Vulgaridad y violencia: Por qué esta “normalidad” se ha apoderado de la política en EE.UU.

En el actual paisaje político de Estados Unidos, el binomio vulgaridad y violencia se ha convertido en una unidad inseparable, anudando un telar de desdén en el que se entretejen las fibras de la discordia y la desunión. Este fenómeno, que desafía las tradiciones de cortesía y decoro, no es un acontecimiento aislado, sino un síntoma de un malestar más profundo que permea el corazón de la política estadounidense.

Glenn C. Altschuler, profesor de Estudios Americanos en la Universidad de Cornell, ha analizado esta tendencia, señalando cómo la vulgaridad y la violencia han eclipsado el discurso político civilizado. Un ejemplo ilustrativo de esta tendencia es el cambio en el código de vestimenta del Senado, liderado por Chuck Schumer, para acomodar al senador John Fetterman y su preferencia por las sudaderas con capucha y los pantalones cortos. Este cambio, aunque temporal, fue visto como un símbolo de la relajación de las normas y un alejamiento de la solemnidad tradicional esperada en la cámara alta.

Vulgaridad y violencia
La influencia de Trump en este clima de vulgaridad y violencia no puede ser subestimada debido a su retórica, supremacista, xenófoba y demonización del adversario. Ilustración MidJourney

Vulgaridad y violencia

El Senado finalmente restableció el código de vestimenta formal, pero el daño ya estaba hecho. Este episodio fue una metáfora del deterioro de la conducta y el decoro en la política estadounidense. El consejo editorial del Washington Post subrayó la importancia de mantener ciertas formalidades como un recordatorio de la responsabilidad que recae sobre los hombros de los legisladores. Sin embargo, un código de vestimenta no puede frenar la marea creciente de vulgaridad y violencia en la retórica.

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La nueva normalidad en la política estadounidense se ha caracterizado por ataques personales y un lenguaje ofensivo. La representante Marjorie Taylor Greene y su intercambio de insultos con Lauren Boebert son ejemplos flagrantes de esta tendencia. Estos incidentes, lejos de ser excepciones, reflejan una cultura política en la que el respeto y la cortesía han sido reemplazados por la hostilidad y el antagonismo.

Pérdida de los valores

Esta escalada de vulgaridad no se limita a interacciones personales. Se extiende a la arena política más amplia, socavando los fundamentos de una democracia funcional: la cortesía, la cooperación, el compromiso y la confianza en la integridad de los funcionarios públicos. El representante Darrell Issa y su enfrentamiento con Greene sobre la destitución del secretario de Seguridad Nacional, Alejandro Mayorkas, es otro ejemplo de cómo el decoro ha sido sacrificado en el altar de la confrontación política.

La vulgaridad y violencia verbal ha encontrado su eco en acciones físicas, como el incidente entre el senador Tim Burchett y Kevin McCarthy, que ilustra cómo la retórica incendiaria puede traducirse en violencia física. Este «disparo que se escuchó alrededor del Capitolio» fue un claro indicativo de una era de agresión sin precedentes en la política estadounidense, una que recuerda a los días turbulentos previos a la Guerra Civil.

Vulgaridad y violencia
La insurrección del 6 de enero de 2021 fue una manifestación palpable de este peligroso rumbo, y la democracia estadounidense ahora se encuentra en un punto crítico. Ilustración MidJourney

Un gatillo llamado Trump

La confrontación entre el senador Markwayne Mullin y Sean O’Brien, presidente del Teamsters Union, durante una audiencia del comité del Senado, es otra manifestación de esta tendencia. Las palabras y acciones de Mullin, representativas de lo que él considera «valores de Oklahoma», reflejan una disposición a la violencia que es alarmante en un legislador.

La influencia de Donald Trump en este clima de vulgaridad y violencia no puede ser subestimada. Su retórica, caracterizada por el nacionalismo blanco, la xenofobia y la demonización de los opositores políticos, ha legitimado un lenguaje y acciones que anteriormente eran impensables en la política estadounidense. Sus comentarios sobre Mark Milley, los inmigrantes indocumentados y su promesa de «destruir totalmente el Estado profundo» son ejemplos claros de cómo su influencia ha permeado el discurso político.

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Ahora es la normalidad

La celebración de este comportamiento en las redes sociales y su amplia difusión han contribuido a un clima de ira y combatividad entre los ciudadanos estadounidenses. La creciente aceptación de la violencia como medio para «salvar al país» es un reflejo preocupante de un país al borde del abismo. La insurrección del 6 de enero de 2021 fue una manifestación palpable de este peligroso rumbo, y la democracia estadounidense ahora se encuentra en un punto crítico, amenazada por las mismas fuerzas que deberían protegerla.

Es un escenario en el aquí y el ahora en e que se denota a la vulgaridad y la violencia en la política estadounidense, no como simplemente un desliz en el decoro; sino como síntomas de una enfermedad más profunda que amenaza los cimientos de la democracia. Sin un retorno a los principios de respeto, civilidad y cooperación, el futuro de la política estadounidense parece sombrío, un campo de batalla donde las palabras y los puños se lanzan con igual ferocidad, erosionando los ideales que una vez hicieron grande a la nación.

 

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