En el intrincado tablero geopolítico del Oriente Medio, Estados Unidos ha centrado su atención en Irán como una de las principales amenazas a la estabilidad regional. Sin embargo, un análisis más profundo revela que la verdadera amenaza para la seguridad y los intereses estadounidenses en la región podría no provenir directamente de Teherán, sino de la propia Jerusalén, y más específicamente de la figura del Primer Ministro israelí, Benjamin Netanyahu. Este líder, con su retórica agresiva y su enfoque mesiánico hacia la política regional, ha empujado a Estados Unidos a posiciones peligrosas que podrían tener consecuencias desastrosas tanto para la paz mundial como para la propia estabilidad de Israel.
Este argumento no es nuevo, y ha sido desarrollado con autoridad por Ami Ayalon, Gilead Sher y Orni Petruschka, comentaristas de opinión en el influyente medio estadounidense The Hill. Ayalon, un almirante retirado y exdirector de la agencia de seguridad israelí Shin Bet, Sher, miembro del Instituto Baker y presidente del Sapir Academic College, y Petruschka, un exnegociador de paz y filántropo, han sido críticos de la dirección que Netanyahu ha tomado en su manejo de las relaciones con Irán y su influencia sobre la política exterior de Estados Unidos. En su artículo titulado “Netanyahu está arrastrando a Estados Unidos por un camino peligroso respecto a Irán”, los autores argumentan que la insistencia de Netanyahu en pintar a Irán como el enemigo supremo ha distorsionado las prioridades de Washington, llevándola a involucrarse en conflictos que podrían evitarse y a adoptar políticas que, en última instancia, son contraproducentes para la paz regional.
Estados Unidos debe ser firme
La retórica de Netanyahu, especialmente en sus discursos ante el Congreso de Estados Unidos, ha estado marcada por un tono apocalíptico que busca posicionar a Israel como el último bastión de la civilización occidental frente a un Irán bárbaro y radical. Sin embargo, esta narrativa simplista oculta una verdad más compleja: Netanyahu no está interesado en una paz duradera en la región. De hecho, su enfoque mesiánico y su coalición con grupos religiosos de extrema derecha le han llevado a rechazar cualquier solución que implique compromisos territoriales o políticos que podrían poner fin al conflicto israelo-palestino. En lugar de eso, Netanyahu ha apostatado por una estrategia de confrontación constante, no solo con Irán, sino también con los palestinos y con cualquier actor regional que no se alinee con su visión radical de un Gran Israel.

El papel de Estados Unidos en este escenario es crucial. Desde hace décadas, Washington ha sido el aliado más cercano de Israel, brindando apoyo diplomático, militar y económico en prácticamente todos los frentes. Sin embargo, esta alianza ha llevado a Estados Unidos a asumir posturas que no siempre han sido coherentes con sus propios intereses estratégicos. La oposición de Netanyahu al acuerdo nuclear con Irán, por ejemplo, fue uno de los factores que llevaron a la administración Trump a retirarse del pacto, lo que a su vez facilitó que Teherán avanzara en su programa nuclear hasta el punto de estar al borde de Convertirse en una potencia nuclear. Ahora, la administración Biden se encuentra en la difícil posición de intentar contener tanto a Irán como a Hezbolá, mientras que Netanyahu sigue saboteando los esfuerzos para alcanzar un alto el fuego en Gaza y avanzar hacia una solución política más amplia en la región.
Netanyahu es peligroso hasta para Israel
La influencia de Netanyahu en la política exterior de Estados Unidos no se limita a su postura hacia Irán. Sus políticas internas, especialmente la controvertida «reforma judicial» que amenaza la naturaleza democrática de Israel, también han generado preocupación en Washington. La administración Biden ha expresado su desaprobación de estas medidas, pero Netanyahu ha hecho oídos sordos, priorizando su alianza con los elementos más extremistas de su gobierno sobre cualquier preocupación internacional. Esta actitud autocrática, que ignora las recomendaciones del propio establishment de seguridad y defensa de Israel, no solo pone en peligro la estabilidad interna del país, sino que también socava los esfuerzos de Estados Unidos por promover la democracia y la estabilidad en la región.
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Es en este contexto que la figura de Netanyahu emerge no solo como un obstáculo para la paz en el Oriente Medio, sino como un peligro para la propia seguridad de Estados Unidos. La alianza entre Israel y Estados Unidos se basa en valores compartidos, pero Netanyahu ha demostrado estar dispuesto a sacrificar esos valores en aras de mantener su poder y avanzar en su agenda ideológica. Su oposición a cualquier acuerdo que implique la creación de un Estado palestino es un claro ejemplo de esto. Al rechazar la única solución viable al conflicto, Netanyahu perpetúa un ciclo de violencia que, en última instancia, podría arrastrar a Estados Unidos a una guerra regional con consecuencias impredecibles.
El baño de sangre
La estrategia de Netanyahu no es solo peligrosa para Israel y Estados Unidos, sino también para la estabilidad de toda la región. Su rechazo a una coalición regional de seguridad que incluye a actores moderados como Arabia Saudita muestra una falta de visión que podría tener graves repercusiones. En lugar de buscar una solución diplomática al conflicto con Irán, Netanyahu parece estar empeñado en empujar a la región hacia una confrontación militar que solo beneficiará a los elementos más radicales de ambos lados. Este enfoque, además de ser irresponsable, es profundamente peligroso para los intereses de Estados Unidos en la región.

La administración Biden, que ha intentado distanciarse de las políticas más beligerantes de la era Trump, se encuentra en una encrucijada. Por un lado, debe mantener su compromiso con la defensa de Israel, una clave de aliado en la región. Por otro, debe evitar caer en la trampa de las políticas de Netanyahu, que podrían llevar a Estados Unidos a un conflicto innecesario y costoso. La clave para resolver este dilema radica en encontrar un equilibrio entre el apoyo a Israel y la promoción de una solución diplomática que reduzca las tensiones con Irán y otros actores regionales.
Washington debe revisar la amistad
En última instancia, la relación entre Estados Unidos e Israel debe ser reevaluada a la luz de los acontecimientos recientes. Si bien es innegable que ambos países comparten intereses estratégicos, la influencia de Netanyahu ha distorsionado esos intereses en una dirección que no beneficia a ninguna de las partes. Estados Unidos debe ser firme en su compromiso con la seguridad de Israel, pero no a costa de sacrificar su propia seguridad o la estabilidad de la región. Es hora de que Washington tome una postura más independiente y deje de ser rehén de los juegos políticos de Netanyahu.
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El verdadero enemigo de Estados Unidos en Oriente Medio no es Irán, sino el propio Netanyahu y su agenda mesiánica. Su influencia sobre la política exterior de Estados Unidos ha llevado a Washington a asumir posturas que no solo son contrarias a sus propios intereses, sino que también ponen en peligro la paz y la estabilidad en la región. Es hora de que Estados Unidos reevalúe su relación con Netanyahu y tome medidas para asegurar que su política exterior en Oriente Medio esté guiada por sus propios intereses estratégicos y no por los caprichos de un líder que ha demostrado estar dispuesto a sacrificar la paz en aras de su propia supervivencia política.

