Las deportaciones masivas han sido un tema recurrente en la agenda política de Estados Unidos, pero con el nuevo mandato de Donald Trump, el enfoque parece haber tomado un giro aún más agresivo. Las recientes tensiones con Colombia y Brasil han puesto en evidencia que, cuando se trata de política migratoria, la administración MAGA-republicana prefiere imponer su voluntad con la amenaza de sanciones y aranceles antes de negociar con diplomacia. Como bien decía el gánster Al Capone, más se logra con cortesía y una pistola que con cortesía solamente, una frase que pareciera reflejar la estrategia de Trump en su afán por hacer cumplir su visión de control fronterizo.
El presente análisis se basa en la investigación de Amalendu Misra, profesor de Política Internacional en la Universidad de Lancaster, quien publicó recientemente un artículo titulado: “El plan antiinmigración de Trump amenaza con socavar los intereses de EE.UU. UU. en América Latina”, en el portal académico The Conversation. Misra, reconocido por sus estudios sobre violencia en el proceso político, expone cómo las tácticas coercitivas de Trump pueden perjudicar el liderazgo estadounidense en la región. En su investigación, detalla los incidentes con Colombia y Brasil tras la temporal decisión de estos países de rechazar aviones con migrantes deportados, lo que provocó una respuesta inmediata de la Casa Blanca en forma de amenazas comerciales.
Latinoamérica y las deportaciones masivas
Las deportaciones masivas no son un fenómeno nuevo en Estados Unidos, pero bajo el discurso trumpista, han adquirido una connotación aún más inflexible. La brevísima negativa de Gustavo Petro a aceptar vuelos militares con migrantes colombianos marcó un punto de inflexión en la relación entre ambos países. Para la administración Trump, la deportación de inmigrantes ilegales es una prioridad absoluta, y cualquier intento de bloquear estas medidas es interpretado como un desafío a su autoridad. Cuando Petro se negó a recibir a sus compatriotas deportados, la respuesta fue inmediata: amenazas de aranceles del 25% y restricciones de visa a funcionarios colombianos. A pesar de la resistencia inicial, el gobierno de Petro terminó cediendo, aceptando a los migrantes en las condiciones impuestas por Washington.

El caso de Brasil no fue muy diferente. El gobierno de Lula da Silva expresó su indignación al recibir a migrantes esposados en Manaos, con denuncias de tratos degradantes que incluyeron la falta de acceso a agua y baños durante el vuelo. La imagen de brasileños repatriados en tales condiciones generó fuertes críticas internas y externas, pero al final, prevaleció la postura estadounidense. Para Trump, la humillación no es un costo a evitar, sino una herramienta política. La administración republicana ha dejado claro que no dudará en usar la presión económica para someter a sus vecinos del sur a su agenda migratoria.
Hay más amigos en el mundo
Las deportaciones masivas de Trump han despertado el rechazo de sectores liberales dentro de Estados Unidos y de gobiernos latinoamericanos que ven en estas políticas un retorno a la doctrina de la imposición unilateral. En un contexto en el que América Latina busca fortalecer sus lazos comerciales con otras regiones, las medidas coercitivas de Trump pueden acelerar el distanciamiento con Washington. La reactivación de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), promovida por Brasil, es un indicio de que los países de la región están considerando alternativas para no depender de la economía estadounidense. A esto se suma el reciente acuerdo comercial entre la Unión Europea y el Mercosur, que podría restablecer el protagonismo a Estados Unidos en el comercio latinoamericano.
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El expresidente Trump ha hecho referencias recurrentes a Al Capone, el legendario gánster de Chicago, en un intento por equiparar su situación legal con la del mafioso más famoso de la historia estadounidense. En un mitin en Wisconsin, Trump afirmó: «He sido acusado más veces que Al Capone». La comparación no es casualidad. Capone entendía que el poder real no residía solo en la violencia o en el dinero, sino en la capacidad de utilizar ambas herramientas en equilibrio. La estrategia de Trump hacia la inmigración parece inspirarse en esta lógica: no basta con la diplomacia ni con la aplicación estricta de la ley, es necesario respaldar las exigencias con amenazas concretas, sean aranceles, sanciones o restricciones comerciales.
Gana el más fuerte
Las deportaciones masivas son presentadas por la administración Trump como una demostración de fuerza. Pero lo que para sus seguidores es un acto de soberanía, para otros es una estrategia que erosiona la imagen de Estados Unidos en el escenario internacional. La forma en que se manejó el conflicto con Colombia y Brasil evidencia que la relación entre Washington y sus vecinos se ha convertido en una serie de transacciones en las que la coerción sustituye al diálogo. Petro intentó desafiar la política migratoria de Trump, pero su resistencia fue dura solo unas horas. Al final, el acuerdo con Estados Unidos fue anunciado como una victoria para la Casa Blanca.
El riesgo de esta estrategia radica en la creación de un precedente peligroso. Si los países de América Latina se ven forzados a aceptar condiciones impuestas bajo amenazas, es probable que busquen diversificar sus alianzas. Colombia y Brasil no son las únicas naciones que han manifestado incomodidad con la política exterior de Trump. México, que ha sido clave en la gestión migratoria de la región, podría reconsiderar su cooperación si percibe que la presión estadounidense pone en riesgo sus intereses económicos y políticos.

Antipatías dentro de casa
Las deportaciones masivas impulsadas por Trump también generan tensiones internas dentro de Estados Unidos. Si bien el discurso antiinmigrante sigue siendo popular entre su base republicana, organizaciones de derechos humanos y algunos sectores empresariales han advertido sobre los efectos negativos de estas medidas. La deportación de miles de personas afecta a industrias que dependen de la mano de obra migrante, especialmente en sectores como la construcción, la agricultura y los servicios. Además, el costo logístico de deportar en masa a personas en vuelos militares es significativo y podría aumentar el déficit fiscal.
El contexto internacional también es un factor a considerar. En un mundo multipolar, donde China y la Unión Europea buscan fortalecer sus lazos con América Latina, la agresiva política migratoria de Trump podría acelerar el proceso de alineación de estos países con otras potencias. La imposición de aranceles a Colombia podría empujar a la nación sudamericana a buscar acuerdos más sólidos con la UE o incluso con China. De la misma forma, si Brasil se siente atacado por la Casa Blanca, es probable que Lula refuerce su peso específico como socio fundador del bloque BRICS.
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Un gánster americano
La frase de Al Capone sobre la cortesía y la pistola resume bien la estrategia de Trump: imponer su voluntad a través de la combinación de diplomacia y amenaza. No obstante, la pregunta clave es si esta táctica será efectiva a largo plazo o si, por el contrario, terminará debilitando la influencia de Estados Unidos en la región. La Casa Blanca celebra la capitulación de Colombia como una victoria, pero ¿a qué costo? Si la relación con América Latina se basa exclusivamente en la coerción, el precio a pagar podría ser un alejamiento definitivo de estos países de la esfera de influencia estadounidense.
Las deportaciones masivas han sido utilizadas por Trump como un símbolo de su autoridad y determinación, pero en un mundo cada vez más interconectado, la fuerza bruta tiene sus límites. América Latina observa y aprende. La pregunta es cuánto tiempo podrá sostenerse esta política antes de generar una reacción que termine por perjudicar más a Estados Unidos que a sus vecinos.