Un eterno “Viernes Negro” está posado en la economía venezolana desde 1983

El 18 de febrero de 1983 no solo quedó marcado en la memoria de los venezolanos como un día de crisis económica, sino como el inicio de una larga agonía que todavía persiste en la estructura financiera del país. Desde aquel fatídico viernes, conocido como el “Viernes Negro”, la economía venezolana se sumergió en un ciclo de devaluaciones, inflación galopante y pérdida de poder adquisitivo que sigue afectando a millones de ciudadanos hasta hoy. La suspensión de la venta del dólar estadounidense por parte del gobierno y la instauración de un control de cambio marcaron el principio del fin para la estabilidad monetaria del bolívar, una moneda que había sido símbolo de fortaleza en Latinoamérica. Desde entonces, Venezuela ha transitado por un camino plagado de incertidumbres financieras y políticas fallidas que han perpetuado una crisis económica sin precedentes.

Este análisis surge de la pluma de David Ricardo Uzcátegui Campins, político venezolano y articulista constante en los espacios de opinión del diario El Nacional. Uzcátegui, quien fue concejal del Municipio Baruta y es miembro actual de la Dirección Nacional de Fuerza Vecinal, publicó recientemente un artículo titulado “Viernes Negro y lecciones no aprendidas” en el que desmenuza las causas y consecuencias de aquel evento decisivo. Con una visión crítica y un conocimiento profundo de la historia económica del país, Uzcátegui recuerda cómo ese día de 1983 fue más que un golpe financiero; fue el inicio de una tragedia que marcó un antes y un después en la vida económica y social de Venezuela.

A 42 años del declive de la economía venezolana

Los años previos al Viernes Negro fueron, en apariencia, tiempos de bonanza gracias al auge petrolero de los años setenta. Venezuela, impulsada por altos precios del crudo, disfrutaba de una estabilidad que parecía inquebrantable. Sin embargo, detrás de ese aparente bienestar se gestaba una estructura económica dependiente de un solo recurso, sin mecanismos de diversificación que garantizaran un desarrollo sostenible. La economía venezolana se sustentaba casi exclusivamente en el petróleo, y el gasto público desmedido, impulsado por ingresos estatales inflados, generó una falsa sensación de prosperidad. La nacionalización de la industria petrolera en 1976 consolidó aún más esta dependencia, aumentando la vulnerabilidad del país frente a cualquier fluctuación en los precios internacionales del petróleo.

Los años previos al Viernes Negro fueron, en apariencia, tiempos de bonanza gracias al auge petrolero de los años setenta. Venezuela, impulsada por altos precios del crudo, disfrutaba de una estabilidad que parecía inquebrantable. Sin embargo, detrás de ese aparente bienestar se gestaba una estructura económica dependiente de un solo recurso, sin mecanismos de diversificación que garantizaran un desarrollo sostenible. Ilustración MidJourney

A partir de 1981, la caída sostenida de los precios del crudo comenzó a socavar los cimientos de la economía venezolana. En apenas dos años, las exportaciones petroleras sufrieron una contracción del 30%, lo que redujo drásticamente los ingresos del Estado. A esta situación se sumó la creciente crisis de deuda externa que afectaba a toda América Latina. Venezuela, en particular, enfrentó un vencimiento de pagos por casi 9.000 millones de dólares en enero de 1983, mientras la fuga de capitales ascendía a cifras alarmantes cercanas a los 8.000 millones. La combinación de estos factores generó un escenario crítico que obligó al gobierno a tomar decisiones drásticas. La suspensión de la venta del dólar estadounidense y el establecimiento de un control cambiario fueron las medidas adoptadas para contener una crisis que ya parecía inevitable.

El cáncer de a especulación

El impacto del Viernes Negro no solo se reflejó en la abrupta devaluación del bolívar, sino en el establecimiento de un régimen de tres tipos de cambio que generó mayor incertidumbre y alimentó la especulación. Este sistema, en lugar de estabilizar la economía venezolana, fomentó el surgimiento de un mercado paralelo donde el dólar se cotizaba a precios mucho más altos que los oficiales. La pérdida de confianza en la moneda nacional impulsó una devaluación constante que afectó el poder adquisitivo de los ciudadanos, generando un proceso inflacionario que se extendió durante décadas. La instauración de controles de cambio, en lugar de ser una solución temporal, se convirtió en una medida crónica que agravó las distorsiones económicas.

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El Viernes Negro no solo significó un quiebre en la estabilidad cambiaria, sino que marcó el inicio de una era en la que la economía venezolana se tornó cada vez más dependiente de decisiones gubernamentales que, lejos de resolver los problemas estructurales, los profundizaron. La inflación, que había sido un fenómeno relativamente controlado, se disparó a niveles alarmantes, deteriorando el poder adquisitivo de la población. La devaluación del bolívar se convirtió en un fenómeno constante, erosionando la confianza en la moneda y empujando a los ciudadanos a buscar refugio en el dólar o en activos más estables. La falta de diversificación productiva y el descontrol del gasto público se convirtieron en problemas estructurales que impidieron cualquier intento de desarrollo sostenible.

Nadie ha aprendido nada

Cuarenta años después de aquel episodio, las lecciones del Viernes Negro parecen haber sido ignoradas. Venezuela ha experimentado ciclos repetidos de controles de cambio, devaluaciones y políticas económicas erráticas que han llevado al bolívar a perder casi por completo su valor. A pesar de los cambios de gobierno y los discursos de renovación económica, la economía venezolana sigue atrapada en una espiral de crisis que parece no tener fin. La falta de una estrategia clara para diversificar la economía y reducir la dependencia del petróleo ha perpetuado un modelo económico inviable que ha afectado profundamente la calidad de vida de los venezolanos.

La fuga de capitales sigue siendo un problema crónico, impulsada por la falta de confianza en las instituciones y la inestabilidad política. Los intentos por estabilizar la economía mediante controles artificiales han fracasado repetidamente, generando distorsiones que afectan tanto a los consumidores como a los productores. La inflación sigue siendo uno de los principales enemigos de la economía venezolana, reduciendo el poder adquisitivo de la población y generando una sensación de desesperanza que se refleja en la migración masiva de ciudadanos en busca de mejores oportunidades en el extranjero.

El impacto del Viernes Negro no solo se reflejó en la abrupta devaluación del bolívar, sino en el establecimiento de un régimen de tres tipos de cambio que generó mayor incertidumbre y alimentó la especulación. Este sistema, en lugar de estabilizar la economía venezolana, fomentó el surgimiento de un mercado paralelo donde el dólar se cotizaba a precios mucho más altos que los oficiales. Ilustración MidJourney.

La solución no es una fórmula secreta

El desafío para Venezuela sigue siendo construir un modelo económico que no dependa exclusivamente del petróleo y que fomente el desarrollo de sectores productivos alternativos. Para ello, es necesario crear condiciones que incentiven la inversión privada, fortalezcan el aparato industrial y garanticen la estabilidad jurídica necesaria para el crecimiento sostenible. La diversificación económica es clave para romper el ciclo de dependencia que ha condenado al país a repetir los mismos errores una y otra vez. Solo a través de políticas responsables y coherentes se podrá sentar las bases de una economía más equilibrada y capaz de enfrentar los desafíos del futuro.

Los expertos coinciden en que el problema de fondo radica en la falta de confianza en las instituciones y en la ausencia de un marco legal sólido que proteja la inversión y garantice la transparencia. Sin estas condiciones, cualquier intento de reactivar la economía venezolana está condenado al fracaso. La experiencia del Viernes Negro debería haber servido como una advertencia clara sobre los peligros de una economía dependiente y mal gestionada. Sin embargo, cuatro décadas después, las mismas fallas estructurales siguen presentes, impidiendo que el país logre una recuperación real.

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Producción, innovación y respeto a las reglas

La superación de esta crisis no será posible sin un cambio profundo en la mentalidad política y económica del país. Es necesario abandonar las soluciones improvisadas y apostar por un modelo basado en la producción, la innovación y el respeto a las reglas del mercado. Solo así Venezuela podrá liberarse del ciclo interminable de crisis que comenzó aquel 18 de febrero de 1983. La historia ha demostrado que el control de cambio, lejos de ser una solución efectiva, ha sido una trampa que ha profundizado las distorsiones económicas y ha generado más pobreza y desigualdad.

Hoy, más que nunca, es necesario recordar las lecciones del pasado para evitar que se repitan en el futuro. La estabilidad de la economía venezolana no se construirá con medidas populistas ni con políticas improvisadas, sino con decisiones responsables que fomenten la inversión, la producción y la confianza en las instituciones. El legado del Viernes Negro sigue siendo una advertencia latente sobre los peligros de una economía mal gestionada y dependiente de un solo recurso. Solo a través de un compromiso real con la diversificación y la estabilidad económica, Venezuela podrá dejar atrás las sombras de su eterno Viernes Negro.

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