Una política pública bien diseñada anticipa y no deja margen para errores involuntarios

En el mundo de las políticas públicas, la noción de «errores involuntarios» se ha convertido en una excusa demasiado común para justificar las deficiencias y fallos de las intervenciones gubernamentales. Esta frase, utilizada a menudo para disfrazar las consecuencias no intencionales de las decisiones políticas, se encuentra en el corazón de un debate más amplio sobre la eficacia y la intencionalidad en la formulación de políticas. William F. Shughart II, un prominente investigador en la materia, sostiene que las consecuencias políticas no son nunca realmente «involuntarias», lo que sugiere una necesidad crítica de anticipación y diseño cuidadoso en la creación de políticas públicas.

El ejemplo de los controles de alquiler ilustra vívidamente cómo las políticas bien intencionadas pueden llevar a «errores involuntarios» significativos. A primera vista, estas políticas parecen proteger a los inquilinos de precios exorbitantes, pero en la práctica, a menudo resultan en una reducción de la oferta de apartamentos disponibles y un deterioro de la calidad de las viviendas. Los propietarios, enfrentados a límites en lo que pueden cobrar, buscan otras formas de compensación, lo que puede incluir el cobro de tarifas adicionales por comodidades como las llaves o los espacios de estacionamiento.

No hay errores involuntarios

Del mismo modo, las leyes de salario mínimo, aunque diseñadas para garantizar un ingreso justo para los trabajadores, pueden llevar a «errores involuntarios» como la reducción de oportunidades de empleo para los trabajadores menos calificados. Los empleadores, enfrentados a mayores costos laborales, pueden optar por reducir las horas de trabajo, sustituir trabajadores por automatización o reducir beneficios adicionales. Estas consecuencias no intencionadas destacan la complejidad de intervenir en mercados laborales dinámicos y la importancia de comprender las implicaciones de tales políticas antes de su implementación.

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George Stigler, ganador del Premio Nobel, argumentó que, en muchos casos, las regulaciones benefician más a las empresas reguladas que a sus clientes. Ilustración MidJourney

La pandemia de COVID-19 proporciona otro ejemplo revelador de «errores involuntarios» en la política pública. Las medidas como los cierres de empresas y las órdenes de quedarse en casa, aunque esenciales para controlar la propagación del virus, tuvieron efectos secundarios profundos. Estos incluyeron dificultades económicas generalizadas, pérdidas de aprendizaje para estudiantes y un aumento en la morbilidad y la mortalidad debido al aplazamiento de cuidados médicos rutinarios. Estas consecuencias, aunque no fueron intencionadas, eran previsibles y plantean preguntas sobre la preparación y la respuesta del gobierno a tales crisis.

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Acudamos a George Stigler

En su artículo de 1975, George Stigler, ganador del Premio Nobel, desafió la noción de que los «errores involuntarios» en la política pública pueden excusarse simplemente por la ignorancia o las limitaciones presupuestarias de los responsables de formular políticas. Stigler argumentó que, en muchos casos, las regulaciones benefician más a las empresas reguladas que a sus clientes, una observación que pone en duda la eficacia de muchas políticas reguladoras. Su teoría de la captura sugiere que las políticas a menudo se formulan de manera que benefician a los intereses particulares en lugar de al bien público, una perspectiva que cuestiona aún más la validez de los «errores involuntarios» como explicación para los fracasos políticos.

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En última instancia, el desafío de diseñar políticas públicas efectivas sin incurrir en «errores involuntarios» requiere un enfoque cuidadoso y considerado. Ilustración MidJourney

La distinción de Frédéric Bastiat entre los «buenos» y los «malos» economistas es particularmente pertinente en este contexto. Bastiat argumentaba que mientras los malos economistas solo ven los efectos inmediatos de una política pública, los buenos economistas anticipan también las consecuencias secundarias y terciarias. Esta perspectiva es crucial para evitar «errores involuntarios» y garantizar que las políticas públicas logren sus objetivos pretendidos sin consecuencias negativas imprevistas.

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Enfoques cuidadosos

En última instancia, el desafío de diseñar políticas públicas efectivas sin incurrir en «errores involuntarios» requiere un enfoque cuidadoso y considerado. Los responsables de la formulación de políticas deben estar atentos a las complejas dinámicas de los sistemas económicos y sociales en los que intervienen, y estar dispuestos a reconsiderar y ajustar sus enfoques a la luz de la evidencia y los resultados. La admisión y el reconocimiento de los errores pasados, combinados con un compromiso con el análisis objetivo y la revisión continua de las políticas, son pasos esenciales hacia la creación de políticas públicas que no solo tengan buenas intenciones, sino que también produzcan resultados positivos y sostenibles.

La capacidad de anticipar y adaptarse a los complejos entornos socioeconómicos es fundamental para el éxito de cualquier política pública. Un enfoque reflexivo y basado en la evidencia puede guiar a los formuladores de políticas hacia decisiones más efectivas y responsables, asegurando así que las intenciones benévolas se traduzcan en resultados beneficiosos para la sociedad.

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