El cambio climático se ha convertido en una de las banderas más visibles de la política global en las últimas décadas, un término omnipresente que trasciende fronteras, gobiernos y generaciones. Sin embargo, para algunos críticos, este fenómeno no es más que una nueva narrativa cargada de intereses económicos y políticos, que busca justificar la intervención en naciones soberanas bajo la fachada de la protección ambiental. Luis Britto García, reconocido escritor y ensayista venezolano, es uno de los más agudos analistas de esta problemática. En su reciente artículo titulado “Clima y colonialismo jurídico”, publicado en el portal Aporrea, Britto García cuestiona la narrativa dominante sobre el cambio climático, sugiriendo que esta se ha convertido en una herramienta más del colonialismo moderno.
Luis Britto García, nacido en Caracas en 1940, es un narrador, ensayista y dramaturgo con una vasta trayectoria que incluye más de 60 títulos en su haber. Ha recibido numerosos premios, como el Casa de las Américas en varias ocasiones y el Premio Nacional de Literatura de Venezuela. En su artículo, Britto García argumenta que el cambio climático no es un fenómeno tan simple y unívoco como se nos presenta, y que ha sido politizado desde su génesis por figuras como la ex primera ministra británica Margaret Thatcher. Thatcher, en su discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1989, reconoció que los cambios climáticos ocurren por causas naturales, como las variaciones en la órbita terrestre y la actividad solar. Sin embargo, optó por señalar a la humanidad como principal culpable, sentando las bases de lo que más tarde se consolidaría como una narrativa hegemónica: el calentamiento global antropogénico.
Dominación y cambio climático
El cambio climático ha pasado de ser una preocupación legítima a un discurso cargado de dogmas y verdades inamovibles, utilizado para justificar políticas que a menudo benefician a las élites económicas y políticas más poderosas del mundo. Britto García expone que, en lugar de promover un debate científico abierto, la narrativa climática ha sido secuestrada por intereses específicos que buscan controlar recursos naturales estratégicos. La satanización del dióxido de carbono (CO2), por ejemplo, se ha convertido en uno de los pilares de esta narrativa. Sin embargo, Britto García señala que el CO2, lejos de ser un veneno mortal, es un gas esencial para la vida en la Tierra. Las plantas lo necesitan para la fotosíntesis, y sin él, la vida vegetal y animal no existiría como la conocemos. La simplificación del debate climático a “cero emisiones” ignora la complejidad de los sistemas naturales y la variedad de factores que influyen en el clima, desde la actividad volcánica hasta las corrientes oceánicas.

En su análisis, Britto García también resalta cómo la causa ambientalista ha sido apropiada por figuras y organismos que tradicionalmente no se asocian con la defensa del medio ambiente. Desde políticos como Richard Nixon y Ronald Reagan hasta magnates contemporáneos como Elon Musk y Bill Gates, todos han abrazado el discurso climático, transformándolo en una herramienta de poder y control económico. La creación de mercados de carbono y la venta de “créditos de contaminación” permiten que las empresas más contaminantes compren el derecho a seguir emitiendo gases de efecto invernadero, convirtiendo la ecología en un negocio lucrativo y perpetuando las prácticas dañinas que supuestamente se quiere erradicar.
La franela de los verdes
El ecologismo, que en sus orígenes fue una lucha contracultural contra el establishment, ha sido absorbido por los mismos poderes que pretendía desafiar. La causa del cambio climático, ahora apoyada por grandes corporaciones y gobiernos, se ha convertido en la disidencia perfecta: políticamente correcta, aceptada por los medios, y respaldada por legislaciones que permiten la intervención en países en desarrollo bajo la excusa de proteger el medio ambiente. Un ejemplo claro de esta dinámica es el llamado Acuerdo de Escazú, que busca regular la gestión ambiental en América Latina y el Caribe. Como señala el analista Juan Martorano, este tratado impone un marco jurídico que somete la soberanía de los países firmantes a instancias internacionales, permitiendo que tribunales extranjeros tomen decisiones sobre el uso de los recursos naturales locales.
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El Acuerdo de Escazú es solo una manifestación más del neocolonialismo disfrazado de preocupación ambiental. En nombre del control de las emisiones, se imponen cuotas y sanciones que afectan a los países en desarrollo, mientras que las naciones ricas continúan explotando los recursos globales sin restricciones reales. La narrativa climática no solo permite justificar estas políticas, sino que también facilita la privatización de los recursos naturales. Como lo denuncia Pedro Stedile, líder del Movimiento de los Sin Tierra, en el podcast Três por Quatro, los bosques se convierten en activos financieros, y el oxígeno que producen se transforma en un bien comerciable en los mercados internacionales. Esta mercantilización del medio ambiente no solo perpetúa la desigualdad, sino que también desvía la atención de las verdaderas soluciones al problema climático.

El dinero paga la agenda
La apropiación del discurso ambientalista por parte de las élites globales refleja un patrón histórico de saqueo y dominación. A lo largo de los siglos, las potencias coloniales han utilizado diversas narrativas para justificar la explotación de tierras y recursos en otras regiones del mundo. Hoy, la narrativa del cambio climático cumple esa misma función, permitiendo que los países ricos impongan su agenda sobre el resto del planeta. Se pretende cambiar el clima, pero no el sistema que lo deteriora, manteniendo intactas las estructuras de poder que perpetúan la desigualdad y la devastación ambiental.
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El cambio climático, tal como se presenta hoy, no es simplemente un problema ecológico; es un arma política y económica que se utiliza para consolidar el control sobre los recursos naturales y las decisiones soberanas de las naciones. En lugar de abordar la crisis climática con soluciones reales y equitativas, se promueven políticas que benefician a las grandes corporaciones y a los gobiernos que las respaldan. Como dijo el expresidente venezolano Hugo Chávez: “Cambiar el sistema, no el clima”. Esta frase resume la crítica más profunda a la narrativa dominante: que, mientras se siga culpando a la población en general y no a las estructuras de poder que realmente contribuyen al deterioro ambiental, el cambio climático seguirá siendo una excusa conveniente para el saqueo y la dominación global.