La ilusión da paso a la desilusión: En Venezuela nada indica que el status quo cambiará

La ilusión, ese motor que impulsa los comienzos, llena los días de esperanza y nutre los corazones con sueños de cambio, parece haber encontrado un obstáculo insuperable en la realidad venezolana. Este año comenzó como tantos otros, con promesas de transformación y expectativas renovadas, especialmente entre quienes vislumbran un país diferente bajo un liderazgo distinto. Sin embargo, lo que comenzó como una chispa de optimismo rápidamente se disolvió en un panorama marcado por la persistencia del status quo, dejando a muchos preguntándose si el deseo colectivo de un cambio tiene algún fundamento real en el aquí y el ahora.

Leoncio Barrios, psicólogo, cronista y analista social, así como articulista habitual del portal caraqueño Efecto Cocuyo, exploró recientemente este fenómeno en su artículo titulado: “La ilusión ayuda, pero no basta”. Con su estilo reflexivo y fundamentado en la psicología social, Barrios abordó el papel de la ilusión en los procesos individuales y colectivos. Según Barrios, «una ilusión da fuerza, es un deseo que nos emociona y nos motiva a ir en la búsqueda de una meta». No obstante, el autor advierte que la ilusión, cuando no está acompañado de una conexión con la realidad, puede convertirse en un factor que distorsione las expectativas y alimente desilusiones.

La ilusión del 10 de enero

En los días anteriores al 10 de enero, fecha simbólica para muchos venezolanos, la ilusión de un cambio político tangible parece tomar fuerza. Para algunos, la esperanza de que Edmundo González Urrutia sea proclamado presidente representa el clamor de parte de una nación que insiste enr recuperar la democracia y salir de un estado de crisis permanente. Sin embargo, como bien señala Barrios, «lo que sigue a la ilusión es la desilusión», y la realidad pronto se impondrá: Nicolás Maduro sigue ocupando el Palacio de Miraflores, sin indicios claros de que el panorama político pueda transformarse a corto plazo. Además, declaraciones como las del senador estadounidense Bernie Moreno, quien afirmó que «Trump trabajará con Maduro porque él es quien va a tomar posesión», refuerzan la percepción de que, al menos por ahora, las potencias internacionales no intervendrán para cambiar las circunstancias en Venezuela.

La ilusión, ese motor que impulsa los comienzos, llena los días de esperanza y nutre los corazones con sueños de cambio, parece haber encontrado un obstáculo insuperable en la realidad venezolana. Ilustración MidJourney

La ilusión, como describe Barrios, tiene la capacidad de mover montañas, pero también puede ser una fuerza que desconecta de la realidad cuando no se maneja con prudencia. En su artículo, el autor hace una analogía con el enamoramiento, describiendo cómo esa chispa inicial puede ser engañosa. «Los comienzos suelen ser con ilusión», escribe Barrios, destacando que enero, como primer mes del año, es un período propicio para soñar con nuevas posibilidades. Sin embargo, advierte que «la mayoría de las veces cuesta mucho materializar la ilusión, sentir que se ha logrado, disfrutarla». Esta observación resuena profundamente en el contexto político venezolano, donde las expectativas de cambio a menudo se ven truncadas por la resistencia de estructuras profundamente arraigadas.

¿Basta con la fuerza del deseo?

El riesgo inherente a la ilusión es su capacidad para generar frustración cuando las metas no se alcanzan. Barrios lo describe como «la fuerza del deseo», que si es demasiado intensa, puede llevar al autoengaño y al desencanto. Esto resulta particularmente relevante en un país donde las crisis económicas, sociales y políticas han erosionado la confianza en las instituciones y en la capacidad de los líderes para promover un cambio genuino. El resultado es un ciclo interminable de esperanza y desilusión, en el que la ilusión inicial se convierte en una pesada carga emocional para quienes no logran ver sus aspiraciones hechas realidad.

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El psicólogo sugiere que una manera de manejar este ciclo es mantener los pies en la tierra, reconocer los obstáculos y planificar estrategias realistas para sortearlos. En el caso venezolano, esto podría implicar un replanteamiento de las expectativas colectivas, así como una evaluación crítica de las posibilidades reales de cambio. Barrios afirma que «insiste y vencerás es una verdad a medias», recordando que incluso la perseverancia más firme puede no ser suficiente si no se toma en cuenta los imprevistos y las limitaciones estructurales. Esta perspectiva es clave para entender por qué, pese a los esfuerzos de la oposición y el clamor popular, el status quo sigue siendo la norma en Venezuela.

Ni subestimarse, ni idealizarse

La fuerza de la ilusión no debe subestimarse, pero tampoco debe idealizarse. Como explica Barrios, su poder radica en su capacidad para inspirar acción y generar motivación, pero su fragilidad reside en su dependencia de un entorno que facilita su materialización. En Venezuela, donde las dificultades económicas y la represión política son constantes, la brecha entre ilusión y realidad es especialmente pronunciada. Esto no significa que las ilusiones deban ser abandonadas, sino que deben ser manejadas con una combinación de esperanza y pragmatismo.

La fuerza de la ilusión no debe subestimarse, pero tampoco debe idealizarse. Como explica Barrios, su poder radica en su capacidad para inspirar acción y generar motivación, pero su fragilidad reside en su dependencia de un entorno que facilita su materialización. Ilustración MidJourney.

El año apenas comienza, y para muchos venezolanos, la ilusión de un cambio sigue siendo un faro en medio de la incertidumbre. Sin embargo, como advierte Barrios, «tener una ilusión es importante, pero no lo es todo». En un país donde las estructuras de poder están firmemente establecidas y las intervenciones externas parecen improbables, el reto radica en encontrar formas de canalizar esa ilusión hacia acciones concretas y sostenibles que, aunque pequeñas, puedan allanar el camino hacia un futuro diferente. Mientras tanto, la desilusión sigue siendo una sombra inevitable para quienes sueñan con un país mejor, pero enfrentan día a día las limitaciones de una realidad inmutable.

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Así, la ilusión permanece como un elemento indispensable en la vida de los venezolanos, pero no basta para cambiar las circunstancias que los rodean. Tal vez el primer paso hacia un cambio significativo sea aceptar que la ilusión, aunque poderosa, debe estar siempre acompañada de un profundo sentido de realidad y una voluntad incansable de seguir adelante, incluso cuando el camino parece interminable. Solo así, quizás, la ilusión pueda dejar de ser un preludio de la desilusión y convertirse en una chispa de transformación genuina.

 

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