Desconfía del que usa a la democracia como un patrón inmutable: Demagogias

Desconfía del que usa a la democracia como un patrón inmutable. Es una advertencia que resuena con fuerza en tiempos donde la estabilidad política se presenta como una quimera y la democracia parece estar bajo amenaza constante. La historia ha demostrado que las democracias no son estructuras eternas ni sistemas inalterables. El espejismo de que la democracia es un estado final, el pináculo de la organización política, ha llevado a muchos a una complacencia peligrosa.

Asumir que el modelo democrático es la culminación del desarrollo humano ha sido uno de los errores más costosos de las sociedades modernas. Este falso sentido de seguridad ha permitido que las mismas herramientas democráticas sean utilizadas para subvertir los principios sobre los cuales se sostiene la misma democracia. El poder político, en manos de quienes manipulan la voluntad popular mediante discursos populistas y retórica vacía, ha demostrado ser una amenaza tan peligrosa como el autoritarismo más evidente. La democracia, lejos de ser un punto de llegada, es un estado frágil que requiere constante vigilancia y renovación. El caso del MAGA estadounidense, que tiene en Donald Trump a su figura central, pero que emerge de las profundidades de esa nación, habla por si sola de la metamorfosis de la democracia.

Desconfía del que usa a la democracia como un patrón inmutable

Gabriel Albiac Lópiz, filósofo y escritor español, ha abordado esta cuestión con agudeza en su artículo titulado: “También las democracias mueren”, publicado recientemente en el diario venezolano El Nacional. Albiac, catedrático de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid desde 1988, reflexiona sobre la corta memoria histórica de la humanidad y la tendencia a idealizar el presente como si fuera el clímax de un proceso evolutivo inevitable hacia la perfección democrática.

Las democracias del siglo XX fueron el resultado de circunstancias excepcionales que difícilmente podrán repetirse en el siglo XXI. Ilustración MidJourney

En su análisis, Albiac desmonta la idea romántica de la democracia como una constante histórica, explicando que lo que hoy entendemos por democracia es, en realidad, una construcción reciente que nació como consecuencia de la Guerra Fría. Este contexto de equilibrio de poder y tensión global creó las condiciones para la aparición de un sistema político basado en las libertades y la división de poderes, pero que nunca estuvo destinado a ser un modelo inmutable ni eterno. La democracia es, en el mejor de los casos, una anomalía histórica que ha proporcionado estabilidad y prosperidad a un segmento limitado de la humanidad durante un tiempo excepcionalmente breve.

Vulnerables a las manipulaciones del poder

Desconfía del que usa a la democracia como un patrón inmutable. Esta frase no solo es un llamado a la cautela, sino una advertencia sobre las dinámicas internas de los sistemas democráticos. La historia muestra que las democracias han sido tradicionalmente vulnerables a las manipulaciones del poder. Los griegos, que acuñaron el término «democracia» hace 2.500 años, no entendían el concepto de democracia de la manera en que lo hacemos hoy. Para ellos, la participación política estaba restringida a un grupo selecto de ciudadanos varones, y las tiranías ofrecían, en algunos casos, más libertades individuales que las democracias. Incluso en el auge de las revoluciones burguesas del siglo XVIII, la participación política estuvo limitada por el censo y las mujeres no fueron consideradas ciudadanas plenas hasta bien entrado el siglo XX. La idea moderna de democracia, por tanto, es una construcción frágil, sujeta a las mismas tensiones y conflictos de poder que han caracterizado a otras formas de gobierno a lo largo de la historia.

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La amenaza más grande a las democracias no proviene de enemigos externos, sino de la corrupción y la manipulación interna. El populismo, que ha surgido con fuerza en las últimas décadas, explota las tensiones sociales y económicas para ganar poder mediante la retórica demagógica y el ataque sistemático a las instituciones democráticas. Los líderes populistas suelen presentarse como defensores del pueblo, pero utilizan las herramientas democráticas para consolidar su control sobre el aparato estatal y erosionar las garantías individuales. El descrédito hacia la prensa, la concentración del poder en el Ejecutivo y la manipulación de la justicia son síntomas claros de una democracia en retroceso. La democracia deja de ser un sistema funcional cuando las instituciones pierden su capacidad para actuar con independencia y cuando el discurso político se convierte en una herramienta de manipulación masiva.

Tecnología y control de siglo XXI

Desconfía del que usa a la democracia como un patrón inmutable. Esta frase cobra especial relevancia en el contexto actual, donde la tecnología y la vigilancia digital han redefinido los límites de la privacidad y el control estatal. Las sociedades modernas viven en un estado de vigilancia constante, donde cada transacción, cada comunicación y cada movimiento son registrados y analizados por algoritmos diseñados para maximizar el control y la influencia política. La capacidad de los gobiernos para intervenir en la vida privada de los ciudadanos nunca ha sido tan grande como en la era digital. Los sistemas democráticos que surgieron en el siglo XX no fueron diseñados para enfrentar este nivel de control y manipulación. El concepto tradicional de libertad individual y privacidad se ha vuelto obsoleto en un mundo donde la información personal es una mercancía y el poder político se ejerce mediante la manipulación de datos y la propaganda dirigida.

El equilibrio del terror que caracterizó la Guerra Fría permitió a las democracias occidentales prosperar en un entorno de competencia ideológica. El colapso de la Unión Soviética dejó un vacío de poder que fue rápidamente ocupado por las corporaciones y las estructuras financieras internacionales. La política dejó de ser el espacio donde se definían los grandes conflictos sociales y se convirtió en una extensión de los intereses económicos globales. La democracia fue reducida a un ejercicio formal, donde el acto de votar se convirtió en una obligación simbólica que poco o nada influía en las decisiones de fondo. La creciente desigualdad económica, la concentración del poder en manos de una élite financiera y la fragmentación social han minado la legitimidad de las democracias modernas.

La historia ha demostrado que las democracias no son invulnerables y que su supervivencia depende de la capacidad de las sociedades para adaptarse y defender los principios fundamentales sobre los cuales se sostienen. Ilustración MidJourney.

El autoritarismo es ahora la democracia

Desconfía del que usa a la democracia como un patrón inmutable. La fragilidad de las democracias modernas se manifiesta en la incapacidad de los sistemas políticos para responder a las crisis estructurales. El cambio climático, las migraciones masivas, las pandemias y las tensiones geopolíticas han puesto a prueba la resiliencia de las instituciones democráticas. La respuesta ha sido, en muchos casos, el fortalecimiento de medidas autoritarias y el uso de la tecnología para intensificar el control social. Las democracias están siendo desmanteladas desde adentro, mediante la erosión de las garantías individuales y la normalización de la vigilancia estatal. La libertad individual, que fue el pilar fundamental de las democracias liberales, está siendo sacrificada en nombre de la seguridad y la estabilidad.

Albiac sostiene que las democracias no son eternas y que su desaparición es una posibilidad real. La historia demuestra que los sistemas políticos no son inmutables. Las democracias del siglo XX fueron el resultado de circunstancias excepcionales que difícilmente podrán repetirse en el siglo XXI. El auge de las potencias autoritarias, la consolidación de los oligopolios económicos y la crisis de las instituciones internacionales apuntan hacia un futuro donde la democracia será, en el mejor de los casos, una excepción y no una norma. La complacencia es el enemigo más grande de las democracias modernas. Mientras sigamos asumiendo que la democracia es el estado natural de las sociedades avanzadas, permaneceremos vulnerables a las fuerzas que buscan subvertir y destruir las libertades individuales. La democracia solo sobrevivirá si somos capaces de entenderla como un proceso dinámico y frágil, que requiere constante renovación y vigilancia.

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Desconfía del que usa a la democracia como un patrón inmutable. La historia ha demostrado que las democracias no son invulnerables y que su supervivencia depende de la capacidad de las sociedades para adaptarse y defender los principios fundamentales sobre los cuales se sostienen. La democracia no es un fin en sí misma, sino un medio para garantizar las libertades y los derechos individuales. El mayor error que podemos cometer es asumir que la democracia es inmutable e inevitable. La historia nos enseña que las democracias pueden morir. La pregunta es si estamos preparados para defenderlas cuando ese momento llegue.

 

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