Las presidencias de Trump y Biden fracasaron con Maduro: No hay señales de cambio en Venezuela

Mientras Washington centra su atención en problemas globales, la presidencia de Nicolás Maduro sigue siendo un obstáculo insuperable para los intentos de Estados Unidos de estabilizar Venezuela. Tanto Donald Trump como Joe Biden heredaron el mismo desafío y, aunque sus estrategias hacia el líder venezolano difirieron, el resultado fue el mismo: fracasaron con Maduro. La narrativa dominante en Washington, que prefieren a DC como garantía de la democracia en la región, no ha logrado superar las realidades del chavismo venezolano ni brindar esperanza de cambio para millones de ciudadanos que enfrentan una crisis económica prolongada.

El presente análisis se basa en el material de opinión de Kareem Rifai, estudiante de posgrado en el programa de Estudios de Seguridad de Georgetown, alojado en el portal The Hill. Bajo el título original: “Para que los venezolanos regresen, Maduro debe irse”, Rifai plantea una visión que, si bien resalta la importancia de remover a Maduro para resolver la crisis migratoria venezolana, subestima profundamente los desafíos geopolíticos y el historial de errores estratégicos que han marcado las administraciones de Trump y Biden. El texto, que critica el enfoque de ambos gobiernos, es un ejemplo de cómo los determinismos simplistas pueden ocultar las complejidades de un conflicto que Estados Unidos no ha logrado gestionar exitosamente.

En Washington fracasaron con Maduro

Durante el primer mandato de Donald Trump, su retórica contra el “hombre duro de Venezuela”, como él mismo calificó a Maduro, no pasó de ser eso: retórica. En los albores de su segunda administración, mientras se discutían propuestas extravagantes como la posible anexión de Groenlandia, Maduro celebraba su toma de posesión para un tercer mandato en Caracas y amenazaba con invadir Puerto Rico. Estas declaraciones, aunque cuestionables desde el punto de vista estratégico, ilustran cómo Maduro logró mantenerse en el poder pese a las sanciones y la presión internacional. Fracasaron con Maduro, ya que las sanciones económicas y los intentos de aislamiento internacional no lograron debilitar su control sobre el aparato estatal ni generar cambios significativos en el país.

La narrativa dominante en Washington, que prefieren a DC como garantía de la democracia en la región, no ha logrado superar las realidades del chavismo venezolano ni brindar esperanza de cambio para millones de ciudadanos que enfrentan una crisis económica prolongada. Ilustración MidJourney

La administración de Biden, por su parte, adoptó un enfoque más diplomático, buscando abrir canales de diálogo con el régimen venezolano. En octubre de 2023, en medio de conversaciones sobre la crisis migratoria y elecciones libres, el gobierno de Biden acordó aliviar las sanciones a cambio de promesas de reformas electorales y la liberación de presos políticos. No obstante, esta política de apaciguamiento fue aprovechada por Maduro, quien, lejos de cumplir los compromisos adquiridos en el Acuerdo de Barbados, reforzó su control autoritario al bloquear candidaturas opositoras y manipular los resultados electorales. Al igual que Trump, Biden fracasó con Maduro, mostrando la incapacidad de Estados Unidos para ejercer influencia real sobre el régimen venezolano.

“No necesitamos de América Latina”

El fracaso de ambas administraciones no solo refleja las limitaciones de la política exterior estadounidense en América Latina, sino también la complejidad de la crisis venezolana. La perpetuación del régimen de Maduro no es únicamente el resultado de errores estratégicos de Washington, sino también de la habilidad del chavismo para adaptarse a las circunstancias. Maduro ha consolidado su poder alineándose con países como Rusia, China e Irán, utilizando estas alianzas para sortear sanciones y mantener el acceso a recursos financieros. Fracasaron con Maduro porque, en lugar de debilitarlo, las medidas adoptadas por Estados Unidos han reforzado su narrativa antiimperialista y consolidado su apoyo entre sectores claves del régimen. Y ahora se suma una reciente declaración de Donald Trump, que el 20 de enero durante su toma de posesión, aseguró que los “Estados Unidos no necesitan de América Latina”.

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La crisis migratoria venezolana es otro aspecto que ambas administraciones no lograron resolver. Más de siete millones de venezolanos han salido del país en busca de mejores oportunidades, convirtiendo esta situación en una de las peores crisis de refugiados del mundo. En este contexto, Biden intentó frenar el flujo migratorio mediante acuerdos para la repatriación de ciudadanos venezolanos desde Estados Unidos. Sin embargo, estos esfuerzos fueron rápidamente socavados cuando el régimen de Maduro suspendió los vuelos de deportación en represalia por la reimposición de sanciones. Fracasaron con Maduro al no comprender que el éxodo masivo de venezolanos no es un problema exclusivamente migratorio, sino el síntoma de un colapso estructural que requiere soluciones más profundas.

Nadie sabe cómo resolver el problema

Rifai señala correctamente que la mala gestión y represión del gobierno de Maduro son las principales causas de la crisis, pero su propuesta de una postura más agresiva por parte de Estados Unidos tampoco aborda las raíces del problema. Argumentar que la salida de Maduro es la clave para resolver la situación venezolana pasa por alto las dinámicas internas del país, incluidas las fracturas dentro de la oposición y el desgaste de la sociedad civil tras años de luchas infructuosas. Además, ignora el impacto que décadas de intervenciones estadounidenses han tenido en la percepción de Estados Unidos como un actor externo que busca imponer sus intereses en la región.

El continuo apoyo de empresas estadounidenses, como Chevron, a la industria petrolera venezolana es otro punto crítico que ha generado controversia. Durante el mandato de Biden, la licencia otorgada a Chevron para operar en Venezuela fue vista como un salvavidas financiero para el régimen de Maduro. Este movimiento, aunque justificado como una medida para garantizar el suministro energético, contradice los esfuerzos por presionar al gobierno venezolano y refuerza la dependencia de Caracas de los ingresos petroleros. Fracasaron con Maduro porque las acciones de Estados Unidos, lejos de ser coherentes, han oscilado entre sanciones severas y concesiones económicas que terminan fortaleciéndose al régimen.

El análisis original, que critica el enfoque de ambos gobiernos, es un ejemplo de cómo los determinismos simplistas pueden ocultar las complejidades de un conflicto que Estados Unidos no ha logrado gestionar exitosamente. Ilustración MidJourney.

Nadie cree en el lobo feroz

La falta de una estrategia unificada y consistente hacia Venezuela también ha minado la credibilidad de Estados Unidos en la región. Mientras que Trump optó por una política de confrontación abierta, Biden buscó el diálogo y la negociación, pero ambos enfoques carecieron de seguimiento y compromiso a largo plazo. Fracasaron con Maduro porque subestimaron la resiliencia del régimen y sobreestimaron su capacidad para influir en los acontecimientos internos del país. Esto ha dejado a Venezuela en un limbo político, económico y social, sin señales claras de cambio en el horizonte.

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En conclusión, las presidencias de Trump y Biden fracasaron con Maduro, dejando a Venezuela en una situación de estancamiento que parece inamovible. Aunque Rifai plantea la importancia de remover al líder venezolano para resolver la crisis, su análisis simplista no aborda las complejidades geopolíticas, internas y regionales que hacen de este un problema mucho más profundo. La experiencia de las últimas dos administraciones estadounidenses muestra que el cambio en Venezuela no será posible sin una estrategia integral que combine presión internacional, apoyo a la sociedad civil y un entendimiento más amplio de las dinámicas internas del país. Mientras tanto, millones de venezolanos seguirán enfrentando la desesperanza de un futuro incierto, mientras Maduro continúa consolidando su poder frente a un mundo que parece incapaz de detenerlo.

 

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