En Venezuela, un país donde la realidad suele desafiar cualquier manual de sentido común, ha surgido una figura peculiar, casi mítica: una casta de conspiranoicos. Estos individuos, atrapados entre el surrealismo cotidiano y las tensiones de la vida nacional, han desarrollado teorías que oscilan entre lo hilarante y lo inquietante, convirtiéndose en narradores de una epopeya única. En su mundo, los hilos que tejen las desgracias diarias no son obra del azar ni de políticas cuestionables, sino de fuerzas ocultas que conspiran desde las sombras, controlando todo, desde el precio de la arepa hasta el comportamiento de los pajaritos en los alambres de luz.
Salvatore Giardullo Russo, Master en Comunicación Social con mención en Desarrollo Social, describió este fenómeno en su artículo titulado: “Los conspiranoicos venezolanos”, publicado en el diario El Nacional, medio para el que escribe. Con estudios de posgrado en la Universidad Católica Andrés Bello y una licenciatura en Comunicación Social obtenida en la misma casa de estudios, Giardullo analiza esta figura con rigor y mordacidad. Según él, en un país que transita entre bellezas naturales y crisis intermitentes, el conspiranoico ha encontrado un terreno fértil donde sus ideas brotan como hongos tras la lluvia.
Una casta de conspiranoicos
Para una casta de conspiranoicos, todo en Venezuela tiene una explicación oculta. Desde la escasez de Harina PAN, que, aseguran, está controlada por los Illuminati, hasta la presencia de “lagartos llaneros” con poderes reptilianos, estas teorías son tan prolíficas como los apagones en Caracas. En este universo alternativo, la arepa es más que un alimento: es un símbolo de resistencia y una herramienta de dominio global. Según los creyentes, su forma circular evoca al “ojo que todo lo ve” y, por ende, confirma la influencia de una élite secreta que conspira contra la nación. Giardullo no solo ridiculiza estas ideas, sino que las desmenuza con el propósito de entender la psique detrás de estas narrativas.

El surrealismo no termina allí. Una de las teorías más curiosas de esta casta de conspiranoicos involucra a los pájaros. Para ellos, las aves no son simples criaturas de la fauna local, sino agentes de espionaje enviados por potencias extranjeras. La idea de que un loro repita “¡viva la revolución!” no es vista como una casualidad, sino como evidencia de que estos animales son drones emplumados, equipados con micrófonos y cámaras diminutas. ¿La meta? Vigilar a los ciudadanos e informar sobre cualquier posible descontento. En esta lógica, un pajarito posado en una ventana no trae serenidad, sino sospechas.
Chávez y los lagartos llaneros
Otra teoría recurrente es la de los lagartos llaneros, una especie supuestamente capaz de cambiar de forma y manipular mentes. Para una casta de conspiranoicos como la dibujada, estos seres representan el verdadero poder en Venezuela, controlando desde las sombras los destinos de la nación. Giardullo comenta, con tono irónico, que la sola idea de que ciertos funcionarios públicos puedan ser reptilianos explicaría mucho de su comportamiento inexplicable. Para estos creyentes, las pausas prolongadas en las cadenas nacionales no son producto del cansancio, sino momentos de reconexión con sus fuentes de energía interdimensional.
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Pero no todo es fauna y reptilianos en este mar de absurdos. En una de las teorías más rocambolescas, el fallecido Hugo Chávez continúa comunicándose con el pueblo a través de “cadenas espirituales”. Según esta narrativa, las frecuencias distorsionadas en las emisoras de radio no son fallos técnicos, sino mensajes ultradimensionales del expresidente, alertando sobre amenazas globales como el reguetón gringo o la escasez de papel higiénico. Estas ideas, aunque surrealistas, revelan el profundo anhelo de conexión y guía en medio de una realidad fracturada.
Acerca de la “liga de inmortales”
Una casta de conspiranoicos también tiene teorías sobre personajes históricos y culturales. En un giro inesperado, figuras como Simón Bolívar, Elvis Presley y Michael Jackson son parte de una “liga de inmortales” que vela por el bienestar de Venezuela desde un lugar secreto. Según estos relatos, Bolívar no murió, sino que fue criogenizado para liderar a la región en tiempos de crisis. Estas historias, aunque improbables, demuestran una tendencia nacional a entrelazar mitos, historia y política, creando un cóctel narrativo que desafía toda lógica.
El tema monetario tampoco escapa a su radar. Para esta casta de conspiranoicos, la devaluación del bolívar no es el resultado de políticas económicas fallidas, sino de un “experimento global” orquestado por potencias internacionales para preparar el terreno hacia una criptomoneda mundial controlada por los Illuminati. Según esta lógica, la crisis económica del país no es un problema local, sino una conspiración para manipular a las masas.

Respuesta a la incertidumbre
Giardullo destaca que, aunque estas teorías pueden parecer risibles, también son una respuesta creativa a la incertidumbre. En un país donde lo imposible parece cotidiano, estas narrativas ofrecen una manera de darle sentido a lo absurdo. Para los conspiranoicos, estas ideas no son simples fantasías; son una forma de resistencia simbólica frente a un entorno que constantemente desafía las expectativas.
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En este contexto, las teorías conspirativas no son solo relatos disparatados. Representan una necesidad de encontrar patrones en medio del caos, de dotar de significado a una realidad impredecible. Venezuela, con sus contradicciones y su riqueza cultural, ofrece el escenario perfecto para que estas ideas florezcan. En última instancia, una casta de conspiranoicos, la “endógena” no solo sobrevive al absurdo, lo reinventa, construyendo un mundo paralelo donde lo improbable se convierte en norma. Así, mientras el país navega en aguas turbulentas, ellos se convierten en narradores de un universo alternativo, donde hasta el pajarito más común tiene algo que ocultar.