El nombramiento de Robert Francis Prevost como León XIV ha conmocionado al mundo católico y, en particular, ha generado un debate profundo dentro de los Estados Unidos. Para muchos estadounidenses, no se trata solamente del primer Papa nacido en su país, sino de algo que toca fibras históricas y culturales más delicadas: la aparición de lo que algunos sectores ya llaman “el temido papa negro”. Esta denominación, cargada de tensiones raciales y religiosas, no es nueva. Durante siglos, en el imaginario apocalíptico y conspirativo de ciertos grupos ultraconservadores, el “Papa negro” representaba una amenaza global: un pontífice distinto, ajeno a la tradición blanca europea, con un presunto poder oculto y devastador. Que este Papa emerja de una línea afrocriolla oculta durante décadas en la historia estadounidense ha despertado tanto orgullo como inquietud en una nación polarizada.
El periodista Richard Fausset, reportero nacional del The New York Times, dio la primicia sobre la ascendencia criolla del nuevo pontífice en su artículo titulado: “El nuevo Papa tiene raíces criollas en Nueva Orleans”. Con una trayectoria sólida cubriendo el sur profundo de EE. UU., Fausset ha explorado temas relacionados con la cultura conservadora, el uso de armas y los casos judiciales más relevantes de la era Trump. Su reportaje documenta el hallazgo genealógico de Jari C. Honora, investigador en la Colección Histórica de Nueva Orleans, quien trazó la línea materna de Prevost hasta una familia de color asentada en el Séptimo Distrito de la ciudad, un enclave de cultura afrocaribeña y catolicismo vibrante. Allí, en esa mezcla étnica marcada por la dominación francesa y la esclavitud, nace la historia que hoy incomoda a muchos: la de un descendiente de “gens de couleur libres” que llega al trono de Pedro.
Genialogía: el temido papa negro
A través de registros del censo, partidas de matrimonio y documentos eclesiásticos, Honora estableció que los abuelos maternos de Prevost —Joseph Martínez y Louise Baquié— fueron registrados como personas de color, mulatos o negros en distintos momentos históricos. “Tanto Joseph Norval Martínez como Louise Baquié eran personas de color, de eso no hay duda”, afirmó el genealogista. El hallazgo remueve viejos fantasmas en una América que, pese a sus avances, aún lidia con su herencia esclavista y con una identidad nacional profundamente fragmentada. En este contexto, el ascenso de León XIV es leído por sectores conservadores como el cumplimiento de una profecía inquietante: el de la llegada del temido papa negro.

El término “Papa negro” no nace con Prevost. Tiene su origen en una mezcla de racismo, escatología cristiana y desinformación esotérica. Durante siglos, este mito se refería a un líder eclesiástico con un poder oculto, muchas veces identificado con el Superior General de los jesuitas, que viste sotana negra y cuyo poder trascendería incluso al del Papa blanco. Pero en la cultura estadounidense, esta imagen se fusionó con los temores raciales: el temido Papa negro en sentido literal, o con ascendencia negra, implicaría una transformación profunda e inquietante del orden católico y civilizado. Para algunos, esa figura amenazante ha tomado forma ahora con el nuevo pontífice nacido en Chicago, cuya historia familiar, hasta ahora invisible, emerge desde las sombras de Luisiana.
Una señal de que su mundo se transforma
La madre del Papa, Mildred Martínez, nació en 1912 en Chicago, hija de una mujer oriunda de Nueva Orleans y de un padre nacido, según algunos registros, en “Haytí”, es decir, Haití. Aunque su hermano mayor, John Prevost, niega que su familia se identificara como negra, el cúmulo de documentos y testimonios reunidos por Honora es contundente. En las palabras del investigador: “Este descubrimiento es solo un recordatorio más de lo entrelazados que estamos como estadounidenses”. Pero para sectores radicales, no es un recordatorio de unidad, sino una señal de que su mundo se transforma sin su consentimiento. En foros, canales de YouTube conspiracionistas y espacios de la derecha cristiana, ya circulan comentarios que describen a León XIV como “el temido papa negro”, una figura que representa lo ajeno, lo impuro y lo antinatural en su concepción del mundo.
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Lo que agrava la reacción de ciertos círculos ultraconservadores es el hecho de que el Papa no ha hecho mención pública de su herencia criolla. Su silencio, lejos de calmar, ha sido interpretado por algunos como parte de una agenda encubierta. Las mismas narrativas que alguna vez vieron en Barack Obama un “musulmán enmascarado” resurgen ahora con fuerza para señalar que Roma ha sido infiltrada por una corriente identitaria “woke” y progresista. En estas narrativas, “el temido papa negro” ya no es solo una figura religiosa, sino un agente de la disolución cultural occidental. Para estos sectores, el pontificado de León XIV representa la consagración de una Iglesia que ha claudicado ante la diversidad y la modernidad.
Orgullo para los afrodescediente
En contraste, en Nueva Orleans y entre las comunidades católicas negras del país, el hallazgo ha sido motivo de orgullo. Lolita Villavasso Cherrie, cofundadora de la Asociación Genealógica e Histórica Criolla, expresó que muchos criollos sintieron durante años que su historia había sido borrada. “Lamento decirlo, pero muchos sentimos que nos ocultaron nuestra historia”, declaró. Para estas comunidades, León XIV no es “el temido papa negro”, sino un hijo redimido de una genealogía espiritual y cultural que durante siglos ha sido ignorada por la jerarquía blanca del catolicismo. En las parroquias afroamericanas, en las procesiones de Louisiana, en las escuelas de teología que forman seminaristas negros, el nuevo Papa encarna la posibilidad de una Iglesia verdaderamente universal.
Aun así, el impacto político en Estados Unidos es inevitable. Robert Francis Prevost no solo coincide en el tiempo con un nuevo auge del populismo nacionalista, sino que comparte protagonismo con el expresidente Donald Trump, quien enfrenta procesos judiciales en el mismo estado donde creció el nuevo pontífice. La yuxtaposición de ambas figuras —una del catolicismo con herencia criolla y otra del nacionalismo blanco evangélico— parece salida de una novela. Trump saludó su elección con cordialidad, pero la militancia MAGA no ha tardado en expresar sospechas, cuando no rechazo. Las redes sociales conservadoras bullen de teorías sobre el linaje oculto del Papa y su potencial “agenda globalista”. En ese clima, la frase “el temido papa negro” funciona como un código de alarma, como una contraseña cultural para quienes ven el mundo en términos de pérdida de privilegios.

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La dimensión simbólica del nuevo pontífice alcanza niveles insospechados. No se trata solo de un Papa estadounidense, ni siquiera de un Papa con raíces latinoamericanas por su paso en Perú. León XIV es también, y quizás sobre todo, un Papa que encarna la hibridez genética, cultural y espiritual del hemisferio occidental. Su sola presencia trastoca la fantasía de una Iglesia homogénea. Es, para los defensores de una tradición cerrada, “el temido papa negro”. Para los demás, tal vez sea la promesa de una Iglesia que por fin reconozca que su cuerpo místico es también afrodescendiente, criollo, mestizo, caribeño. Una Iglesia que no teme mirar al sur de sus mapas ni al fondo de su historia.