando como una de las figuras más influyentes en un Parlamento fracturado y siendo considerada una contendiente seria para las próximas elecciones presidenciales.
“El diablo de la política francesa” dejó un país profundamente dividido, donde las ideas de extrema derecha no solo han ganado terreno, sino que han sido adoptadas y legitimadas por el discurso político general. Mientras Marine Le Pen se posiciona como una figura aparentemente moderada, su partido sigue siendo una fuerza capaz de cambiar el rumbo de la política francesa. A medida que Francia enfrenta una de sus peores crisis políticas, el debate sobre el impacto del legado de Jean-Marie Le Pen y la responsabilidad de las élites en su ascenso no se hace sino intensificarse.

Su muerte no marca el final
La muerte de Le Pen marca el fin de una era, pero también simboliza el principio de otra, en la que las ideas que él defendió podrían finalmente llegar al poder. Francia se encuentra ante una encrucijada: aceptar la extrema derecha como parte inherente de su política o enfrentarse a la necesidad de un cambio radical que desafíe su creciente influencia. Como señaló Mondon, las opciones actuales parecen limitarse a lo malo y lo peor, un escenario que “el diablo de la política francesa” habría considerado la culminación de su vida política.
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Este momento histórico no solo refleja el peso de una dinastía política que ha sabido adaptarse y prosperar en un entorno hostil, sino también la fragilidad de una democracia que ha permitido que las ideas extremistas se conviertan en parte de la corriente dominante. Francia, y el mundo, estarán atentos al descubrimiento de esta historia, cuyo próximo capítulo estará escrito, sin duda, por Marine Le Pen.