¿Nuevo imperio estadounidense?: Los poderosos hacen lo que quieren y punto

El concepto de un “nuevo imperio estadounidense” no es reciente, pero su resurgimiento bajo la administración de Donald Trump ha tomado una dirección polémica y provocadora. En su segundo discurso de investidura, Trump revitalizó una idea que parecía relegada a los libros de historia: la expansión territorial como signo de poder y prosperidad. La promesa de conquistar Groenlandia, anexar Canadá, recuperar el canal de Panamá y hasta renombrar el golfo de México como “golfo de América” refleja un retorno a un discurso imperialista que inquieta tanto a los aliados de Estados Unidos como a sus adversarios. El mensaje es claro: los poderosos hacen lo que quieren y punto.

Greg Grandin, historiador y autor estadounidense, escribió sobre este tema en el Ensayo Invitado publicado por The New York Times titulado: “Trump sueña con un nuevo imperio estadounidense”. Con un destacado historial académico como profesor en la Universidad de Yale y autor de libros reconocidos como Fordlândia y El imperio de la necesidad, Grandin explora cómo Trump, apelando al espíritu expansionista de los padres fundadores, reintrodujo un discurso que mezcla nostalgia histórica y ambición territorial. Según Grandin, esta retórica no solo emociona a los partidarios de Trump, sino que también reaviva los debates sobre el Destino Manifiesto, aquella vieja idea que justificó la conquista del oeste, el despojo de indígenas y la anexión de territorios mexicanos.

¿Nuevo imperio estadounidense?

La idea de un nuevo imperio estadounidense bajo Trump no es únicamente una cuestión de retórica política. Para muchos, es una estrategia cuidadosamente diseñada para desviar la atención de los problemas internos del país, como la creciente desigualdad, el estancamiento de la esperanza de vida y las profundas divisiones sociales. Como bien apunta Grandin, Trump busca crear una narrativa de expansión infinita para un país que ha visto cómo sus horizontes, tanto geográficos como económicos, se han estrechado en las últimas décadas. Esto es más evidente cuando sus propuestas de anexión son respaldadas por una base política que ve en estas fantasías una forma de devolverle propósito y vigor a una nación que parece tambalearse.

La promesa de conquistar Groenlandia, anexar Canadá, recuperar el canal de Panamá y hasta renombrar el golfo de México como “golfo de América” refleja un retorno a un discurso imperialista que inquieta tanto a los aliados de Estados Unidos como a sus adversarios. Ilustración MidJourney

Sin embargo, el discurso expansionista de Trump también tiene profundas raíces históricas. James Madison, uno de los padres fundadores de Estados Unidos, defendía la expansión territorial como un mecanismo para diluir el extremismo político y prevenir las guerras de clases. Thomas Jefferson, al adquirir el territorio de Luisiana, argumentó que ampliar la extensión del país era esencial para evitar conflictos internos. Estas ideas, que alguna vez fueron consideradas visionarias, se convirtieron en la base de un proyecto imperialista que llevó a Estados Unidos desde el Atlántico hasta el Pacífico, y más allá, con la anexión de Hawái, Puerto Rico y Filipinas. Trump no está inventando nada nuevo; simplemente está adaptando un viejo manual a los tiempos modernos.

Trump es un hechicero

Lo que diferencia a este “nuevo imperio estadounidense” del pasado es el contexto global en el que se desarrolla. En una época marcada por guerras interminables, crisis climáticas y una creciente desconfianza en el orden internacional, la retórica de Trump resulta de manera distinta. Según Grandin, sus propuestas de anexión no solo apelan al patriotismo de sus seguidores, sino que también envían un mensaje claro al resto del mundo: las reglas han cambiado. En un sistema global que parecía regido por principios de cooperación, Trump reintroduce la doctrina de la conquista como norma, afirmando que los poderosos harán lo que deseen, mientras los débiles deberán aceptar su destino.

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La propuesta de anexar Groenlandia es un ejemplo paradigmático de esta visión. Aunque inicialmente recibida como una broma, Grandin recuerda que esta idea ha sido discutida seriamente en el pasado, desde William Seward, quien compró Alaska en 1867, hasta Harry Truman, quien ofreció 100 millones de dólares por Groenlandia en 1946. Más recientemente, figuras como Nelson Rockefeller y columnistas conservadores han defendido la anexión de Groenlandia como una cuestión estratégica y económica. Para Trump, sin embargo, Groenlandia representa algo más que minerales o una posición geopolítica; es un símbolo de la ambición desmedida que define su visión del poder estadounidense.

Un juego de Risk a lo MAGA

El problema es que este tipo de discurso no solo es anacrónico, sino también peligroso. En palabras de Grandin, tratar la política internacional como un juego de Risk no solo aumenta las tensiones globales, sino que también legitima un modelo de gobernanza basado en la agresión y el dominio. Este enfoque, señala el historiador, contrasta con el orden mundial que surgió después de la Segunda Guerra Mundial, basado en la cooperación y el respeto mutuo. Aunque este orden ha demostrado ser imperfecto, la propuesta alternativa de Trump amenaza con sumir al mundo en un estado de competencia desenfrenada y conflictos interminables.

El nuevo imperio estadounidense no se limita a las fantasías de anexión territorial. Como señala Grandin, también incluye una visión más amplia de expansión económica y tecnológica, inspirada en ideales de progreso que han definido la identidad estadounidense durante siglos. Trump promete llevar el Destino Manifiesto “hasta las estrellas” y “hasta Marte”, evocando la misma retórica de reinvención que Frederick Jackson Turner utilizó para describir el Oeste americano como una fuente de “renacimiento perenne”. Sin embargo, esta visión está plagada de contradicciones, ya que ignora los desafíos estructurales que enfrenta el país, desde la deuda masiva hasta la creciente polarización política.

Según Grandin, esta retórica no solo emociona a los partidarios de Trump, sino que también reaviva los debates sobre el Destino Manifiesto, aquella vieja idea que justificó la conquista del oeste, el despojo de indígenas y la anexión de territorios mexicanos. Ilustración MidJourney.

Un plan potencialmente catastrófico

En última instancia, el “nuevo imperio estadounidense” es tanto una estrategia política como una declaración de intenciones. Al prometer un futuro de expansión ilimitada, Trump busca movilizar a sus seguidores y consolidar su legado. Sin embargo, como advierte Grandin, esta visión tiene un costo: legitimar la agresión como principio organizador del sistema internacional y perpetuar un modelo de gobernanza basado en la explotación y el conflicto. En un mundo ya marcado por la incertidumbre y la volatilidad, esta estrategia no solo es arriesgada, sino potencialmente catastrófica.

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A medida que Estados Unidos enfrenta un futuro incierto, el resurgimiento de este discurso imperialista plantea preguntas fundamentales sobre la dirección del país y su papel en el mundo. ¿Es posible conciliar el ideal de expansión con los valores de cooperación y mutualismo que han definido el sistema internacional durante las últimas décadas? ¿O estamos destinados a regresar a un modelo de competencia despiadada, donde los poderosos hacen lo que quieren y los débiles sufren las consecuencias? La respuesta a estas preguntas definirá no solo el destino de Estados Unidos, sino también el de un mundo que observa con preocupación el regreso de viejas ambiciones en nuevos disfraces.

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