Lula busca petróleo en el río Amazonas. Esa frase, que podría parecer un titular sensacionalista o una jugada desesperada de última hora, se ha convertido en una dura realidad para ambientalistas, defensores del clima y ciudadanos de todo el mundo que, en algún momento, vieron en Luiz Inácio Lula da Silva a un héroe ambiental. La decisión del presidente brasileño de promover exploraciones petroleras en la desembocadura del mayor río del planeta, junto con la intención de sumar a Brasil a la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP+), ha causado una profunda conmoción global. El contraste entre la imagen de un Lula defensor de la Amazonia y este nuevo viraje político y económico no solo ha creado grietas en su base de apoyo internacional, sino que también ha encendido las alarmas en vísperas de la COP30, la conferencia climática de la ONU que Brasil albergará en 2025.
El reportaje original que destapó esta nueva estrategia del gobierno brasileño fue publicado por Louise Osborne, reportera jefa de clima del medio alemán Deutsche Welle. Osborne, oriunda del Reino Unido y radicada en Berlín, ha construido una sólida carrera cubriendo finanzas y políticas climáticas, y su artículo titulado: “Lula, de héroe climático a impulsar la expansión petrolera” presenta una crónica documentada que da voz a expertos, activistas e instituciones sobre la preocupante transformación en el discurso ambiental de Lula. La periodista advierte que el mismo presidente que generó esperanza al asumir el poder en 2023, prometiendo frenar la devastación ecológica provocada por Jair Bolsonaro, hoy parece girar en sentido contrario, bajo la premisa de que el petróleo es la llave para financiar una transición energética que todavía no muestra bases sólidas.
Lula busca petróleo en el río Amazonas
Lula busca petróleo en el río Amazonas y el golpe simbólico de esta acción parece tener una dimensión difícil de revertir. En los primeros meses de su nuevo mandato, el presidente brasileño logró resultados notables al disminuir en un tercio la deforestación amazónica y recibió elogios por su promesa de terminar con la tala ilegal para 2030. Sin embargo, la reciente luz verde para perforaciones en la desembocadura del río Amazonas ha ensombrecido cualquier logro previo. Claudio Angelo, vocero del Observatorio do Clima, no duda en calificar la medida como una “traición al mandato” que la comunidad internacional le confirió a Brasil al otorgarle la sede de la COP30. La ubicación elegida, Belém do Pará, en plena selva amazónica, parecía enviar una señal clara de compromiso. Ahora, el mensaje es mucho más confuso.

La incorporación de Brasil a la OPEP+, aunque sin carácter de miembro pleno, refuerza la dirección petrolera del gobierno. Alexandre Silveira, ministro de Energía, justificó la decisión diciendo que el país no puede avergonzarse de ser un productor de petróleo y que necesita ingresos para desarrollarse. Según datos oficiales, Brasil es ya el octavo mayor exportador mundial de petróleo, pero aspira a subir hasta el cuarto lugar. Para algunos analistas, la participación en OPEP+ es una movida táctica que pretende asegurar a Brasil un lugar en la mesa donde se decide el futuro del crudo, incluso mientras el mundo se esfuerza por dejarlo atrás.
Financiar la transición energética
Lula busca petróleo en el río Amazonas, y en este juego geopolítico, la narrativa del “progreso con petróleo” parece haberle ganado terreno al relato ecológico. André Correa do Lago, quien presidirá la COP30, ha defendido públicamente la postura del gobierno, señalando que los recursos generados por el petróleo pueden financiar la transición energética. Según él, “es más fácil y barato pedir préstamos para petróleo que para renovables”. Aunque la lógica financiera pueda sostenerse a corto plazo, las consecuencias medioambientales podrían ser catastróficas. En palabras de Ilan Zugman, director regional de 350.org para América Latina, esta estrategia carece de planificación a largo plazo y no contempla una política nacional seria para impulsar las energías limpias.
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Los números respaldan la crítica. Según el Instituto INESC P&D Brasil, en 2022 los subsidios federales destinados al petróleo, gas y carbón sumaron más de 14.500 millones de dólares, cinco veces más que lo invertido en fuentes renovables. Zugman señala que el problema no es la falta de dinero, sino cómo se distribuye. El gobierno podría redirigir parte de esos fondos a proyectos sostenibles sin necesidad de profundizar la dependencia de los combustibles fósiles. Pero esa voluntad política, por ahora, parece estar ausente. El desarrollo de fuentes renovables como la solar, la eólica o la biomasa sigue avanzando lentamente, sin una estructura robusta que le permita competir con la gigantesca maquinaria de la industria petrolera.
Al frente de un gran retroceso
Lula busca petróleo en el río Amazonas, pero el dilema ético no termina ahí. La Amazonia, con su inmenso valor ecológico, no solo es el pulmón del mundo; también es el epicentro de una disputa entre crecimiento económico y conservación. Explorar petróleo en su desembocadura implica riesgos elevados para la biodiversidad, comunidades indígenas, y para la estabilidad climática regional y global. Además, como lo advierte un informe de SEEG (Sistema de Estimativas de Emissões de Gases de Efeito Estufa), si Brasil explota las reservas previstas, las emisiones derivadas de la quema del petróleo anularían los avances logrados en la reducción de la deforestación.
El país ya es uno de los mayores emisores de gases de efecto invernadero, en gran parte debido al cambio en el uso del suelo y la tala indiscriminada. El gobierno ha presentado nuevos compromisos ante el Acuerdo de París, prometiendo recortes de entre 59 y 67% de sus emisiones para 2035, respecto a los niveles de 2005. No obstante, muchos expertos consideran que estas metas no están alineadas con el objetivo de limitar el calentamiento global a 1,5°C. Lo más preocupante, como subraya Claudio Angelo, es que el petróleo destinado a exportación ni siquiera figura dentro de las cuentas nacionales de emisiones, pese a su contribución global al problema.

Una agenda climática arrinconada
Lula busca petróleo en el río Amazonas, mientras el país experimenta con crudeza los efectos del cambio climático. En 2024, incendios sin precedentes arrasaron más de 30 millones de hectáreas, una superficie mayor a la de Italia. La región del Pantanal sufrió una sequía histórica y los científicos del grupo World Weather Attribution concluyeron que el calentamiento global aumentó en un 40% la intensidad de estos incendios. Las consecuencias para las comunidades rurales, la seguridad alimentaria y los recursos hídricos han sido devastadoras. “La gente está sintiendo la presión”, confiesa Angelo. “El gobierno lo sabe, pero la combinación de intereses económicos, desafíos internos y presiones externas hace que la agenda climática quede arrinconada”.
La trampa de las promesas
El problema de fondo es que la lógica extractivista sigue predominando. A pesar de las promesas, de los discursos en foros internacionales y de las imágenes de Lula abrazando árboles en cumbres climáticas, la acción concreta del gobierno lo alinea más con los intereses petroleros que con las urgencias del planeta. La paradoja se vuelve insostenible: ser anfitrión de la COP30 y al mismo tiempo profundizar la expansión de la industria más contaminante del mundo. Si Brasil quiere realmente liderar el debate sobre el clima, tendrá que demostrarlo con hechos y no solo con promesas.
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Lula busca petróleo en el río Amazonas, y el mundo observa con creciente escepticismo. La imagen del presidente progresista que un día prometió salvar la selva hoy parece una caricatura distorsionada frente a las decisiones que está tomando. Aún hay tiempo para rectificar. Aún es posible que Brasil se convierta en una potencia verde, pionera en bioeconomía, transición energética y justicia ambiental. Pero ese camino exige coraje político, coherencia ética y una visión que no sacrifique el futuro por las ganancias del presente. Si Lula desea dejar un legado verdadero, tendrá que demostrar que puede liderar sin contaminar. Porque de lo contrario, su nombre quedará grabado no como el salvador del Amazonas, sino como el presidente que perforó su corazón.