El agua y su “existencia” nos definen: Sin ella somos muerte y final

El agua y su existencia nos definen. No hay exageración en esta afirmación, sino una verdad elemental que determina la vida misma. Sin agua, no hay continuidad, no hay crecimiento ni regeneración. Es el núcleo de la existencia, el hilo conductor de los ecosistemas y la condición sine qua non de la supervivencia humana. Pero en nuestra era, este recurso vital no solo está en peligro, sino que se ha convertido en el reflejo de una crisis que amenaza con cambiar la faz del planeta de manera irreversible.

Noor Mahtani, reportera de la sección América Futura de EL PAÍS, con base en Bogotá y con experiencia en Planeta Futuro y Sociedad, ha abordado esta cuestión con profundidad en su reciente artículo para The Conversation, titulado: “Jeremy Rifkin: ‘La empatía está incrustada en nuestros circuitos neuronales’”. En este material, Mahtani rescata el pensamiento del sociólogo y economista Jeremy Rifkin, quien advierte que la humanidad enfrenta su mayor reto: el agua. Para Rifkin, la crisis hídrica es el epicentro de una transformación que pone en jaque el modelo económico centralizado y la propia supervivencia del ser humano. Su perspectiva plantea un futuro en el que la hidrosfera dicta las reglas, estableciendo nuevas formas de gobernanza y obligando a repensar nuestra relación con el planeta.

El agua y su existencia nos definen

El agua y su existencia nos definen como especie, y lo han hecho desde tiempos inmemoriales. Las civilizaciones han nacido y perecido dependiendo de su acceso a este recurso. Desde el esplendor de Mesopotamia hasta la grandeza del Imperio Inca, el dominio del agua ha sido el factor determinante en el auge y la caída de las sociedades. Sin embargo, el paradigma actual es diferente: la humanidad no está simplemente gestionando el agua, sino agotándola. El calentamiento global ha acelerado la evaporación de los cuerpos de agua, ha alterado los patrones de precipitaciones y ha transformado los ciclos naturales en procesos caóticos que desafiaban cualquier previsión. Las sequías prolongadas y las inundaciones devastadoras no son anomalías, sino síntomas de un planeta en crisis.

Las civilizaciones han nacido y perecido dependiendo de su acceso a este recurso. Desde el esplendor de Mesopotamia hasta la grandeza del Imperio Inca, el dominio del agua ha sido el factor determinante en el auge y la caída de las sociedades. Sin embargo, el paradigma actual es diferente: la humanidad no está simplemente gestionando el agua, sino agotándola. Ilustración MidJourney

Francis Bacon, en su búsqueda de la eficiencia, sentó las bases de la mercantilización de la naturaleza, un concepto que ha permeado la relación del ser humano con el agua. Rifkin denuncia este modelo, argumentando que hemos visto la hidrosfera como un recurso explotable en lugar de un sistema vital del que dependemos. Y ahora, con la crisis climática en pleno auge, los efectos de esta visión utilitaria son innegables. Ciudades enteras enfrentan racionamientos, la desertificación avanza a pasos acelerados y el acceso al agua potable se convierte en un lujo en muchas regiones del mundo.

La geopolítica de las aguas

El agua y su existencia nos definen no solo en términos biológicos, sino también en el plano geopolítico. La escasez de agua es un factor clave en conflictos contemporáneos, pues las naciones luchan por el control de fuentes hídricas estratégicas. En América Latina, por ejemplo, la Amazonía es un escenario de disputa no solo por sus recursos forestales, sino también por la vasta cantidad de agua dulce que alberga. Rifkin predice que, en las próximas décadas, las fronteras políticas serán redefinidas no por líneas imaginarias trazadas en mapas, sino por la disponibilidad y gestión del agua. La gobernanza biorregional que él propone es un intento de responder a esta nueva realidad, sugiriendo modelos descentralizados de administración hídrica que permitan la supervivencia en un mundo donde la crisis del agua ya no es una amenaza futura, sino un problema presente.

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El cambio climático no distingue fronteras ni ideologías. Las tormentas extremas, las olas de calor y la disminución de los glaciares son testigos de que la Tierra está respondiendo a siglos de explotación desenfrenada. Rifkin, con su característico tono de urgencia, insiste en que la solución no puede venir desde el mismo modelo económico que nos llevó a este punto crítico. Debemos cambiar nuestra mentalidad, adoptando una visión que priorice la adaptación a la hidrosfera en lugar de seguir intentando doblegarla a nuestros intereses.

Cada uno somos un ecosistema

El agua y su existencia nos definen de manera profunda, incluso en el nivel más íntimo de nuestro ser. Como lo explica Rifkin, cada uno de nosotros es un ecosistema en sí mismo. Nuestro cuerpo es un microcosmos de la vida en el planeta: el fósforo de nuestros dientes proviene de antiguas montañas erosionadas, los minerales que corren por nuestra sangre alguna vez fueron parte de océanos primordiales. Solo el 44% de nuestras células son humanas; el resto pertenece a microorganismos que han evolucionado en simbiosis con nosotros. Esta perspectiva cambia la manera en que nos percibimos en el mundo, no como entidades separadas de la naturaleza, sino como extensiones de ella.

La cosmovisión de los pueblos indígenas de América Latina ha entendido esta verdad desde hace siglos. Para muchas de estas comunidades, el agua no es solo un recurso, sino un ser viviente, un espíritu que guía la existencia. Hoy, la ciencia está confirmando lo que estas culturas han conocido desde siempre: que el planeta es un sistema interconectado, y que las alteraciones de un solo elemento repercuten en la totalidad del equilibrio ecológico. La sabiduría indígena sobre la gestión del agua podría ofrecer claves fundamentales para la transición hacia un modelo sostenible. No se trata de romantizar sus prácticas, sino de reconocer su valor y aplicarlas en un contexto moderno.

El agua y su existencia nos definen de manera profunda, incluso en el nivel más íntimo de nuestro ser. Cada uno de nosotros es un ecosistema en sí mismo. Nuestro cuerpo es un microcosmos de la vida en el planeta: el fósforo de nuestros dientes proviene de antiguas montañas erosionadas, los minerales que corren por nuestra sangre alguna vez fueron parte de océanos primordiales. Solo el 44% de nuestras células son humanas; el resto pertenece a microorganismos que han evolucionado en simbiosis con nosotros. Ilustración MidJourney.

Respeto ante la inminente fatalidad

El agua y su existencia nos definen en nuestra historia, en nuestra política, en nuestra supervivencia y en nuestra identidad biológica. No hay ser humano, sociedad o sistema que pueda existir sin ella. Pero su futuro, y el nuestro, depende de una decisión crucial: continuar por el camino de la explotación irracional o adoptar un nuevo paradigma basado en el respeto y la adaptación. Rifkin no es optimista, pero tampoco fatalista. Su llamado es a la acción, a la transformación. Estamos en un punto de inflexión, donde cada decisión cuenta.

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La humanidad ha alcanzado el umbral de un cambio inminente. La tercera revolución industrial que Rifkin vislumbra es la oportunidad de corregir los errores del pasado y construir un modelo de vida en armonía con la hidrosfera. Sin embargo, el tiempo es limitado. Las señales de la crisis son claras y el margen de maniobra se reduce con cada año que pasa. La historia ha demostrado que la naturaleza siempre encuentra la manera de seguir adelante. La pregunta que queda es si los seres humanos lograremos hacer lo mismo.

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