Washington y la UNESCO: Una larga historia de encuentros y desencuentros

Washington y la UNESCO han protagonizado una relación marcada por rupturas, reencuentros y controversias que reflejan no solo los vaivenes de la política estadounidense, sino también las tensiones en el seno de la comunidad internacional. A lo largo de las décadas, Estados Unidos ha ingresado, se ha retirado y ha regresado a la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) en un patrón cíclico que pone de manifiesto profundas diferencias en la visión del multilateralismo y la política exterior estadounidense. Más recientemente, la posibilidad de una nueva salida de Washington ha vuelto a cobrar relevancia tras las declaraciones de Brett D. Schaefer, miembro senior del American Enterprise Institute, quien argumenta que el expresidente Donald Trump, en caso de ser reelegido, debería retirarse nuevamente de la organización, tal como lo hizo durante su primer mandato.

El análisis de Schaefer, publicado en el portal The Hill bajo el título: “Trump debería abandonar la UNESCO otra vez”, refuerza la idea de que la membresía de Estados Unidos en la UNESCO es más un problema que un beneficio para Washington. En su artículo, Schaefer destaca que, tras asumir su segundo mandato, Trump ordenó una revisión de la permanencia estadounidense en la organización, atendiendo tanto a la utilidad de su participación como a lo que consideraba un sesgo antisemita y antiisraelí dentro de la entidad. Schaefer sostiene que esta evaluación debió haber concluido con una recomendación de retiro, siguiendo los mismos pasos que en 2017, cuando Trump decidió cortar lazos con la UNESCO argumentando parcialidad en sus resoluciones y una gestión ineficaz de los recursos.

Vaivenes entre Washington y la UNESCO

Washington y la UNESCO han mantenido una relación tensa desde hace décadas, y las razones detrás de esta intermitencia no son nuevas. En 1984, el presidente Ronald Reagan tomó la decisión de abandonar la organización, alegando que sus políticas no coincidían con los intereses estadounidenses y que había un exceso de politización en su agenda. Entre las críticas de la administración Reagan se encontraban las iniciativas de la UNESCO para regular los medios de comunicación, lo que en Washington se percibía como una amenaza a la libertad de prensa, y su trato a Israel, al que se le impidió participar plenamente en sus actividades. La reincorporación de Estados Unidos solo se produjo en 2003 bajo la administración de George W. Bush, quien pareció que la organización había introducido reformas suficientes como para justificar su regreso. Sin embargo, Schaefer sostiene que dicha decisión estuvo motivada en gran parte por la necesidad de mejorar la imagen de Estados Unidos en la ONU tras la invasión a Irak, más que por un cambio sustancial en la naturaleza de la UNESCO.

A lo largo de las décadas, Estados Unidos ha ingresado, se ha retirado y ha regresado a la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) en un patrón cíclico que pone de manifiesto profundas diferencias en la visión del multilateralismo y la política exterior estadounidense. Ilustración MidJourney

El punto de quiebre más reciente en la relación entre Washington y la UNESCO ocurrió en 2011, cuando la organización concedió el estatus de miembro pleno a Palestina. Esta decisión, tomada a pesar de las protestas de Estados Unidos e Israel, provocó la suspensión inmediata del financiamiento estadounidense, debido a leyes que prohíben el apoyo financiero a cualquier agencia de la ONU que otorgue reconocimiento a Palestina sin un acuerdo de paz con Israel. Como resultado, Estados Unidos acumuló una deuda de más de 600 millones de dólares con la UNESCO, una cifra que se convirtió en una carga financiera para la organización y que contribuyó a la decisión de Trump de retirarse en 2017. Para Schaefer, esta medida fue acertada, ya que la membresía de Estados Unidos en la UNESCO solo servía para legitimar una entidad que, a su juicio, opera con una agenda contraria a los intereses estadounidenses y favorece posturas que dañan a Israel.

Un asunto de tecnologías

Bajo la administración de Joe Biden, Washington y la UNESCO reanudaron relaciones en 2023, en un intento por contrarrestar la influencia de China en los organismos internacionales. La Casa Blanca argumentó que la presencia de Estados Unidos en la UNESCO era crucial para participar en debates sobre inteligencia artificial y ética tecnológica, áreas en las que China estaba ganando protagonismo. Sin embargo, Schaefer cuestiona esta justificación, señalando que las directrices de la UNESCO en estos campos no son vinculantes y que Pekín comenzará a actuar conforme a sus propios intereses, independientemente de la membresía estadounidense. Además, recuerda que los recursos destinados a la UNESCO podrían emplearse mejor en iniciativas bilaterales o en otras organizaciones que ofrecerán un retorno más tangible a Estados Unidos.

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Washington y la UNESCO también han chocado en torno a la educación sobre el Holocausto y el antisemitismo. La organización ha promovido programas para la enseñanza del Holocausto en diversas regiones del mundo, pero Schaefer argumenta que este esfuerzo es mínimo dentro del presupuesto general de la UNESCO y que podría llevarse a cabo sin necesidad de que Estados Unidos sea miembro. De hecho, en el presupuesto aprobado para 2024-2025, los fondos destinados a este tema son marginales, y la organización ha sido criticada por no condenar explícitamente a Hamás tras los ataques del 7 de octubre de 2023, lo que refuerza la percepción de que mantiene un sesgo contra Israel.

Más recientemente, la posibilidad de una nueva salida de Washington ha vuelto a cobrar relevancia tras las declaraciones de Brett D. Schaefer, miembro senior del American Enterprise Institute, quien argumenta que el expresidente Donald Trump, en caso de ser reelegido, debería retirarse nuevamente de la organización, tal como lo hizo durante su primer mandato. Ilustración MidJourney.

Mucho dinero para gastar

Otro punto que Schaefer destaca en su artículo es la carga financiera que representa la UNESCO para Estados Unidos. Como miembro pleno, Washington debe aportar aproximadamente el 22% del presupuesto ordinario de la organización, lo que equivale a unos 75 millones de dólares anuales, además de los pagos atrasados ​​que se comprometió a cubrir tras su reincorporación. Para 2025, la UNESCO espera que Estados Unidos haya aportado alrededor de 223 millones de dólares, una cifra que, en opinión de Schaefer, no se traduce en beneficios significativos para el país. Además, advierte que si el Congreso no renueva la exención temporal que permitió a Biden reincorporarse a la UNESCO, Washington podría verse obligado nuevamente a suspender sus contribuciones o incluso a abandonar la organización.

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Washington y la UNESCO han protagonizado una relación oscilante que refleja las diferencias ideológicas y estratégicas dentro de la política exterior estadounidense. Mientras algunos sectores argumentan que la membresía en la organización es esencial para la proyección de la influencia estadounidense en el ámbito internacional, otros consideran que los costos superan los beneficios y que Washington debería centrar sus esfuerzos en iniciativas bilaterales o en organismos más alineados con sus intereses. Con el regreso de Trump a la Casa Blanca, el debate sobre la pertinencia de la presencia estadounidense en la UNESCO vuelve a cobrar fuerza. Si el presidente decide seguir la recomendación de Schaefer y abandonar la organización nuevamente, no sería la primera vez que Estados Unidos se aparte de este foro, ni probablemente la última.

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