Washington se ha caracterizado por intervenir en los asuntos de otras naciones, a menudo con la intención de defender sus ideales de democracia y libertad. Sin embargo, esas intervenciones a veces resultan en acciones confusas y contraproducentes. Lawrence J. Haas, miembro senior del Consejo de Política Exterior de Estados Unidos y autor del libro “Los Kennedy en el mundo: cómo Jack, Bobby y Ted rehicieron el imperio de Estados Unidos”, recientemente publicó un artículo en el portal The Hill titulado “Estados Unidos envía señales equivocadas sobre Israel y la democracia”. En este artículo, Haas destaca la complejidad de las intervenciones estadounidenses y la tendencia de Washington a enviar mensajes equivocados sobre cuándo y cómo involucrarse en los asuntos de sus aliados y adversarios.
Haas señala que el presidente Joe Biden ha demostrado esta falta de claridad al criticar al primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, por su manejo del conflicto con Hamás. Biden, en un reciente pronunciamiento, sugirió que Netanyahu no estaba haciendo lo suficiente para llegar a un acuerdo con Hamás para liberar a los rehenes secuestrados desde el 7 de octubre. Esta declaración, según Haas, llegó en el peor momento posible: justo después de que las Fuerzas de Defensa de Israel encontraran los cuerpos de seis rehenes asesinados en los túneles de Hamás en Gaza. Este escenario resalta la aparente desconexión de Estados Unidos al criticar a sus aliados democráticos mientras estos lidian con crisis internas extremas, una tendencia que se ha repetido en la historia reciente.
Los equívocos de Washington
El artículo de Haas también recuerda cómo, en 2009, el entonces presidente Barack Obama adoptó un enfoque diferente frente a la represión violenta en Irán, donde millones de manifestantes protestaban contra un proceso electoral fraudulento que mantenía en el poder a Mahmoud Ahmadinejad. A pesar de la brutalidad del régimen iraní hacia los manifestantes, Obama evitó intervenir, argumentando que no sería productivo que Estados Unidos pareciera entrometerse en las elecciones de Irán. Esta falta de apoyo a los movimientos pro-democracia, en contraste con la crítica frecuente a sus propios aliados, refleja una inconsistencia preocupante en la política exterior de Washington.

Estados Unidos no solo ha mostrado una tendencia a criticar a sus aliados democráticos, sino que también ha evitado tomar partido en favor de movimientos democráticos en naciones autoritarias, como ocurrió en Irán. Esta actitud ha generado confusión sobre los verdaderos valores que defiende Washington, y ha sembrado dudas tanto entre sus aliados como entre sus adversarios sobre la confiabilidad y fortaleza de Estados Unidos como defensor de la democracia. En 1991, por ejemplo, durante el colapso de la Unión Soviética, el presidente George H. W. Bush pronunció un discurso en Ucrania en el que se mostró reticente a apoyar las aspiraciones democráticas de los ucranianos, priorizando la estabilidad global por encima de los derechos de los pueblos oprimidos por el régimen soviético. Este tipo de decisiones muestran cómo la política exterior estadounidense a menudo prioriza la estabilidad sobre los principios democráticos.
Virus de la contradicción
La postura de Estados Unidos respecto a Israel y otros aliados resalta una contradicción fundamental: mientras que promueve la libertad y la democracia como pilares de su política exterior, no duda en criticar a sus aliados que ya gozan de estas libertades, muchas veces en momentos delicados. Haas argumenta que esta tendencia de Washington a enviar «señales equivocadas» debilita su posición global, pues no solo desalienta a sus aliados, sino que también inspira dudas en los activistas pro-democracia que podrían ver a Estados Unidos como un posible respaldo en sus luchas internas. La inconsistencia en la política exterior de Estados Unidos no solo afecta su imagen, sino que también contribuye a un entorno internacional menos estable.
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En el contexto actual, donde China, Rusia, Irán y otras naciones autoritarias promueven modelos de gobierno alternativos al democrático, las decisiones de Washington son más cruciales que nunca. Estados Unidos enfrenta un desafío significativo: demostrar que sigue siendo un defensor fiable de la democracia en un mundo donde las libertades están en constante retroceso. Según Freedom House, la libertad global ha disminuido durante 18 años consecutivos, marcando la caída más prolongada desde que la organización comenzó a rastrear los derechos políticos y libertades civiles en 1972. Esta tendencia refleja no solo el avance de los modelos autoritarios, sino también las oportunidades perdidas por parte de Estados Unidos para fortalecer a sus aliados y apoyar a los movimientos democráticos.
Sin sentido de la oportunidad
En el caso de Israel, las críticas hacia Netanyahu por parte de Biden llegaron en un momento en que la nación lidiaba con las secuelas de los ataques de Hamás y la compleja situación de los rehenes. Las familias de los secuestrados y numerosos líderes israelíes han presionado a Netanyahu para que logre un acuerdo con Hamás, pero la frustración y el dolor por la situación de los rehenes son sentimientos que solo los israelíes pueden comprender y manejar desde dentro. Como recalca Haas, el pueblo israelí tiene la capacidad y el derecho de decidir su propio curso de acción, mientras que los habitantes de Gaza, bajo el control autoritario de Hamás, no tienen esa libertad.

El liderazgo de Washington, en lugar de centrarse en castigar a los líderes democráticos que enfrentan desafíos internos complejos, debería enfocar sus críticas hacia los autócratas que oprimen a sus pueblos y perpetúan conflictos. Hamás, por ejemplo, no solo mantiene a rehenes israelíes bajo amenazas constantes, sino que también reprime brutalmente a la población de Gaza, sin permitir disidencia alguna. Dirigir la indignación hacia los verdaderos autores de la violencia y la represión podría alinear mejor a Estados Unidos con sus principios declarados y fortalecer su posición como defensor de la democracia en un mundo cada vez más incierto.
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El desafío para Washington es claro: debe reevaluar cuándo y cómo involucrarse en los asuntos de otras naciones para evitar enviar señales contradictorias que socaven su liderazgo global. En lugar de criticar a sus aliados democráticos en momentos de crisis, Estados Unidos debería reforzar su apoyo a los valores de libertad y autodeterminación, tanto dentro de sus alianzas como en su postura hacia los regímenes autoritarios. Solo así podrá recuperar la confianza de sus socios y reafirmarse como un verdadero defensor de la democracia y los derechos humanos en el escenario internacional.