Cuarteles generales del crimen en Latinoamérica están instalados en sus penitenciarías

En un continente asolado por el aumento de la violencia y la criminalidad, un fenómeno alarmante ha tomado protagonismo en el debate público y en la agenda de seguridad: las penitenciarías de Latinoamérica, lejos de cumplir su función rehabilitadora y de reclusión, se han convertido en los nuevos cuarteles generales del crimen organizado. Este reportaje, basado en el meticuloso trabajo de investigación realizado por Maria Abi-Habib, Annie Correal y Jack Nicas para The New York Times bajo el título “¿Quién controla las prisiones de Latinoamérica? ¿El hampa o los guardias?”, expone cómo las cárceles de la región, en vez de aislar a los criminales de la sociedad y contribuir a su rehabilitación, actúan como centros de operaciones donde se planifican y coordinan actividades delictivas que van desde el narcotráfico hasta el sicariato y la extorsión.

La realidad de estas penitenciarías es un reflejo de una crisis más amplia que afecta a las estructuras de seguridad y justicia de Latinoamérica. Las cárceles, superpobladas y en condiciones deplorables, se han visto desbordadas ante el incremento exponencial de la población reclusa, resultado directo de políticas de mano dura y de un sistema judicial lento y muchas veces ineficaz. En este caldo de cultivo, donde el Estado parece haber abdicado de su responsabilidad, las bandas criminales han encontrado un terreno fértil para crecer y fortalecerse, ejerciendo una autoridad que desafía incluso a la de los propios funcionarios penitenciarios.

Penitenciarías como feudos

El caso de Ecuador es emblemático. El envío del ejército para retomar el control de las prisiones tras la fuga de dos cabecillas importantes subraya la magnitud del problema. Pero este no es un caso aislado. En Brasil, la fuga de reclusos vinculados a bandas importantes de una prisión de máxima seguridad revela fisuras en un sistema que parece incapaz de contener a los criminales más peligrosos. Colombia, por su parte, enfrenta una crisis carcelaria que ha llevado a declarar una emergencia tras el asesinato de dos guardias, evidenciando la vulnerabilidad de quienes deberían custodiar estas fortalezas supuestamente infranqueables.

Penitenciarías
La protección a los reclusos, a cambio de dinero o lealtad, y el control de los recursos básicos dentro de las penitenciarías son solo la punta del iceberg de un sistema de gobernanza criminal que opera con impunidad. Ilustración MidJourney

La autoridad que ejercen los grupos criminales dentro de las prisiones es tal que han transformado estos espacios en verdaderas oficinas desde donde se dirigen operaciones delictivas complejas. La protección a los reclusos, a cambio de dinero o lealtad, y el control de los recursos básicos dentro de las penitenciarías son solo la punta del iceberg de un sistema de gobernanza criminal que opera con impunidad. Las prisiones se convierten así no solo en refugio para criminales, sino en verdaderas academias del delito, donde se reclutan y forman nuevos miembros para las organizaciones criminales.

Tambièn puedes leer: Mujeres chinas no están alineadas con los cambios sociales que exige Xi Jinping

Todo lo malo del mundo

Este escenario es el resultado de una combinación de factores que incluyen la corrupción, la falta de inversión en el sistema penitenciario y una política criminal que prioriza la encarcelación masiva sin las condiciones para asegurar la rehabilitación o siquiera la custodia efectiva de los reclusos. Brasil y México, con las mayores poblaciones carcelarias de la región, invierten irrisoriamente en sus sistemas penitenciarios, lo que contrasta agudamente con los estándares de países desarrollados como Estados Unidos. La baja remuneración de los guardias en las penitenciarías, sumada a estas deficiencias estructurales, hace que el sistema sea particularmente susceptible a la corrupción y al control de las bandas.

Sobre población carcelaria

La población de las penitenciarías en Latinoamérica ha crecido de manera alarmante, un 76% de 2010 a 2020, según datos del Banco Interamericano de Desarrollo, superando ampliamente el crecimiento poblacional de la región. Esta sobrepoblación, lejos de contribuir a la seguridad, ha generado un efecto contraproducente, donde las prisiones se han convertido en incubadoras de violencia y criminalidad, reforzando las redes del crimen en vez de desmantelarlas.

En este contexto, la segregación de presos según afiliaciones criminales, práctica común en países como Brasil, no hace más que evidenciar el reconocimiento tácito del poder de las bandas dentro de las prisiones. Esta estrategia, lejos de ser una solución, perpetúa la división y el control territorial de las bandas dentro y fuera de las prisiones, facilitando la coordinación de actividades criminales.

Penitenciarías
La transformación de las prisiones en cuarteles generales del crimen organizado no es solo un problema de seguridad pública; es un síntoma de fallas estructurales profundas en la forma en que estos países abordan el crimen y el castigo. Ilustración MidJourney.

Castillos para delinquir

Los líderes de estas organizaciones, a menudo recluidos en condiciones que distan mucho de ser restrictivas, continúan operando con relativa libertad, aprovechando las redes de corrupción y las debilidades del sistema para seguir al mando de sus estructuras criminales. La situación en Ecuador, donde las prisiones se han convertido en escenario de violentos enfrentamientos y fugas masivas, es una clara muestra de cómo la crisis penitenciaria puede desestabilizar a un país entero.

Tambièn puedes leer: Saul Takahashi: Moral japonesa de Itochu justifica abandonar negocios con un posible Israel genocida

Las autoridades, en un intento por recuperar el control, han adoptado medidas extremas, como la intervención militar en las prisiones, que recuerdan a las tácticas utilizadas en El Salvador bajo la administración de Nayib Bukele. Sin embargo, estas soluciones de fuerza, aunque puedan ofrecer resultados inmediatos, no abordan las raíces del problema y corren el riesgo de agravar la situación de los derechos humanos en las penitenciarías sin ofrecer una solución sostenible a largo plazo.

Falla estructural profunda

El panorama carcelario en Latinoamérica es un reflejo de los desafíos más amplios que enfrenta la región en términos de seguridad y justicia. La transformación de las prisiones en cuarteles generales del crimen organizado no es solo un problema de seguridad pública; es un síntoma de fallas estructurales profundas en la forma en que estos países abordan el crimen y el castigo. La solución requiere un enfoque integral que vaya más allá del endurecimiento de las políticas de encarcelamiento, abordando las causas subyacentes de la criminalidad, mejorando las condiciones en las penitenciarías, y reformando el sistema de justicia para que sea más eficaz y justo.

La crisis penitenciaria en Latinoamérica es un llamado de atención sobre la necesidad urgente de repensar las estrategias de seguridad y justicia en la región. Solo mediante un compromiso real con la reforma penitenciaria y judicial, y una inversión adecuada en el sistema de justicia, se podrá esperar romper el ciclo de violencia y criminalidad que hoy se gesta tras las rejas de las cárceles latinoamericanas.

Related articles

- Publicidad -spot_imgspot_img
spot_imgspot_img

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí