En un acto cargado de simbolismo y retórica, Nicolás Maduro ha decidido marcar una nueva pausa en su discurso político: la «democracia directa». El presidente de Venezuela, en medio de una jornada de proclamación de nuevos ministros y una reafirmación de su liderazgo, declaró su intención de llevar a cabo una “transición al socialismo” que enfatice un sistema de gobierno basado en la participación popular directa, radical y comunal. Este llamado, que Maduro califica como una respuesta a las recientes críticas internacionales y al descontento interno, plantea un modelo que, según él, devolverá el poder al pueblo a través de canales no convencionales de gobernanza.
Florantonia Singer, periodista venezolana con una trayectoria consolidada en medios como El Nacional , Últimas Noticias y, desde 2017, EL PAÍS de España, ha cubierto de cerca estos eventos recientes. En su último artículo titulado “Maduro reivindica el triunfo de ‘la verdad y el amor’ y acusa a Machado de formar un ‘pacto satánico’ con Musk”, Singer explora las declaraciones de Maduro tras ser proclamado ganador de las elecciones presidenciales en un proceso que ha estado envuelto en polémica por la falta de transparencia en los resultados. Según Singer, el mandatario venezolano se ha dedicado a proyectar una narrativa en la que se atribuye la victoria de su régimen a una supuesta promesa de democracia directa, desviando la atención de las acusaciones de fraude que se ciernen sobre su reelección.
Elaborar la democracia directa
En este escenario, Maduro reafirma su compromiso con lo que él denomina una «democracia directa». Al empuñar la espada de Simón Bolívar, símbolo de la lucha revolucionaria, el mandatario hizo una promesa de gobernar con el pueblo desde los barrios y las comunidades, apuntando a una gestión más cercana y participativa. Para Maduro, esta «democracia directa» significa trascender los métodos tradicionales de administración pública y gobernar a través de asambleas populares, comunas y colectivos, en un esfuerzo por consolidar un poder eminentemente popular. Sin embargo, esta visión no es nueva; es un eco de las políticas comunales ya establecidas durante la gestión de su predecesor, Hugo Chávez, aunque ahora parece querer darle un cariz aún más radical.

En su discurso, Maduro ha renovado su gabinete para fortalecer esta visión de «democracia directa». Ha nombrado a figuras clave de su círculo íntimo en posiciones estratégicas. Delcy Rodríguez, quien ya era vicepresidenta, ahora se encargará también del Ministerio de Petróleo, centralizando aún más el control del recurso más valioso del país en manos del gobierno. La inclusión de Diosdado Cabello, uno de los líderes más radicales del chavismo, como vicepresidente y ministro de Interior y Justicia, refuerza la idea de un gobierno dispuesto a ejercer el poder de manera enérgica y sin concesiones. Estos nombramientos son una clara señal de que Maduro busca consolidar su control interno en un momento de crisis política profunda, donde la legitimidad de su gobierno está en entredicho tanto a nivel nacional como internacional.
Maduro irá hasta el final
En paralelo a estos anuncios, Maduro ha arremetido contra los líderes de la oposición, acusándolos de conspirar contra su gobierno en alianza con potencias extranjeras. En particular, ha señalado a María Corina Machado y Edmundo González Urrutia de estar implicados en un «pacto satánico» con Elon Musk y el gobierno estadounidense. Esta narrativa, aunque sorprendente, no es ajena al discurso del chavismo, que ha utilizado recurrentemente la figura del enemigo externo para justificar sus acciones internas. Para Maduro, la democracia directa se convierte, así, en un escudo y una espada para defender su posición de poder y contrarrestar la acusación de ilegitimidad que le persiguen desde las últimas elecciones.
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A pesar de las críticas y los desafíos, el mandatario asegura que su gobierno seguirá adelante con la implementación de esta «democracia directa». Insiste en que esta forma de gobernanza permitirá una mayor inclusión de la población en la toma de decisiones y fomentará la creación de un nuevo sistema político y social en Venezuela. Durante la juramentación de su gabinete, Maduro reiteró que el objetivo es un «socialismo territorial» que se basa en la autogestión comunitaria y en la movilización popular para la defensa del país ante cualquier injerencia externa.
Piedras en el camino
La visión de democracia directa de Maduro, sin embargo, enfrenta varios obstáculos. En primer lugar, la profunda crisis económica que atraviesa Venezuela desde hace años ha mermado la capacidad del Estado para financiar proyectos sociales o de desarrollo comunitario. Además, el deterioro de los servicios públicos y la infraestructura básica del país dificultan la implementación de políticas que requieren una fuerte participación local y recursos del Estado. Para muchos críticos, esta democracia directa no es más que una cortina de humo para desviar la atención de los verdaderos problemas que enfrenta el país.
La estrategia de Maduro también parece ser un intento de reforzar su base de apoyo dentro del chavismo, especialmente en un momento en que la figura de Hugo Chávez sigue siendo un símbolo poderoso entre sus seguidores. Al invocar la democracia directa, Maduro busca presentarse como el continuador del legado de Chávez, reafirmando su conexión con las raíces del movimiento bolivariano. Esta retórica se ha convertido en un pilar de su discurso, buscando consolidar su autoridad frente a posibles disidencias internas y mantener la unidad de sus seguidores ante la presión externa.

El rumor intyernacional
En este contexto, la comunidad internacional sigue observando con escepticismo los movimientos de Maduro. Países como Brasil y Estados Unidos han manifestado su preocupación por la falta de transparencia en las recientes elecciones y han pedido la publicación de los resultados desagregados. El llamado a la democracia directa de Maduro puede interpretarse como un intento de reafirmar su soberanía frente a estos cuestionamientos, aunque el impacto de esta estrategia aún está por verse.
Para Maduro, la democracia directa es una herramienta política que busca legitimarlo en un momento de profunda crisis y aislamiento internacional. Sin embargo, esta estrategia puede resultar contraproducente si no logra convencer a la población de su autenticidad o si, como muchos temen, se traduce en una mayor concentración del poder en manos del gobierno central. La historia reciente de Venezuela ha demostrado que el camino hacia un «gobierno popular» puede estar lleno de contradicciones y desafíos, especialmente en un contexto de polarización política y económica.
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A medida que avanza este nuevo ciclo de la «revolución bolivariana», la pregunta que queda en el aire es si la propuesta de «democracia directa» de Maduro será capaz de ofrecer una solución real a los problemas que enfrenta Venezuela o si, por el contrario, se convertirá en un nuevo eslogan vacío en un país que clama por cambios urgentes y profundos. Mientras tanto, el liderazgo de Maduro se pone a prueba una vez más, navegando entre la reafirmación de su poder y las crecientes demandas de un pueblo que busca respuestas concretas en medio de la incertidumbre.