Trump ya es presidente, una frase que hace eco desde su primer mandato hasta su regreso al poder en este nuevo ciclo político. La ceremonia de toma de posesión, celebrada el 20 de enero de 2025, marcó el inicio de un período cargado de expectativas, promesas y controversias. La magnitud del momento fue subrayada por la proclamación de Donald Trump de firmar hasta 100 órdenes ejecutivas en las primeras horas de su mandato. Estas acciones buscan alterar el panorama político, abordando temas como inmigración, política climática, diversidad gubernamental y energía, además de revertir gran parte del legado de su predecesor, Joe Biden. Pero ¿pueden estas medidas unilaterales cumplir el ambicioso objetivo de «hacer grande a los Estados Unidos»? La historia y las limitaciones legales sugieren que el camino será complicado.
Sharece Thrower, profesora adjunta de Ciencias Políticas en la Universidad de Vanderbilt, ofrece una perspectiva académica sobre el tema. En su artículo publicado en The Conversation, titulado: «Las órdenes ejecutivas de Trump pueden generar cambios, pero son limitadas y los tribunales pueden anularlas», Thrower analiza cómo estas herramientas presidenciales, aunque poderosas, enfrentan múltiples restricciones Con una destacada trayectoria que incluye publicaciones en revistas académicas como el American Journal of Political Science y el Journal of Law, Economics, and Organization, Thrower señala que las órdenes ejecutivas no son el bastión absoluto que muchos imaginan. Este contexto académico establece un marco esencial para evaluar las acciones de Trump y su potencial impacto en el futuro de Estados Unidos.
Empezó la presión: Trump ya es presidente
Trump ya es presidente, y su estilo característico de liderazgo unilateral vuelve a estar en el centro del debate. Desde su primer mandato, ha demostrado una predilección por el uso de órdenes ejecutivas como herramienta para avanzar en su agenda política. Sin embargo, aunque estas medidas le otorgan una capacidad notable para actuar rápidamente, no están exentas de desafíos. La Constitución de los Estados Unidos establece un equilibrio de poderes que limita la autoridad presidencial, lo que significa que cada orden ejecutiva está sujeta al escrutinio del Congreso y los tribunales. Por ejemplo, su controvertida prohibición de viajes en 2017 enfrentó varios desafíos legales antes de ser finalmente implementada. Esta dinámica refleja una realidad política en la que la acción ejecutiva, aunque rápida, no garantiza resultados duraderos.

A medida que Trump firma sus primeras órdenes ejecutivas en este nuevo mandato, es inevitable recordar sus declaraciones pasadas sobre estas herramientas. En 2016, como candidato, criticó a Barack Obama por su uso de órdenes ejecutivas, describiéndolas como una solución impropia para un presidente incapaz de trabajar con el Congreso. Sin embargo, durante su primer mandato, Trump emitió un promedio de 55 órdenes ejecutivas al año, superando a su predecesor. Este contraste resalta una paradoja que a menudo define su liderazgo: la aparente contradicción entre sus palabras y acciones. Ahora, con una promesa de emitir 100 órdenes en un solo día, Trump parece estar llevando esta estrategia a un nuevo nivel.
Poderes extraordinarios que pueden deshacerse
Trump ya es presidente, y sus planes incluyen declarar emergencias nacionales en áreas clave como la frontera y la energía. Estas declaraciones le permitirían desbloquear recursos y poderes extraordinarios, como el despliegue de tropas en la frontera y la aceleración de permisos para oleoductos. Además, su agenda incluye medidas drásticas como la designación de cárteles como «terroristas globales» y la eliminación de mandatos de vehículos eléctricos establecidos durante la administración Biden. Estas acciones reflejan su intención de consolidar el poder ejecutivo como un vehículo para avanzar rápidamente en su visión política. Sin embargo, como señala Thrower, estas medidas están lejos de ser definitivas, ya que los tribunales y futuros presidentes pueden deshacerlas con relativa facilidad.
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A lo largo de la historia, las órdenes ejecutivas han sido una herramienta crucial para los presidentes de Estados Unidos, desde la gestión de tierras públicas hasta la respuesta a crisis internacionales. Sin embargo, los presidentes modernos emiten menos órdenes ejecutivas que sus predecesores de antes de la Segunda Guerra Mundial, en parte debido al aumento de la polarización política y las crecientes limitaciones legales. Este contexto subraya un desafío clave para Trump: aunque puede emitir órdenes ejecutivas para cumplir sus promesas, su capacidad para implementar cambios significativos dependerá de su habilidad para navegar en un entorno político profundamente dividido.
Republicanos y MAGA
Trump ya es presidente, y su enfoque polarizador plantea preguntas sobre el futuro de su relación con el Congreso. Aunque cuenta con mayorías republicanas en ambas cámaras, estos son marginales, y los disidentes dentro de su propio partido podrían frustrar su agenda. Además, el Congreso tiene herramientas para limitar el alcance de las órdenes ejecutivas, como desfinanciar programas, retrasar nominaciones y realizar investigaciones. Estas dinámicas internas reflejan un equilibrio de poder diseñado para evitar que cualquier rama del gobierno se convierta en dominante, un principio fundamental de la democracia estadounidense.
Otro factor crucial en el éxito de las órdenes ejecutivas de Trump será la opinión pública. Las acciones unilaterales tienden a polarizar a los votantes, y cualquier percepción de abuso de poder podría erosionar su apoyo político. Además, aunque Trump ha demostrado una notable habilidad para movilizar a su base, el éxito a largo plazo de su agenda dependerá de su capacidad para ampliar su coalición política. Esto será especialmente importante en un contexto en el que las elecciones de mitad de período podrían cambiar la composición del Congreso, alterando fragmentadamente el equilibrio de poder en Washington.

Mucho de populismo
Trump ya es presidente, pero su visión de «hacer grande a los Estados Unidos» enfrenta obstáculos significativos. Las órdenes ejecutivas, aunque poderosas, no son una panacea. Para lograr cambios duraderos, Trump deberá enfrentar desafíos legales, políticos y sociales que pondrán a prueba los límites de su liderazgo. Su éxito dependerá no solo de su capacidad para implementar su agenda, sino también de su habilidad para construir consenso en un entorno político fracturado.
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En última instancia, el regreso de Trump a la presidencia marca un capítulo decisivo en la historia de Estados Unidos. Sus acciones durante las primeras semanas de su mandato establecerán el tono para los próximos años, definiendo no solo su legado, sino también el futuro del país. Mientras tanto, los estadounidenses y el mundo observarán con atención, preguntándose si esta vez, Trump realmente podrá cumplir su promesa de hacer grande a los Estados Unidos.

