Uranio ruso es una expresión que ha cobrado nueva resonancia en los pasillos de Bruselas. Lo que antes fue una constante en la seguridad energética del continente, hoy se perfila como un eslabón que debe ser reemplazado con urgencia. A pesar de la guerra en Ucrania y las sanciones económicas impuestas a Rusia desde 2022, la Unión Europea continúa importando productos nucleares rusos por un valor superior a los 700 millones de euros anuales. Esta paradoja energética no solo cuestiona la coherencia de la política exterior europea, sino que también pone en juego su autonomía estratégica frente a Moscú. Aunque la desconexión total no es inmediata, se ha convertido en una necesidad política, económica y moral.
La advertencia más reciente proviene de una colaboración editorial publicada por el centro de estudios Bruegel, firmada por Olena Lapenko, Ben McWilliams, Román Nitsovych y Georg Zachmann, bajo el título: “Poner fin a las importaciones de uranio ruso de la Unión Europea”. Lapenko, experta en seguridad energética del think tank ucraniano DiXi Group; McWilliams, investigador en política energética y climática en Bruegel; Nitsovych, director de investigación en DiXi Group; y Zachmann, veterano analista de políticas energéticas europeas en Bruegel, analizan la dependencia energética nuclear de la UE desde una óptica técnica y estratégica. Su diagnóstico es directo: las relaciones comerciales con Rosatom, la empresa estatal rusa encargada del uranio y su procesamiento, son un talón de Aquiles para Europa.
El uranio ruso va de salida
Uno de los puntos más preocupantes señalados por los autores es que el uranio ruso sigue alimentando una porción significativa de los 99 reactores nucleares operativos en el territorio europeo. La cifra no es menor: en 2023, el 23 % del uranio natural utilizado por la UE fue de origen ruso, mientras que el 38 % del uranio enriquecido también vino de ese país. En concreto, fueron más de 3400 toneladas de uranio natural y 4647 toneladas de trabajo de separación en uranio enriquecido, lo que se consolida a Moscú como proveedor de clave nuclear, en un contexto de tensiones geopolíticas sin precedentes. Aunque la participación rusa en el suministro primario mundial es de apenas el 5%, su papel en las fases de conversión y enriquecimiento es considerablemente más alto.

La dependencia del uranio ruso se ha transformado en un riesgo estructural para la seguridad energética de la UE. Los expertos advierten que una interrupción repentina del suministro, similar a lo que ocurrió con el gas natural, pondría en jaque las cadenas de producción eléctrica de varios Estados miembros. Aunque muchas empresas europeas han comenzado a almacenar uranio como medida de contingencia, el riesgo de desabastecimiento persiste. Y este no es el único frente abierto. Las implicaciones geopolíticas también son notorias: países como Hungría, que mantienen acuerdos bilaterales con Rosatom para la construcción de nuevas plantas nucleares, han obstaculizado sanciones más severas desde Bruselas, debilitando la cohesión europea frente a Moscú.
Desarrollo de armas nucleares
El uranio ruso, además, está profundamente entrelazado con el aparato militar de la Federación Rusa. Rosatom no es solo un proveedor civil, sino también una pieza clave en el desarrollo y suministro de armas nucleares. La empresa mantiene vínculos comerciales con entidades de defensa como Rostec y otros institutos de investigación estratégica, lo que sugiere que los fondos pagados por Europa podrían estar contribuyendo indirectamente a financiar la maquinaria bélica rusa. Si bien los ingresos de Rosatom en el extranjero ascendieron a 18.000 millones de dólares en 2024, y los pagos europeos por uranio representan apenas una fracción, el acto simbólico y financiero de continuar negociando con una empresa que fabrica armamento resulta políticamente insostenible.
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La cadena de suministro del uranio ruso es extensa y compleja. No se trata solo de importar materia prima, sino de servicios para obtener de conversión, enriquecimiento y fabricación de combustible. En el caso de los reactores del tipo VVER, diseñados en la era soviética y aún operativos en 19 instalaciones europeas, el suministro de combustible depende exclusivamente de Rosatom. En 2023, de las 707 toneladas de combustible nuclear importadas por la UE, 573 toneladas fueron suministradas por el estado ruso. Este tipo de reactores no pueden ser alimentados con combustible alternativo sin cumplir estrictos procesos de validación, lo que limita las opciones inmediatas de sustitución.
Pese a estas dificultades técnicas, varios actores europeos ya trabajan en diversificar el suministro y desplazar al uranio ruso. Empresas como Framatome, con sede en Francia, y Westinghouse, con operaciones en Suecia y España, han comenzado a producir combustible compatible con los reactores VVER. Aunque Framatome mantenía una sociedad con TVEL, filial de Rosatom, para fabricar conjuntos combustibles en Alemania, ahora busca operar bajo su propia licencia. No obstante, Rosatom sigue siendo titular de patentes y mantiene participación en la gobernanza técnica del proyecto, lo que implica una presencia latente dentro del circuito energético europeo.
Muchos planes en el horizonte
El uranio ruso también está presente en las fases previas del proceso nuclear. En 2023, el 27% de los servicios de conversión que recibieron la UE provinieron de Rusia. Este porcentaje podría reducirse si prosperan los planos de ampliación de capacidad en instalaciones como la planta Orano en Francia, Cameco en Canadá o la posible reapertura de ConverDyn en Estados Unidos. Una iniciativa prometedora proviene de Westinghouse, que junto a Cameco evalúan construir una nueva planta de conversión en el Reino Unido. Esta nueva instalación podría reemplazar parte de los servicios que actualmente monopoliza Rosatom y sus subsidiarias.

La hoja de ruta para prescindir del uranio ruso, según los autores del informe de Bruegel, pasa por dos prioridades: primero, ampliar la producción interna de combustible y servicios nucleares en Europa; segundo, restrinja progresivamente el acceso de Rosatom al mercado europeo. Este segundo objetivo requiere medidas jurídicas firmes, como un embargo gradual que permita a las empresas acogerse a cláusulas de fuerza mayor en contratos a largo plazo. Algunos de estos acuerdos se extienden hasta más allá de 2030, por lo que cualquier decisión deberá estar respaldada por el marco legal de la UE.
En busca de en quién confiar
El esfuerzo por eliminar el uranio ruso del ecosistema energético europeo no es inmediato, pero sí impostergable. La Comisión Europea y los gobiernos nacionales enfrentan un dilema logístico y diplomático: cortar el vínculo con Moscú sin poner en riesgo el suministro eléctrico de millones de personas. Las reservas actuales permiten amortiguar un corte a corto plazo, pero el objetivo es más ambicioso: establecer un mercado energético independiente, sostenible y libre de influencia extranjera no confiable. El caso del gas natural ha servido como advertencia, y el uranio podría seguir la misma ruta si se articula una política clara.
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Uranio ruso se ha convertido en un símbolo de la contradicción europea: una dependencia que contradice los principios que la UE dice defender. El financiamiento indirecto de una empresa vinculada al complejo militar ruso, el riesgo de fracturas políticas entre los Estados miembros y la amenaza latente de interrupciones en el suministro convierten al uranio ruso en un problema multidimensional. Por eso, más que una opción, dejar atrás esta relación comercial parece ser, ahora, una decisión estratégica inevitable. Con inversiones acertadas, alianzas geopolíticas estables y un enfoque coordinado, Europa puede —y debe— poner fin a su dependencia del uranio ruso. La cuenta regresiva ya comenzó.